Si tenemos la dicha de ser parte de esa comunidad de hombres y mujeres que se dedica a la labor de educar a niños, niñas y jóvenes, no podemos darnos el lujo de que nuestro día a día tenga lugar sin nuestro aporte concreto, sensible y comprometido a favor de los grandes cambios que el mundo necesita.
Pasar nuestra vida por las aulas sin tener muy claro por qué, para qué y desde qué sentires y valores lo hacemos, es desperdiciar la enorme oportunidad de contribuir en el cambio de sensaciones, pensamientos, comportamientos y creencias que las jóvenes generaciones merecen en su educación escolar. Trabajar como profesores sin llamadas íntimas, sin convicciones sobre el aporte político y social de cada una de nuestras acciones docentes, por muy pequeñas que sean, es abandonar el significado de nuestra labor educativa y pedagógica.
Es necesario, urgente e innegociable, que encontremos y fortalezcamos el significado de nuestro compromiso educador. Necesitamos construir un clima y una vivencia educativa con nuestros estudiantes que se basen, profunda y conscientemente, en lo que significa para nosotros el mundo actual, en lo que significa educar, en lo que significa cada acto y recurso que empleamos en esas horas didácticas. En otras palabras, que esa labor por la que nos pagan un salario no represente solo un medio -por muy insuficiente que sea- para sobrevivir materialmente, sino que sea el instrumento más poderoso para sobrevivir emocional y espiritualmente. Para sentir que somos actores políticos en un mundo que se centra en la política partida y tradicional y abandona la naturaleza política de las interacciones con nuestros estudiantes.
Resuena, con plena vigencia, aquella pregunta de Freire que siempre deberá estar en nuestros puntos de partida para encontrarle significado a nuestro ser docente: “¿A favor de quién y de qué educo?”. O dicho en negativo (porque también nos puede ayudar a clarificar nuestras acciones): “¿En contra de quién y de qué educo?”.
Estas preguntas constituyen las ventanas por las que se asoma el significado de nuestra tarea. Todo pequeño acto, todo gran esfuerzo, la calidad de los procesos de aprendizaje que dirigimos, las dificultades a las que nos enfrentamos, las contradicciones con las autoridades educativas, las ingratitudes de padres de familia, la incomprensión misma de ciertos estudiantes, el cansancio, etcétera, todo eso es posible de superar cuando sabemos que lo hacemos con un significado ético y político. Ese significado que se aclara cuando podemos responder a esas interrogantes freireanas.
No puede negarse el riesgo de que nos emocionemos por un tiempo alrededor del significado y luego la realidad concreta, difícil y complicada de nuestro día a día en las aulas nos ahogue de nuevo en un activismo didáctico sin significado. Ese riesgo está allí porque humanamente caemos y retrocedemos. Pero en la medida que sea profunda la búsqueda de todo aquello que le otorga sentido a nuestra labor, en esa medida el riesgo podrá ser minimizado.
Cuando educamos a favor de las transformaciones integrales en nuestras sociedades, también estamos a favor de aquellas poblaciones que más sufren la exclusión, la ignorancia provocada, la negación de una comprensión profunda de su propia realidad. Eso significa que educamos en contra de la manipulación, de la utilización de lo educativo a favor de intereses sectarios, de carácter económico y político, de una falsa globalización que encadena a pueblos a la mirada y el interés de grandes transnacionales.
En realidad, en un mundo como el nuestro, no debiera ser tan difícil encontrarle significado a lo que hacemos como profesores. Porque la realidad difícil y compleja de un mundo injusto siempre se refleja y proyecta en ese microcosmos que es el aula. Es nuestra responsabilidad abandonar la indiferencia ante la negación de la dignidad en aulas. Solo con eso, ya hay un mundo de significado para nuestra labor.