Se escucha con frecuencia que las TIC (tecnologías de la información y comunicación), en general, y los dispositivos móviles en particular, están cambiando los modos de ser, vínculos, usos y costumbres. Y a su vez, que los y las jóvenes viven pendientes de las redes sociales, quedando así sus docentes, padres o madres, ante el complejo desafío para poder guiarles, acompañarles y cuidarles.
Pero, ¿esto es así? ¿Son las tecnologías digitales las que provocan los cambios en nuestra sociedad? ¿O acaso es la sociedad en su conjunto la que desde hace tiempo demandaba este tipo de cambios (y el desarrollo por consiguiente de estas tecnologías)?
El planteo que se propone a continuación hará un breve repaso por los cambios históricos en la relación de los cuerpos con las tecnologías con un doble objetivo: por un lado, para desterrar el miedo, la parálisis, el rechazo o la resignación que provocan las pantallas y, por el otro, para brindar fundamentos a quienes trabajan junto a niños, niñas y jóvenes que les permitan entender críticamente la realidad y crear estrategias para modificarla.
Hacia fines de la década del ’60, Guy Debord publica La sociedad del espectáculo, texto en donde manifiesta cómo las imágenes y las apariencias empezaban a ser determinantes en la sociedad. Contemporáneo al surgimiento de medios como la TV o la radio, y en medio del boom de la publicidad, Debord sostiene que “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. En otras palabras, los vínculos sociales entre las personas comenzaban a verse espectacularizados, entendiendo al espectáculo como “una función o diversión pública capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos”.
Aquí comienza a notarse una transición entre una vida de interioridad (algo característico de la sociedad moderna), hacia una vida en función del exterior, en donde los otros y su mirada influencian y determinan los modos de ser de las personas. Una transformación que va desde el ser, al tener y luego al parecer.
Sumado a esto, el sociólogo y psicólogo David Riesman, en su investigación La muchedumbre solitaria de 1950 ya anticipaba las mutaciones del carácter social de la sociedad norteamericana. Riesman habla de un pasaje de un modo de ser intradirigido o intraorientado, hacia una personalidad alterdirigida, orientada hacia los otros. La verdad comenzaba a emerger de la mirada ajena.
Estas mutaciones sociales y culturales fueron provocando nuevas formas de construcción de sentido. A su vez, comenzaron a preparar el terreno para nuevas formas de socialización y nuevas necesidades o demandas de la sociedad. Los grandes medios de comunicación penetraban en las casas e influían en las vidas cotidianas de las personas. Los deseos, gustos y aspiraciones no volverían a ser los de antes. Sin embargo, este tipo de tecnologías analógicas solamente permitirían desarrollar usuarios pasivos, consumidores de estos medios.
Desde la llegada de los blogs (ya en la era de internet), en los albores del siglo XXI, comenzaron a manifestarse una serie de transformaciones radicales en la sociedad contemporánea. La novedad principal se basó en brindarles a los usuarios la posibilidad de participar activamente del mundo de la información.
Para referirse a ello, la antropóloga argentina Paula Sibilia introduce el concepto de “extimidad”, un proceso de exhibición permanente de la intimidad en un espacio público como la web. Años más tarde, llegarían las redes sociales, las cuales funcionarían como “vidrieras” o “vitrinas” en palabras de la autora. En estos nuevos espacios de información, pero también de comunicación, los cuerpos comenzaron a verse expuestos a la mirada del otro. Las personas, usuarias de estos servicios, se vieron convocadas a performar, como “maniquíes disfrazados” puestos en exhibición. Esta manera de presentarse ante los demás, en la visibilidad, podría verse perfectamente como una actuación. Al ser vitrinas o vidrieras, las redes también permitieron que el otro pase y mire, otorgando su feedback (comentario, like u otra interacción) pudiendo así completar el círculo (legitimando o no la construcción del usuario como personaje). Vale destacar que este fenómeno tan cotidiano y naturalizado de la actualidad, no tiene más de 10 años desde su popularización.
El panorama actual plantea entonces una serie de interrogantes: ¿en qué medida la sociedad es consciente de estos procesos? Si consideramos que el éxito de internet se basó principalmente por satisfacer deseos y necesidades preexistentes, ¿en qué medida las redes sociales son responsables de todos los males de la sociedad como suele escucharse? ¿El problema acaso no estará en la manera en que se utilizan estos servicios? ¿Existen en la actualidad posibilidades de hacer un uso consciente y positivo de estas tecnologías?
En la comunidad docente -y en el mundo adulto en general- hay quienes viven resistiéndose a las herramientas digitales. Otros las ignoran o rechazan, los hay quienes las usan sin reflexión, pero también aparecen cada vez más grupos de personas que intentan analizarlas, para poder utilizarlas en pos del desarrollo humano en general, y de los jóvenes en particular. No existen recetas mágicas para lograr un uso consciente, responsable, crítico o creativo de las pantallas digitales. Pero sí existen desde la reflexión y el análisis contextual varios caminos para poder utilizar estas tecnologías como herramientas o medios, en vez de como fines en sí mismas. Lo que sí queda descartado, es la posibilidad del abandono, de negarlas como espacios fundamentales de la actualidad.
Solo humanizando la tecnología es que se podrá comprender el presente e influir en el futuro de las y los jóvenes (y sus vínculos con lo digital). Las respuestas a todos estos interrogantes están en la definición de los propósitos u horizontes que se propongan los adultos respecto al desarrollo de las personas en la era de las pantallas digitales.