Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Escribir en estos días sobre cómo se está desarrollando el inicio del nuevo curso en los centros educativos resulta más difícil que nunca, al menos, por dos motivos.
En primer lugar, porque las vivencias de cada uno de los profesores y profesoras, del alumnado y de las familias no pueden abarcarse en toda su complejidad y menos aún ser reducidas a unas tendencias más o menos generales. Por mucho que haya quienes lo pretendan, basándose por lo general en su propia percepción, se equivocan o resultan muy poco objetivos.
Y, en segundo lugar, porque lo que escribamos hoy tal vez tengamos que rectificarlo mañana mismo: cada día aparece una nueva noticia, instrucción o protocolo en una escalada que parece no tener fin y que, a menudo, forma parte de un galimatías casi imposible de descifrar. A diario enfrentamos una nueva necesidad, tomamos una decisión nueva o rectificamos otra, planificamos hasta que uno de esos protocolos nos dice que no, que la situación ha cambiado; o nos vemos obligados a quedarnos en casa como consecuencia de una no siempre precisa recomendación sanitaria.
En todo caso y por difícil que resulte tener una visión global ajustada y más o menos situada en el tiempo, lo que sí parece claro es que en casi todos los centros educativos vivimos un momento de incertidumbre, de duda, de expectación y, en bastantes casos, de ansiedad y hastío. El profesorado ha desarrollado movilizaciones para reivindicar lo que es justo: un comienzo de curso en las mejores condiciones que sean posibles dentro de esta anómala situación y un compromiso real de las Administraciones con las escuelas y con quienes constituyen sus comunidades educativas.
La situación vivida el pasado curso, extraña y difícil, nos dejó diversos aprendizajes y seguramente algunos cambios en la manera de relacionarnos con nuestra profesión. Se han escrito ya muchas cosas y sería ocioso resumirlas, aunque puede que no esté de más advertir sobre el peligro de confundir algunas conclusiones de los estudios llevados a cabo con los cantos de sirena a los que se han sumado de buen grado las empresas tecnológicas y de servicios, en su afán por profundizar en lo que consideran el gran “pastel” educativo, con una anuencia más que notable de los responsables políticos.
A muchas y muchos también nos ha dejado una sensación de oportunidad perdida.
La necesidad y la posibilidad real de hacer una profunda revisión de los absurdos currículos; de cambiar nuestra forma de enseñar y evaluar; de aprovechar esta situación para dar un giro a los contenidos y trabajar en aquello que, de verdad, es esencial para la convivencia, la colaboración, la ayuda mutua y la preservación de nuestro planeta, parece haber quedado reducida a la discusión sobre si es recomendable o no colocar cámaras en el aula, cambiar los horarios para renunciar a comer en el colegio o evitar que los niños y niñas se toquen o se acerquen demasiado.
En este momento y puede que a lo largo de unos cuantos meses, nos va a ser difícil reencauzar el debate pedagógico hacia lo que de verdad importa. Pero también hay muchas razones para la esperanza y la confianza que conviene tener en cuenta.
Porque si hay algo que hemos percibido en este inicio del curso es que una buena parte del profesorado no está dispuesta a perder la ilusión y las ganas de retomar sus tareas habituales; de ponerles cara –a pesar de la mascarilla– y nombre a sus nuevos alumnos y alumnas, y de reencontrarse con aquellos a los que dejaron de ver hace ya tantos meses. Lo hemos presenciado en muchos colegios y creo que las familias, en muchos casos, han podido mitigar, al menos un tanto, la angustia que podría generarles la vuelta al colegio una vez que han comprobado el talante y la buena disposición con la que el profesorado ha acogido a sus hijos e hijas.
La preocupación ante el nuevo curso nos llevó, a comienzos del mes de julio, a realizar una encuesta entre el profesorado de FUHEM para recapitular sobre la situación vivida y las perspectivas de cara a este año. No sé si la información obtenida es extrapolable a otros centros y contextos educativos pero, por lo que he venido leyendo y constatando a lo largo de estos meses, me parece que refleja bastante el sentir de muchas y muchos profesores.
De las 220 respuestas recibidas, a más de un 80% del profesorado le preocupó especialmente la enorme carga de trabajo que supuso el confinamiento, pero en la misma proporción aludió al “bienestar emocional del alumnado” como una inquietud recurrente. Respecto a las prioridades y preocupaciones de cara al curso que comienza, las tres primeras, con valores superiores al 90% de los y las docentes fueron: “El incremento de la brecha social ante nuevas situaciones de confinamiento”; “El bienestar emocional de alumnado y familias” y “La dificultad para alcanzar una verdadera inclusión educativa”.
Muchas familias nos han trasladado en este inicio de curso sus temores y miedos, sus dudas e, incluso, su discrepancia con algunas de las decisiones que hemos tomado pero, de forma mayoritaria, nos han hecho llegar su agradecimiento y el reconocimiento por el trabajo que hemos venido desarrollando.
Y muchos de nuestros alumnos y alumnas, que ya durante el pasado confinamiento nos mostraron su enorme y, a menudo, poco reconocido grado de madurez y compromiso o nos hicieron ver que nos echaban de menos, han vuelto en estos días con sus mejores sonrisas y la mejor disposición para aceptar todas las contrariedades que presenta esta precaria normalidad, para cuidarse y cuidar lo más posible de quienes les rodean.
Tal vez pueda parecer que muchas de estas cosas suponen sólo un magro consuelo. Para nosotros, en cambio, son un motivo para la esperanza y para no perder la confianza en que, a pesar de las muchas dificultades, vamos a seguir haciendo todo lo posible por seguir dando a las comunidades educativas las respuestas que necesitan y merecen, por complicado que resulte.