Un partido político de extrema derecha viene impulsando una campaña llamada “pin parental” en la que reclama a los directores de los colegios “solicitud de información previa y autorización expresa”, para poder desarrollar contenidos curriculares sobre “cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales socialmente controvertidas o sobre la sexualidad…”. El temor de estos herederos de las esencias de Don Pelayo es que el hijo o la hija “puedan ser adoctrinados en la ideología de genero”.
No dedicaré una sola línea a argumentar sobre la enorme impregnación ideológica de los curricula escolares. Los análisis sobre los contenidos en los libros de texto vienen mostrando que el arquetipo viril, la mirada eurocéntrica, los modelos sociales consumistas, las economías desarrollistas, insostenibles y antiecológicas, el clericalismo, o una interpretación restrictiva de la sexualidad, entre muchos otros vectores ideológicos motrices del patriarcado y el capitalismo, están presentes en los textos escolares. Presencias sobre las que el partido que lideran unos señores que van a caballo ni se ocupa ni se preocupa.
Sin embargo, la inquietante propuesta de este partido conservador me ha provocado el recuerdo de un emblemático proyecto curricular en el Reino Unido durante los años 60: el Humanities Curriculum Project. Precisamente aquella propuesta curricular que lideraba Lawrence Stenhouse, en contra de lo que se propone ahora por la extrema derecha, asumía que la escuela debe tomar en sus manos el estudio, la discusión y el análisis de las cuestiones humanas controvertidas. La idea central de este proyecto curricular era que los temas controvertidos deben ser tratados en clase desde el diálogo reflexivo y el uso de documentación, fuentes primarias y secundarias, que nos ayuden a comprender la divergencia, protegiendo los diferentes puntos de vista de la alumnado.
Mi estudio del HCP y de la obra de Stenhouse me ayudó a preguntarme sobre el sentido del conocimiento seleccionado en el curriculum, sobre las políticas de esa selección y sobre las posibilidades que abre o cierra en un sentido emancipatorio. Siempre he cuestionado la parcelación curricular y una forma prediseñada y empaquetada del curriculum que alejaba al sujeto aprendiz –pero también al sujeto docente– de su experiencia particular, de las problemáticas vividas en el cotidiano, y que hacían más difícil el análisis, la comprensión integral y la lectura crítica de la experiencia vivida. La propuesta de Stenhose, basada en centrarnos en los asuntos humanos que preocupan en cada momento, ayudaba precisamente a que siendo preocupantes y de actualidad, pudiéramos dotarnos de competencias para su comprensión, democratizando la institución escolar con el cultivo de un conocimiento crítico que ayude a mejorar la sociedad.
En nuestro contexto, el Humanities Curriculum Project fue conocido a mediados de los años 80 durante las diferentes políticas de reforma curricular que se intentaron. Le acompañaba la idea de que el profesor debía convertirse en un investigador del currículum y problematizador de su propia práctica. A aquello no se le hizo mucho caso y continuó hegemonizando el currículum la fragmentación disciplinar y el libro de texto. Sin embargo, hay profesoras y profesores que siguen impulsando el debate, el diálogo constructivo, facilitando que el aula pueda convertirse en un laboratorio de ciudadanía democrática. No lo tenían fácil antes de que llegaran estos señores a caballo. Pero ahora, con estas ocurrencias del “pin parental” tendrán que generar nuevas estrategias para continuar trabajando con el alumnado el pensamiento reflexivo y crítico. Al fin y al cabo, entrenamiento en encontrar alternativas a la burocracia autoritaria tenemos de sobra.