Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
“En las escuelas no se nos incentiva a hacer preguntas y menos entonces se nos otorgan respuestas. Lo que se demanda es información. Queremos que nos enseñen que la diversidad sexual existe, que nos hablen del ejercicio del placer, que nos introduzcan al mundo de la anticoncepción, y cómo es posible que a cambio se nos ofrezca oídos sordos, miradas llenas de juicio, y órdenes que parecen ineludibles en cuanto a la maternidad”. Es parte del discurso que Ofelia Fernández, líder estudiantil de los colegios de secundaria de Argentina, ofreció ante los diputados y diputadas de este país en mayo, antes de la polémica votación del proyecto de ley de despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
“¿Cuándo firmamos un contrato diciendo que sí o sí íbamos a querer ser madres? ¿Cuándo mostramos disposición a que los deseos de las instituciones sean más importantes que los nuestros deseos? […] Nos abusan a veces hasta en nuestras propias casas y lo que yo me pregunto es ¿dónde están todos estos defensores de la integridad, la vida y la moral cuando estamos en verdadero peligro?”, interpeló la joven, una de los 600 expositores en las audiencias para debatir la iniciativa en la Cámara.
El discurso de la dirigente estudiantil era la clara evidencia de que alguna cosa ha cambiado en las aulas de las escuelas e institutos de Argentina. La forma como la reivindicación ha permeado a esta generación de jóvenes no puede separarse de la perseverante campaña por el aborto legal, seguro y gratuito de las feministas del país y el auge del movimiento feminista a nivel mundial.
Interpeladas por la campaña
Las primeras manifestaciones masivas de las feministas se convocaron en 2015, bajo la consigna “Ni una menos”, a raíz del asesinato de Chiara Páez, una adolescente de 14 años embarazada que murió a manos de su novio. El movimiento contra la violencia hacia las mujeres fue tomando fuerza, junto con la campaña que desde mediados de los 2000 se lanzó a favor de la despenalización de la interrupción del embarazo.
“Dentro del movimiento estudiantil, esa demanda estaba instalada desde hacía muchos años, pero empezó a visibilizarse a finales del año pasado, cuando las escuelas llevaron a cabo una movida por la educación sexual integral y los anticonceptivos, en la que empezamos a visualizar que tal vez era posible aprobar la legalización del aborto en Argentina. Eso nos dio el impulso para transformar la reivindicación en la cuarta ola feminista”, explica Sofía Zibecchi, presidenta del Centro de Estudiantes del Colegio Federico García Lorca de Buenos Aires.
Zibecchi, de 18 años, dice que las estudiantes se sintieron “interpeladas directamente” por la campaña del aborto legal, sobre todo cuando vieron opciones reales de convertir el proyecto en ley.
Con un discurso en el que está totalmente normalizado el uso de la e inclusiva para todas las identidades posibles, la dirigente estudiantil subraya: “Nosotres somos les que no tenemos educación sexual integral, muches abortaron o tuvieron que acompañar a amigas a abortar y a partir de ahí entendimos que era necesario y que era una situación de vida o muerte. Nosotres éramos las que teníamos que exigirlo con más fuerza porque somos quienes estamos pegando esto”.
Por ahora, y tras el veto del Senado el pasado mes de agosto, el aborto sigue siendo ilegal en Argentina. La normativa actual se remonta a 1921 y sólo autoriza la interrupción del embarazo en caso de violación o de grave riesgo para la madre. Para el resto, está penado con hasta cuatro años de cárcel. El proyecto establecía la posibilidad de abortar hasta la semana 14 de gestación dentro del sistema público de salud de manera gratuita. Pese a la prohibición de iure, avanza la legalización de facto y la despenalización social es cada vez más un hecho.
Según el Ministerio de Salud argentino, en 2016 murieron 245 mujeres embarazadas por distintas causas. De este total, el 17,6% (43 defunciones) fueron muertes por un “embarazo terminado en aborto”. La interrupción voluntaria del embarazo continúa siendo la principal causa de mortalidad materna en más de la mitad de las provincias del país. Las complicaciones por aborto inseguro son la primera causa individual de mortalidad materna en 17 de las 24 provincias.
Pañuelos verdes en las aulas
En las mochilas, colgado del cuello, enroscado en el brazo o en la muñeca. El pañuelo verde, símbolo de la demanda por el aborto legal, se ha convertido en el nuevo uniforme escolar. Es omnipresente en todos los colegios e institutos de secundaria.
Las estudiantes han seguido los meses de debate parlamentario levantando su propia campaña al interior de los centros educativos. Intervenciones en el recreo, clases públicas sobre educación sexual, sensibilización aula por aula, entrega de pañuelos verdes, manifestaciones frente al Congreso semanalmente, “pañuelazos” en las plazas del país. Muchas acciones para explicar en muy poco tiempo por qué es importante para las mujeres la legalización del aborto: “Hicimos incluso un ‘estudiantazo’ a nivel nacional donde en las plazas de todo el país pusimos carpas para explicar para qué era la ley”, dice Zibecchi.
En una de las multitudinarias asambleas que celebró el movimiento semanas antes de la votación, se aprobó “tomar” los colegios e institutos hasta la fecha clave. En Argentina no es excepcional ocupar los centros educativos, sino una práctica que se ha repetido a lo largo de los últimos años por otras demandas educativas en diversos países de la región. En Chile, el movimiento estudiantil feminista ocupó durante casi dos meses más de 50 universidades para exigir la implementación de protocolos para enfrentar el acoso sexual en los colegios y universidades, y una educación no sexista.
Es la misma demanda que sus vecinas vienen reclamando desde 2006, cuando se aprobó la ley de Educación Sexual Integral (ESI) que nunca se implementó y que ahora las estudiantes exigen que se cumpla.
Sin embargo, ante el desinterés de las autoridades, las jóvenes decidieron desplegar ellas mismas estrategias para ofrecer a sus pares la educación sexual que no ofrecen los espacios educativos formales.
“Desde hace meses hacemos charlas de educación sexual integral en los colegios. Por ejemplo, este mes tenemos una actividad nacional que se llama ‘Educación Sexual para Decidir’, que lo haremos en el marco de un festival en mi escuela”. Lo cuenta María José Aguirre, estudiante de la Escuela de Educación Secundaria Simón Bolívar del municipio de Avellaneda, en la zona metropolitana de Buenos Aires. La joven, de 18 años, participa de la Federación de Estudiantes Secundarios a nivel nacional y asegura que “antes” no estaba “muy de acuerdo” con la legalización del aborto, “pero mis compañeras me fueron abriendo los ojos y ahora soy de las que va a impartir las charlas”.
Tanto María José como Sofía critican el rol que, en general, mantuvieron los directivos y altos cargos de los centros educativos. “En la mayoría de los colegios y universidades tuvieron un papel muy negativo. Tal vez, no desde una posición directa, pero si, por ejemplo, prohibiendo hablar el tema”, relata Sofía. María José, por su parte, cuenta que en los colegios privados “se expulsó y sancionó a chicas por llevar el pañuelo y se les decía que no hicieran política dentro del colegio, mientras ellos hacían marchar a niños de siete u ocho años con el pañuelo celeste [símbolo del movimiento antiabortista]”. Sin embargo, en su opinión, la peor parte ha sido darse cuenta del “gran prejuicio” de los adultos al pensar que “como somos adolescentes no podemos opinar”, se queja. Y sentencia: “No se acuerdan que es en la adolescencia que empezamos a tener relaciones sexuales y lo toman todo como un tabú”.
“Un punto de inflexión”
María José Aguirre pasó la noche del 8 de agosto enfrente del Congreso esperando el resultado de la votación de los senadores. El desafío era grande, pero hasta el último momento existió la esperanza de repetir lo ocurrido en junio, cuando la Cámara de Diputados dio luz verde el proyecto. Sin embargo, en esta ocasión, por 31 votos a favor y 38 en contra y dos abstenciones, la iniciativa se rechazó.
La joven fue una de las miles de mujeres que esperaron hasta las tres de la madrugada en la calle para conocer el resultado. “¡Que sea ley, que sea ley!”, gritaban las manifestantes. “Ese día logramos tener dos millones de personas en la calle. Fue histórico para el movimiento estudiantil y para el movimiento popular”, recuerda Sofía Zibecchi. Y añade: “La participación de las estudiantes fue muy masiva, también de los hombres heterosexuales y de la disidencia sexual [en referencia a la comunidad LGBTIQ]. Fue la lucha en que más hemos participado, un punto de inflexión para poder llegar a muchos espacios a los que no estábamos llegando”.
Sin embargo, la Cámara Alto hizo oídos sordos a las demandas de miles de mujeres, y decidió sepultar la ley. Cinco días después, una mujer de 34 murió por un aborto clandestino realizado con perejil. Al día siguiente falleció otra.
Las argentinas no lo lograron esta vez, pero están convencidas que la legalización del aborto más temprano que tarde será una realidad en su país. Se lo dijo también el senador Fernando Solanas la misma noche de la votación: «Que nadie se deje llevar por la cultura de la derrota. Esta causa tiene un pequeño descanso, pero en poquitas semanas todas de vuelta de pie porque si no sale hoy, el año que viene vamos a insistir y si no sale el año que viene insistiremos el otro». Y cerró: «Será ley, habrá ley contra viento y marea”.
Conscientes del desafío que implica tumbar al conservadurismo, a la ultraderecha y a la Iglesia católica, que tanta influencia tiene en el país del Papa Francisco, las jóvenes saben que no están solas en esta pelea. María José lo expresa con cierta emoción: “Estamos en toda Latinoamérica con la misma lucha porque esto nos pasa a todas. El mundo está revolucionado con las mujeres al frente y son las pibas [chicas jóvenes] quienes están poniendo el pecho a todo esto”.