El convulso e impredecible siglo XXI, del que aún no tenemos suficiente perspectiva histórica para calificar, nos permite introducir, desde nuestro pensamiento feminista y creativo, algunas hipótesis en forma de dudas o preguntas. No tenemos certeza de la dinámica que tomarán los acontecimientos sociales, culturales, políticos o económicos. Podemos inferir algunas consecuencias, avistar algunos itinerarios, deducir algunos hechos que se vayan a producir, derivados de otros que ya se producen. Pero, sin duda, no tenemos la bola de cristal para avistar lo que aún no ha ocurrido.
En el asunto de las mujeres y nuestros derechos ocurre esto exactamente: del acceso de las mujeres a derechos civiles, políticos y sociales se dedujo, en su momento, el fin de las desigualdades institucionales, jurídicas e, incluso, cotidianas. De la consideración de las mujeres como ciudadanas equiparables a los varones se esperaba el fin de la división sexual del trabajo y un trato igual para trabajo igual, el reparto de tareas domésticas y de cuidados y la consiguiente variación de los proyectos de vida en los jóvenes varones y mujeres. Del acceso de las mujeres a todo tipo de conocimientos, incluidos los más difíciles y especializados, se infería que ellas iban a tener una representación equilibrada en todos los ámbitos del saber y del poder. Se pensó que sólo sería cuestión de tiempo.
Transcurrió todo el siglo XX, al que podríamos llamar por derecho propio “el siglo de las mujeres” porque supuso un antes y un después en los derechos y oportunidades de las mujeres de buena parte del mundo (aunque no en todo el planeta) y también se hallaba bajo la influencia de las ideas de progreso lineal, continuo y ascendente.
El siglo XX iba arrastrando consigo una cierta ruptura de la división sexual del trabajo y de los espacios de reconocimiento y también una esperanza de que cada individuo, hombre o mujer, podría realizar proyectos de vida cada vez más elegidos y singulares, respecto a sus estudios, ocupaciones profesionales, formación de pareja y/o familia, dedicación a actividades y aficiones diversas en el tiempo libre, movilidad geográfica, disfrute de bienes culturales, etc…
Todo ello estaba significando pasos de gigante y, en el caso de las niñas, las jóvenes y las mujeres adultas de todas las edades, mucho más, pues salíamos de prohibiciones y prescripciones rígidas e innegociables que acarreaban castigos de marginación y apartamiento. Las mujeres nos fuimos apropiando de la parte sustraída y negada de lo humano, que también nos correspondía como humanas: espacios, tiempos, tareas, habilidades, rangos, títulaciones, etc…
Por eso podríamos decir que el siglo XX fue el siglo de las mujeres. Lentamente y de forma imparable íbamos saliendo de las madrigueras, de la hibernación y lográbamos cambiar progresivamente esa vieja piel dentro de la cual se nos había relegado a un solo espacio y oficio: el hogar y la condición de madresposas. Esta apertura de puertas, que habían perdido candados y llaves, invitaba a empujar y a ampliar el mundo. Se podía descubrir algo distinto y atractivo del otro lado, no sólo conocer dentro de los límites de la prudencia, decencia y oportunidad. Muchas mujeres empezamos a salir sin compañía masculina e, incluso, solas, a viajar, a trabajar, a acudir a distintos tipos de espectáculos o lugares de ocio y esparcimiento.
Se había producido una revolución silenciosa pero muy visible en las costumbres y modos de vida, acompañada de unos profundos cambios legislativos, tecnológicos e ideológicos, que permitían pensar y desear que las mujeres fueran seres humanos completos, con derechos, oportunidades y deberes equivalentes a los hombres.
Acabó el siglo XX y de todos estos cambios copernicanos, impensables para generaciones anteriores, que habían soportado prescripciones de género insoslayables y estáticas, no se derivó un proceso allanado y muchas secuelas se quedaron ahí para dificultar el fin del larguísimo período de las vindicaciones feministas en pro de la libertad, dignidad, presencia, representación, reconocimiento, voz e igualdad para las mujeres todas. Simplemente se fueron logrando parcelas de la igualdad formal.
Las secuelas que la enfermedad del sexismo va dejando se refieren tanto a aspectos materiales como simbólicos e ideológicos y son las que deberían constituir la agenda feminista del siglo XXI.
Tendremos que recordar, para terminar, la mayoría de cuestiones que tendrán que completar el ciclo de acceso de las mujeres a derechos y oportunidades, trato y condiciones, sin valores restados, sin conceptos y tratos denigrantes, sin carencias constatables en la representación, sin discusión ante las evidencias de desigualdad y aprobar las asignaturas pendientes, como son:
- La persistencia de la educación y socialización sexista.
- La violencia específica ejercida sobre las niñas, las jóvenes y las mujeres.
- El déficit de respeto y representación.
Y, seguramente, mucho más que irá surgiendo a lo largo del presente siglo, aunque este valdría como un buen programa de mínimos.