Como pediatra y ciudadano, he leído con preocupación y cierta ilusión las nuevas declaraciones y posicionamiento del Ministerio de Educación respecto a la reapertura escolar del nuevo curso.
Cierta ilusión porque se ve que son capaces de reflexionar ante las críticas por parte de la ciudadanía organizada y desdecirse en pocas horas o días de plantear ciertas medidas que hacen poco plausible cualquier vuelta a una escolarización sosegada y razonable.
Preocupación por ver lo errático y poco fundamentado de algunas de las decisiones que plantean.
Desde el principio de la crisis y sin que hubiese nada científico ni epidemiológico publicado sobre la idea de que los niños eran más contagiosos que los adultos, ni de que jugasen un papel fundamental en la propagación de este virus, se ha permitido y alentado desde instancias gubernamentales difundir la idea contraria: hacer creer que la infancia era la gran propagadora del virus, que enfermaba con frecuencia y contagiaba a los adultos, estigmatizando de manera feroz a niños y niñas. Un efecto colateral y nefasto de esta política ha sido que la población, en especial las madres y padres, ha acabado convencida de que, además de contagiarse y contagiar, los niños pueden morir con facilidad.
Nada más lejos de la realidad: la analogía inicial con la gripe en la que se basó toda esta hipótesis ha resultado ser falsa, y todos los datos científicos publicados y la realidad epidemiológica de todos los países coinciden en que niños y jóvenes por debajo de los 20 años, se contagian poco y mayoritariamente bien, es decir, con pocos o ningún síntoma; contagian a los demás muy poco y han sido excepcionales en todo el mundo los fallecimientos en este grupo etario. Todo lo contrario a lo que ocurre con otros virus respiratorios invernales.
Pues bien, esto no ha querido reconocerse hasta ahora y, cada vez que alguno de esto conceptos, difundidos en los medios científicos desde casi el primer momento, se abría paso tímidamente en alguna noticiario, un aluvión de noticias anecdóticas y mal contrastadas, de cariz amarillista y sensacionalista volvían a sembrar dudas, miedo y confusión entre la población. El miedo desencadenado va a dificultar sobremanera el retorno escolar tranquilo; de hecho, entre los numerosos centros que se han negado a reabrir en el final del actual curso escolar y el gran absentismo escolar detectado en los que sí han retomado la actividad, la situación está lejos de normalizarse.
Se han llegado a pervertir conceptos médicos básicos como el de “asintomático”, convirtiéndolo en lo peor que puede ser una persona: asintomático. Cuando lo cierto es que si no tienes síntomas, es decir, si no toses o estornudas, tienes menos probabilidad de contagiar a los demás. El resultado de esta confusión de significado es que los niños, grandes afortunados por ser con frecuencia asintomáticos para este virus, pasan a ser considerados como el gran peligro social.
Tampoco se ha dado una explicación clara de la escasa protección real otorgada por las mascarillas y se ha primado el uso del irritante gel hidroalcohólico frente al tradicionalmente efectivo y recomendable lavado de manos con agua y jabón.
Dicho esto, es fácil entender que las medidas que ahora se proponen siguen influidas por conceptos equivocados y tratan de compatibilizar el miedo sentido y diseminado entre familias y profesorado con la realidad de una escuela muy tocada por esta pandemia. Se están anteponiendo dudosos y cambiantes criterios epidemiológicos o cicateros criterios económicos a los pedagógicos que deben regir en la educación, a los derechos de la infancia e, incluso, al más básico sentido común.
Si, como sabemos, la infancia es un estrato de la población que se contagia y contagia de modo ínfimo y padece la enfermedad de modo leve y juega un papel tan poco relevante en la evolución de la pandemia, ¿por qué hasta ahora se ha estado condicionando todo el programa de retorno escolar y las actividades colectivas de niños y niñas a disponer de una vacuna segura contra este coronavirus, vacuna que, además, puede tardar bastante tiempo? ¿Cuáles son los criterios para aconsejar hoy un número más elevado de alumnos por aula que ayer?: ¿Epidemiológicos?, ¿Pedagógicos?, ¿Economicistas?
Poco o nada diferencia desde el punto de vista epidemiológico a una criatura de 9 años de otra de 11 ¿Por qué unos deben llevar mascarilla y otros no? A la vista de la descuidada e ineficaz manera de cómo llevamos las mascarillas los adultos por la calle y por las terrazas de bares y restaurantes, ¿creen, de verdad, que las complicadas normas de uso de mascarillas según la cambiante ubicación del alumnado van a entenderse y respetarse?
La nueva normativa prioriza los espacios al aire libre para la realización de las actividades educativas y de ocio, en lugar de los cerrados, pero, sin embargo, el Gobierno solo prevé habilitar espacios alternativos en los centros educativos, como gimnasios, bibliotecas, salas audiovisuales o salas de música, sin contar con espacios naturales como parques o jardines cercanos.
La redacción de la gestión de los “posibles casos” denota un espíritu temeroso y falto de información ante el virus que va a contribuir a aumentar la ansiedad entre el profesorado. A fin de cuentas este virus respiratorio comparte sintomatología común a la del resto de virus estacionales: fiebre, tos, estornudos, mucosidad naso-faríngea, etc., muy frecuentes en invierno y primavera. Si el profesorado tiene que estar pendiente y poner en marcha un riguroso protocolo de actuación ante cada estornudo de los alumnos, la actividad escolar va a verse muy mermada.
Lo que me llama globalmente la atención es cómo para los centros escolares (cuya implicación en la evolución de la pandemia es negada por los datos disponibles), se han decretado medidas tan exhaustivas, rigurosas y difíciles de compatibilizar con la propia actividad escolar, mientras que para acudir a bares y restaurante no se ha hecho nada parecido. Y cómo, el detalle no se deja en manos de la propia comunidad educativa y de las AMPA.
El mal es de fondo, de una gestión apoyada en el miedo. Hasta que no se haga un pedagogía sana y veraz de lo qué ha pasado y de cuál es la realidad epidemiológica de niños y jóvenes seguiremos asistiendo a la implantación de normas de difícil comprensión y aplicación. Es precisa una gestión emocional tranquilizadora, una gestión del virus del miedo y una perspectiva pluridisciplinar por parte de las comisiones de expertos.
Dr. José María Paricio Talayero. Pediatra