El próximo 25 de noviembre es el Día Internacional contra la Violencia de Género, efeméride cuyo origen tuvo lugar en Latinoamérica en 1981, y que posteriormente la ONU propuso conmemorar hace casi veinte años.
La violencia de género se define como todo tipo de violencia ejercida contra las mujeres por el hecho de serlo, y constituye uno de los problemas de mayor magnitud a los que se enfrenta la sociedad actual, lo que hace necesaria la conmemoración de este día y la puesta en marcha de estrategias para combatirla. Para ello, es de vital importancia desarrollar actuaciones desde el ámbito educativo.
La mayoría de las personas, cuando piensan en violencia de género, la identifican fácilmente con el maltrato físico hacia una mujer por parte de su pareja o expareja. Y es cierto que una de las manifestaciones más visibles de la violencia de género es el maltrato físico, pero no es la única. No podemos olvidar otras como el maltrato psicológico, sexual o el económico, además de que no tienen por qué darse únicamente en el ámbito de la pareja o expareja. La violencia de género se manifiesta de otras muchas formas, también conocidas, como la mutilación genital, el matrimonio forzado, el tráfico de mujeres, etc. Sin embargo, también tiene otras manifestaciones menos conocidas o que pueden pasar más desapercibidas, como son la violencia institucional, la violencia obstétrica, el acoso callejero o el acoso sexual en el ámbito laboral o en el educativo.
Esas manifestaciones más graves de la violencia de género y, por tanto, reflejo del sistema patriarcal en el que vivimos, tienen su base en esas otras violencias más sutiles o menos visibles que tienen lugar en todos los ámbitos en los que nos desarrollamos como personas, incluida la escuela.
Diversas investigaciones han puesto de manifiesto que entre parejas y exparejas adolescentes tienen lugar situaciones de violencia de género, y que éstas tienen lugar a edades muy tempranas. Cada año hay más denuncias de casos de chicos menores que ejercen violencia de distintos tipos contra sus parejas, exparejas, compañeras… Hay quien interpreta estos datos como si estuviera habiendo un repunte en las agresiones, como un indicador de que está aumentando la violencia de género a estas edades. Sin embargo, también podemos considerar que en los últimos años se está visibilizando más esta problemática, que las y los adolescentes cuentan cada vez con más herramientas para su detección y denuncia, y que la sociedad en general está tomando conciencia de la magnitud de la cuestión. En este sentido, es fácilmente reseñable que las adolescentes y jóvenes están asumiendo protagonismo en la propagación de la lucha feminista, y que cada vez les cuesta menos identificar todos los tipos de agresiones a las que se ven sometidas en el día a día. No sólo son conscientes e incluso conocedoras de situaciones de violencia de género entre sus conocidas y amigas, sino que reconocen otros tipos de violencia fuera de la pareja, como las agresiones sexuales por parte de amigos y conocidos, el acoso callejero, etc. Están participando activamente de los movimientos de apoyo a víctimas de violaciones, agresiones y maltrato, lo que anima a otras mujeres a denunciar estos casos y a luchar en su día a día. También algunos chicos, empujados por sus compañeras, amigas, familiares y por sus propias convicciones y valores sobre la sociedad que quieren, están participando activamente en este movimiento de denuncia, y están desempeñando un papel relevante en la toma de conciencia de sus iguales. Es evidente, por tanto, que los y las más jóvenes están señalando la problemática y están demandando más formación y concienciación.
Si partimos de la idea de que la violencia de género es una pirámide o iceberg del cual sólo somos conscientes de lo que ocurre en la cima, hay muchos aspectos que nos pasan desapercibidos y que sirven como base para esas manifestaciones de violencia, sutiles o más evidentes, de las que hablábamos anteriormente. En esa base podemos identificar, por ejemplo, el lenguaje que empleamos, los espacios en los que nos movemos y la utilización que hacemos de ellos, los conocimientos y las labores que ponemos en valor en esta sociedad (que dejan al margen aquellos que surgen de las mujeres, que invisibilizan las tareas de cuidados, que excluyen las emociones del discurso…), o los mandatos sobre cómo debemos relacionarnos unas personas con otras en función del género, la orientación, la identidad, el origen, la racialización, la clase, las capacidades, etc.
Es decir, para que tengan lugar situaciones de violencia de género, hay un sistema que las está sosteniendo (del cual todas las personas somos partícipes). Si tenemos en cuenta que, desde los primeros años de vida, la escuela es uno de los contextos de socialización más importante de niños y niñas, y a través de las dinámicas que tienen lugar en ella podemos estar transmitiendo y repitiendo esas pequeñas violencias más sutiles, es necesario tomar conciencia de cómo ocurre eso para poder cambiarlo. Por ello, necesitamos contar con estrategias concretas para, por un lado, facilitar esa toma de conciencia propia y de las personas de nuestro alrededor (incluyendo al profesorado, al alumnado, las familias…) y, por otro, para aprender a detectarlas y poder frenarlas.
¿Y con qué herramientas contamos para ello? Diversos organismos y colectivos están elaborando multitud de guías y recursos para detectar situaciones de violencia entre los y las más jóvenes, y para prevenir y educar para la igualdad desde una perspectiva de género. Muchas de estas implican directamente al profesorado como agentes educadores con los que es imprescindible contar en esta labor. Entre ellas, podemos destacar la Guía de buen trato y prevención de la violencia de género. Protocolo de actuación en el ámbito educativo, elaborada por la Junta de Andalucía; o el material para profesionales del ámbito educativo de la campaña “Hay salida” para la prevención de la violencia de género en la adolescencia, desarrollado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
Otra de estas herramientas ha sido elaborada por el grupo de género de FUHEM: la guía 71 propuestas para educar con perspectiva de género, que recoge varias estrategias que podemos poner en marcha en los centros educativos en todos los niveles. Esta guía nos ayuda a que reflexionemos y analicemos la realidad educativa actual desde una perspectiva de género. Pero, sobre todo, es un documento que nos invita a la acción, a poner en marcha estrategias específicas en nuestro contexto educativo. En concreto, propone actuar partiendo de cuatro aspectos fundamentales: el reconocimiento de la diversidad, el reconocimiento de las mujeres, la valoración y corresponsabilidad en los trabajos de cuidados, y la convivencia democrática y el empoderamiento feminista. Estos cuatro aspectos se concretan, a su vez, en propuestas en distintos ámbitos relevantes: los objetivos y contenidos del currículo, la metodología y organización del aula, las relaciones, los espacios, el lenguaje y los materiales didácticos. Todas las propuestas persiguen hacernos más conscientes de cómo funcionan nuestras aulas y centros escolares desde la perspectiva de género, identificando esos aspectos de la base de la pirámide en cuya cúspide está la violencia de género.