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Los menores extranjeros no acompañados (MENA) como ninis a la deriva. Como vándalos que atemorizan respetables ancianas. Desarraigados sin ley ni afán integrador. Delincuentes por vocación. Inmorales que roban, violan y agreden con alegría. Absolutamente todos ellos. Sin excepciones ni matiz alguno.
En el epicentro del estigma se halla el Centro de Primera Acogida (CPA) de Hortaleza (Madrid). La ultraderecha convirtió hace unos meses esta residencia-escuela en su diana antinmigración. El discurso alarmista, casi apocalíptico, caló entre amplios sectores. Se habló mucho de granadas sin explotar y de navajas. De disolvente esnifado y kabuki (mezcla de hachís y benzodiacepinas). Y poco, muy poco, de educación. “Engrosamos la página de sucesos”, resume Ana Pérez Vaquero, educadora social en el CPA.
Quedamos con ella y su compañero Jose Santos en una cafetería del centro de Madrid. Tras esa sobredosis de amarillismo, la exposición mediática del centro como institución está bajo mínimos. Visitarlo es misión imposible. Tampoco logramos hablar con la directora de la escuela, que depende de Educación. Nuestros intentos se pierden entre llamadas infructuosas a la Dirección de Área Territorial de Madrid-Centro y correos sin respuesta a los responsables de prensa de la Consejería.
Santos y Pérez Vaquero insisten, antes de explicar la acción educativa del centro, en aclarar confusiones frecuentes. Ante todo, Hortaleza no es un lugar exclusivo para MENA. Allí se acoge, en principio, a todo tipo de menores de entre 15 y 18 años que requieren cobijo administrativo. Además, su denominación ‘primera acogida’ resulta clave para entender lo que allí ocurre (y, más importante, lo que no debería ocurrir). “Lo equiparamos a las urgencias de un hospital. En teoría, nuestra labor pasa por observar, valorar y derivar a los chavales a otros lugares”, explica Santos.
Proyecto migratorio
El recorte en la red de plazas de destino específicas para MENA -donde aterrizan una vez han pasado por el CPA- está provocando un efecto embudo. Red que componen, básicamente, el Centro de Adaptación Cultural y Social (Cacys) Manzanares y pisos tutelados u otras modalidades de convivencia. “En 2008 se anularon 300 plazas; ahí está el huevo de la serpiente”, cuenta Pérez Vaquero. Como no hay dónde enviarles, algunos llegan a estar en Hortaleza más de un año. El centro fue concebido para 32 chavales. Ahora son casi 80; en 2019 se superaron los 140. “Hemos pasado de una metodología basada en la individualidad a hacer valoraciones grupales”, añade Santos.
Este desbordamiento implica, a su vez, que los adolescentes madrileños separados de sus familias por conflictos de toda índole (es decir, los que no son MENA) ya no van a Hortaleza. Acceden directamente a su propia red de protección “sin haber sido estudiados por nuestro equipo multidisciplinar de psicólogos, personal médico, técnicos de tutela, educadores sociales, profesores…”, continúa Santos. Pérez Vaquero alerta del riesgo de que este perfil se cronifique en ausencia de una intervención “intensiva” temprana: “Las primeras semanas son clave; es entonces cuando valorábamos cada caso y mediábamos con la familia, procurando, siempre que fuera posible, que el chaval volviera a su casa”.
Así que en los últimos tiempos Hortaleza se está convirtiendo, de facto, en un centro solo para MENA. Un colectivo de por sí tremendamente diverso, con 39 nacionalidades y experiencias variopintas. Hay muchos magrebíes, pero también subsaharianos, asiáticos… “Nuestra principal herramienta de trabajo es Google Translator”, dice (medio) irónico Santos. Aproximadamente tres de cuatro son chicos.
En ese puzzle policromático, un elemento constante cohesiona a la gran mayoría. “El 90% vienen a España con un proyecto migratorio positivo. La gran injusticia ha sido asociar al conjunto con una minoría disruptiva”, asegura Pérez Vaquero, que rechaza tanto la criminalización del menor extranjero por el hecho de serlo, como el “buenismo” que niega si quiera que esa minoría exista. O que, si acaso, la victimiza porque, en el fondo, se trata de “seres angelicales”. Hay, explica, un 10% de chavales conflictivos que “generan un modelaje muy perverso y crean un efecto contagio entre el resto”.
Pérez Vaquero no se anda con medias tintas al reclamar una “respuesta conductual y legal muy potente” que impida que unos pocos logren “envenenar” el ambiente dentro y fuera del CPA y, al final, amparen la “xenofobia”. Quizá, reflexiona, “algunos vecinos tienen derecho a estar enfadados”.
La rutina como eje
El enfoque pedagógico de Hortaleza -procurando siempre la máxima sintonía entre escuela y residencia- gira en torno a un eje inamovible: estructurar el tiempo. Horarios estrictos y lugares fijos. Organización sustentada en la reciprocidad derechos/deberes. La masificación, advierten, está tensando la cuerda de este principio básico. Y demasiadas veces se rompe.
(Pérez Vaquero) “Cuando teníamos 30 y pico chavales, todo funcionaba a la perfección. Hasta nos dieron una mención de excelencia educativa”.
(Santos) “Hay espacios de formación que se han ido llenando de literas, espacios de ocio [futbolín, etc.] repletos de colchonetas. Cuando quieres dar un taller, te tienes que ir al comedor. Y cuando toca comer, hay que hacer varios turnos. Tú intenta hacer una dinámica de grupo afectivo-sexual con 50 chavales…”.
Encontrar soluciones creativas de urgencia deviene a veces en norma. Frente a precariedad, los profesionales de Hortaleza trabajan en un encaje de bolillos sin fin. Son muchos y muy complejos los frentes educativos abiertos. Los chavales aprenden a convivir mientras manejan su propia autonomía: cuidado personal, limpieza, cocina. Han de gestionar su dimensión psicoemocional y problemas concretos consecuencia de vidas al límite. Deben hacer frente al papeleo imprescindible para estabilizar su situación en España.
Y claro, tienen que formarse. Adentrándose en el español mientras se preparan para un futuro laboral inminente. Idioma y FP son los leit motiv de una batería de intervenciones que combina educación formal y no formal como caras de la misma moneda.
(Pérez Vaquero) “La alfabetización que hacemos bebe mucho de [Paulo] Freire y [Maria] Montessori. Se trata de asociar el aprendizaje del idioma a la emancipación personal, a la vida cotidiana, a lo vivencial y lo manipulativo”.
(Santos) “La mitad, más o menos, van a la escuela; el resto intentamos que estén escolarizados en una UFIL (unidad de formación e inserción laboral), aunque hay las plazas que hay. Cuando esto no es posible, acuden a talleres que diseñamos nosotros”.
Cuando teníamos 30 y pico chavales, todo funcionaba a la perfección. Hasta nos dieron una mención de excelencia educativa
Para la faceta puramente integradora -esencial entre los MENA-, el CPA ha hilvanado lo que Pérez Vaquero llama una “red de desarrollo comunitario”: espacios externos formativos y de ocio “no consumista”, salidas culturales, convenios con entidades como la Fundación Real Madrid. El deporte, cuenta la educadora, se antoja (especialmente en Hortaleza) una “herramienta educativa muy poderosa”, con su fusión de sociabilidad, compañerismo y respeto a las normas.
Santos y Pérez Vaquero claman por un profunda revisión del “modelo de integración social” que impera en los últimos tiempos. Con toda su heterogeneidad, los MENA como colectivo podrán insertarse y desarrollar su potencial si atendemos, precisamente, esa individualidad mediante “itinerarios de integración personalizados”, apunta Pérez Vaquero. En Hortaleza, la prioridad pasa ahora por mantener a flote una sensación de normalidad y respeto. Que no es poco.
Cuando droga y conflicto van de la mano
Casi todos los chavales que crean problemas graves en el CPA Hortaleza arrastran trastornos de adicción. Algunos, además, huyeron de su país para escapar del control paterno, sin un horizonte claro más allá. Ambas circunstancias se combinan para generar entre esa “minoría disruptiva una sensación de que son anómicos, de que pueden hacer lo que les dé la gana”, asegura Pérez Vaquero. La fantasía de que uno está por encima del bien y del mal, añade, dificulta tremendamente la propia integración.
Desde Hortaleza están hartos de repetir a las administraciones que allí no pueden atender debidamente a adolescentes adictos o con otro tipo de trastornos. Que estos tienen que ir a centros especializados o que, en caso de que no acepten voluntariamente, habrá que adoptar con ellos medidas más drásticas. “Es casi imposible controlar aquí a chavales con problemas de consumo o una patología mental. Nuestra misión pasa por detectar el problema, no por tratarlo”, añade Santos.
No haber dado salida adecuada a estas tensiones explica, en buena medida, que la ultraderecha haya podido escupir argumentos al atacar despiadadamente a los MENA en su conjunto. Residentes y trabajadores han vivido con rabia y tristeza la criminalización del colectivo orquestada por Vox, así como el consiguiente circo mediático. “Hemos sido la excusa de un show social”, explica Pérez Vaquero. “A los educadores nos han grabado minuto y medio, y luego los tertulianos se han explayado sobre el tema, entre sus opiniones sobre moda y ‘Supervivientes’. El tema requiere menos manipulación y demagogia, y más acción”.