Lo que marca el paso en la actualidad, su seguimiento y la construcción de los diversos relatos comunicacionales y sociopolíticos es lo que yo llamo el Madrid institucional y periodístico, o más brevemente, “la milla de oro madrileña”, un pequeño espacio geográfico y mental en el que se fragua todo lo que acaba siendo relevante para un país de más de 46 millones y medio de ciudadanos. Es un espacio muy reducido pero decisivo, y solamente incluye los partidos políticos de la capital, algunas instituciones de gobierno y de representación, un club de fútbol, los medios que se publican o se emiten desde Madrid, determinados círculos alrededor de ciertas comidas y cenas y una parte de las empresas del Ibex 35 y los ejecutores de sus intereses. Los catalanes nacionalistas que hablan de Cataluña com a “un país petit” tendrían que ver cómo es posible crear un país aún más pequeño en un entorno que físicamente no llegaría a ser un barrio de la capital de España. En esta milla de oro se decide y determina, ni más ni menos, que el relato informativo que acabará siendo hegemónico y que, en el sentido gramsciano del concepto, inclinará las hegemonías políticas.
Suele diferenciarse entre opinión pública y opinión publicada, pero existe también una actualidad publicada y una actualidad acontecida. Aquella va mucho más allá de las fake news o falsas noticias con voluntad de desinformar; es un verdadero alud tendencioso que desvía la mirada pública de lo que pasa en la realidad empírica para construir un escenario limitado y centrado en un determinado campo de batalla en el que se quiere situar la polémica política. La capacidad de delimitar este campo de batalla como entorno del debate público decide las oportunidades de construir relatos políticos con voluntad hegemónica, y en la medida que ello se consiga respecto a un determinado objeto u abordaje de una cuestión se decide, en tiempo real y, sobre el terreno, la tendencia del debate político general y el apoyo o ausencia de él a una mayoría o minoría parlamentaria. Se dice que solo existe lo que sale en la televisión pero en realidad en España solo existe lo que decide la milla de oro madrileña, que se ha apoderado de la capacidad de dibujar los límites y alcance del metarrelato (pseudo)informativo que día tras día rige el panorama comunicacional.
La derecha ha aprendido a combatir el populismo indignado
El actual ir y venir alrededor de la validez de masters universitarios y doctorados que ha acabado por ocupar el (pseudo)debate político es el ejemplo más depurado de la tendencia que ha acabado imponiéndose. Esta polémica de corto alcance y nulo valor político ha sustituido el debate real entre gobierno y oposición, entre las izquierdas gobernantes y sus apoyos y las minorías derechistas que pretenden socavar y desprestigiar su legitimidad conferida por haber ganado una moción de censura. Desorientado políticamente el Partido Popular y neutralizado Ciudadanos por inanición política, el intelectual orgánico en que se ha convertido el periodismo hegemónico en la milla de oro madrileña ha conseguido situar un falso debate político en el lugar que debería ocupar uno verdadero. La jugada ha sido magistral y las fuerzas progresistas han caído de cuatro patas. Gobernando la izquierda socialdemócrata con el apoyo puntual de izquierdas alternativas y nacionalistas periféricos, han visto cómo les tiraban de la alfombra bajo los pies y se les abocaba a una discusión de cortos vuelos que parece referirse a cuestiones muy apreciadas por la izquierda y el sentido moral del “pueblo llano”: la honradez, el respeto a la meritocracia y la indignación ante la injusticia.
El espíritu del 15-M en tanto que indignación moral de base elevada a norma suprema se vuelve contra las izquierdas: primero, si el líder de la izquierda alternativa tiene derecho a vivir en un chalet bastante cómodo que ha de pagar con su dinero ganado trabajando; después, si el líder socialdemócrata y presidente del Gobierno ha ganado su doctorado de manera honrada y legítima. La indignación sin teoría y práctica reformista o revolucionaria conduce hasta aquí, precisamente: la utilización de la mentalidad indignada en beneficio del populismo de derechas. Y el precio real y tangible se paga en forma de dimisión de ministros.
El estallido de esta absurda batalla cogió desprevenida y confusa a la derecha con la dimisión de Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, pero cuando ha tocado a Pablo Casado, el líder elegido en el PP para destruir el gobierno del PSOE, la formación derechista ha sabido empantanar la batalla gracias a su experiencia en el “iy tu más¡” y el cultivo del populismo: han conseguido la cabeza de la ministra de Sanidad gracias a una capacidad de reacción muy notable. Y visto el éxito del contraataque, esta manera de hacer política sin política ha logrado situar la mirada de la sospecha en la misma persona del presidente socialista. Aunque la tesis doctoral de Pedro Sánchez esté limpia como una patena, el “difama que algo queda” consigue su efecto, de manera que este (pseudo)debate sobre la moral de los servidores públicos ha quedado completamente quemado, y costará resituar nuevamente la polémica en los justos términos políticos que le corresponden. La dinámica infernal de la indignación populista ya está en marcha y costará mucho detenerla. Y la responsabilidad de los medios de comunicación al contribuir a la pseudopolítica y no saber imponer una agenda informativa que responda al interés de la mayoría de ciudadanos quedará grabada en piedra. Que la batalla por la agenda la ha ganado la derecha que ha reaccionado rápidamente y no el periodismo de denuncia lo confirma la actividad frenética en las cloacas donde tiene su domicilio el comisario Villarejo.
La milla de oro madrileña y la competencia entre medios
En la milla de oro madrileña se disputa no sólo la construcción del relato político e informativo hegemónico sino que se juega el resultado de la competencia, comercial y política, entre medios. Todos ellos, sin excepción, participan en esta liga y lo hacen en un espacio que no deja ningún margen. Y ningún poder político o económico les ha arrastrado a este tipo de batallas, ellos mismos han ido a participar de buen grado. Lo demuestra que algunos diarios de izquierdas se han asimilado a estos modos y han acabado jugando con las reglas de sus adversarios. Si gente como el mismo Pablo Iglesias, Iñigo Errejón y otros vieron un día clarísimamente que debían contrarrestar esta tendencia mediante la creación de canales y programas audiovisuales como La Tuerka, el poder centrípeto de la milla de oro madrileña los ha engullido. En una investigación que hice para mi tesis doctoral, titulada “De qué conversan los periodistas españoles en Twitter” se demostró que no había prácticamente diferencias entre los contenidos que difundían por esta red social los periodistas tradicionales vinculados a los medios establecidos y los periodistas asociados a los nuevos espacios digitales. Ni unos ni otros, significativamente los segundos, se separaban del discurso dominante común: ambos grupos tuiteaban sobre las mismas cuestiones políticas, institucionales, comunicacionales y de opinión. No se percibía que los “nuevos periodistas” introdujesen elementos innovadores o de tendencias de ruptura en el discurso predominante por lo que se refiere a contenidos, su mentalidad estaba tan cautiva de los límites temáticos a los que sirven gente de ABC o El Mundo que eran perfectamente asimilables a la visión del mundo que se desprende de la milla de oro madrileña y que configura el alcance del mundo temático de la actualidad en todo el estado.
El asunto de los masters, postgrados y doctorados de los políticos nos puede parecer una tonteria descomunal pero es gracias a una pseudopolémica de bajo nivel como esta que se ha escamoteado el debate político ei ideológico que tocaba. Se hablaba del dichoso doctorado el día que se votaba en el Congreso la medida gubernamental de la exhumación de lo restos de Franco, la pervivencia del Valle de los Caídos y el escándalo de los restos de miles de republicanos represaliados malenterradas en las cunetas (con la presencia de Ian Gibson en el espacio de los invitados, precisamente). El parloteo vacío basado en la indignación y el populismo de derechas ha ocupado todo el espacio público gracias, una vez más, a la incomprensión de les izquierdas de la importancia de llevar la iniciativa en la construcción del relato, y ha dado un fruto muy jugoso: abrir crisis de gobierno sin tener que presentar propuestas alternativas.
Las clases populares dimiten de la cultura y los periodistas se hacen el sueco
Este frente abierto por la antipolítica derechista está teniendo un efecto que va más lejos de las vicisitudes de la política institucional, y aún mucho más perverso. La actual conversación generalizada sobre la calidad y validez de la educación universitaria desacredita ante los ciudadanos, especialmente los trabajadores y los más modestos, el valor de la educación pública y la cultura en la promoción laboral i personal, en el aumento de calidad de vida y en el avance en el camino de la liberación de clase. Llueve sobre mojado: el gran cambio en la cultura de las clases trabajadoras en España ha sido el abandono de la cultura y la voluntad de apropiársela. Ello ha sucedido mediante la combinación fatal de la crisis económica y las nuevas formas culturales del entretenimiento basado en la autocomunicación de masas –en expresión de Manuel Castells– que fomenta el narcisismo. Las clases populares ya no sienten la admiración de antes por la educación, la cultura y la formación. Esta se admite como mal menor para poder ganarse la vida y acceder al consumo; tener cultura, en cambio, es ser un friki. La persona instruida era alguien al quien admirar porque había sabido elevarse por encima de una mediocridad general y demostrar con su esfuerzo que uno podía ser dueño de su destino, y ahora es un bicho raro que se dedica a cosas que no sirven para nada. Las familias se quejan a inicios de curso por tener que pagar unos libros de texto que valen unas pocas rondas de cubatas o un par de entradas para el fútbol. Ha arraigado aquí el antiintelectualismo americano que ha llevado a Trump a la presidencia, y se extiende en todas sus versiones, desde la inexistencia de pequeñas bibliotecas en los hogares trabajadores –como si estuviésemos en el siglo XIX, antes de que Verne o Dumas llegaran a ser autores populares—hasta el acoso escolar de los niños estudiosos, los famosos “nerds” americanos a quienes se considera carne de marginación en los ambientes adolescentes. Incluso los mismos maestros son, ay caramba, asediables por los grandullones.
Es realmente duro tener que escribir esto pero los hechos dan la razón a este punto de vista. Un estudio presentado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) el 11 de septiembre en París muestra que el nivel académico de los padres influye de manera determinante en el nivel educativo de los hijos. Las probabilidades que un joven continúe estudiando más allá de la enseñanza obligatoria se disparan si sus padres también tienen estudios superiores. El 55% de los adultos españoles cuyos padres no tenían un título de Bachillerato o Formación Profesional tampoco llegaron a este nivel educativo. A resultas de esto, en España la educación es víctima de una “trampa intergeneracional” de modo que el 43% de la población entre los 25 y los 64 años no tiene un título de educación secundaria superior. Así que esta carencia no se debe tanto a dificultades económicas sino a una determinada manera de pensar y una actitud que se han impuesto en el seno de las clases populares: a les familias sin una base educativa superior no se hace el esfuerzo para que los hijos la puedan lograr y estos permanecen en el mismo bajo nivel que tenían sus padres, porque no se considera que este esfuerzo valga la pena.
Mientras entre las clases populares se comenta en las barras de los bares los avatares en torno a los postgrados de los políticos se va extendiendo la idea de que estudiar no sirve para nada. No importa que te esfuerces o no, al fin y al cabo lo que cuenta es la influencia social o económica que te permita adquirir con facilidad un título superior. Y la realidad nos indica que no es así: estos masters concedidos por derroteros dudosos son una excepción, que se ha dado en un centro adscrito a una universidad de Madrid pero que no forma parte de su estructura académica y que probablemente ha querido comerciar con influencias ofreciendo títulos de prestigio a cambio de vaya usted a saber qué contraprestaciones. Pero la universidad publica española en general, todavía accesible económicamente a los trabajadores, tiene un funcionamiento riguroso en cuanto al control de la superación de asignaturas y grados; la formalización de las actas de los cursos superados se da en el marco de un funcionamiento severo y fuertemente controlado. No se regalan asignaturas, cursos y postgrados, y existen mecanismos de control que lo impiden. La universidad pública de nuestro país sirve perfectamente a la educación superior accesible a toda la población y a la su promoción profesional, económica y social. El resto son frivolidades de tertulia de cuñados.
Los medios de comunicación que favorecen la pseudopolémica de los masters y las tesis no son conscientes del alcance de su dimisión de la responsabilidad de posicionar la agenda informativa. El mimetismo entre ellos ha contribuido a hundir la prensa impresa y ahora afectará a la digital; antes parecía que todos los directores competían por hacer la misma portada en vez de levantar exclusivas, y ahora los digitales generalistas pivotan alrededor del periodismo de filtraciones como antes los diarios en papel lo hicieron con el de declaraciones. Y el verdadero alcance de la cuestión lo dejó claro el sociólogo de la comunicación Manuel Castells en su último artículo en La Vanguardia: el mercado más grande del mundo en perspectiva es el mercado de la educación, y los tiburones de la privatización educativa –y la reducción al utilitarismo y la expulsión de las humanidades y el pensamiento crítico de los estudios— ses relamen de ganas de clavarle el colmillo.