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Querida Mafalda,
No sabes cómo siento la muerte de Quino. A Joaquín Salvador no le conocía pero por lo que leo no debía ser un mal tipo. Descanse en paz. De todos modos, no andará muy lejos de quienes le aprecian y recuerdan en vida porque, como diría Miguelito, con 88 años uno no tiene mucha autonomía de vuelo. A Quino sí que lo conozco de toda la vida gracias a las historias que contaba de ti. Es cierto que también le he seguido en su trayectoria posterior, más ácida y descarnada, con álbumes como Potentes, prepotentes e impotentes, ¡Cuánta bondad!, Eso no es todo o Qué presente impresentable, en los que retrata con lucidez las contradicciones de este mundo frenético del que tú te querías bajar. Pero si tengo que elegir una de sus obras para explicar el vació que supone su pérdida, vuelvo a ti. No sabría resumir todo lo que he aprendido de tu pandilla y de tu entorno pero, teniendo en cuenta que me estoy dirigiendo con afecto y reconocimiento a un dibujo para despedir a su creador, sé que serás consciente de lo que significáis para mi.
Me habéis acompañado en todos mis trayectos de aprendizaje. Apenas tenía yo tres años cuando dejaste de ser dibujada en 1973 y, sin embargo, ha sido como si creciéramos juntas. Te descubrí como se descubren a veces las cosas importantes, por el deseo de acceder a algo que interesa a nuestros “otros” de referencia, en este caso, mis hermanas mayores. Ellas me introdujeron en vuestro mundo en muchos sentidos. Recuerdo las imágenes de las tiras que yo coloreaba, calcaba o reproducía con su ayuda, el sonido de los diálogos que me leían y que provocaban risas aunque no yo no las entendiera. Hasta el olor del papel en el que estaban impresos aquellos libritos de extraño tamaño me evocan escenas alegres y compartidas. Hoy hablaríamos de un momento en el que se desarrollan competencias emocionales, estéticas, lingüísticas y críticas en espacios informales. Pero nada sabíamos entonces de esas cosas y en mi memoria queda como una azarosa y mágica iniciación a la lectura.
Ya más mayor te reconocí como una persona rebelde, divertida y un poco puñetera. En los 80 competías con Snoopy en popularidad y se convirtió en un tema recurrente marcar la preferencia por uno u otro. Fruto de la incipiente oleada de merchandising, muchos adolescentes tenían o deseaban tener capetas o estuches de uno de los dos o de vuestro universo. Reconozco que entré con convicción en la batalla y decoraba mis libretas con tiras y viñetas tuyas en las que se aludía a la escuela, a la amistad o la paz, para demostrar que eras más interesante y cercana que “el pijo de Snoopy”. Un día, la profesora de Lengua nos invitó a argumentar los motivos de nuestras preferencias. Fue interesante. Primero, porque nos dimos cuenta de que no teníamos ni idea de cómo se hacía eso, y después porque todos perdimos y ganamos en algún momento de la refriega dialéctica. Hoy lo analizo como un ejemplo de metodología dialógica que incide en el desarrollo de habilidades básicas para la convivencia y para el acceso al conocimiento situado, tales como la escucha, el respeto, la voluntad de contraste y la capacidad de modular la propia opinión. Pero con 14 años, ¿qué quieres?, no se suelen apreciar las metodologías en lo que valen y duelen más las derrotas. ¡Qué difícil era ceder en según qué aferradas convicciones!
Mirándolo con perspectiva, la obra de Schulz –que tanto admiraba Quino, por cierto– estaba revestida de cierto aire glamuroso del que tú y los tuyos carecíais en aquel momento. Snoopy es sarcástico y su entorno también lo componen niños y niñas de edad parecida a la vuestra y con perfiles un tanto similares: soñadores, agudos, tímidos y críticos. Sin embargo, algo hay que os vincula a vosotros más que a ellos en nuestra realidad. La vuestra es una filosofía con anclajes, una imaginación cercana, una crítica que interpela. Será el factor contextual o el hecho de compartir lengua o referencias simbólicas. Quizá tenga que ver con la distancia de seguridad que algunos aprendimos a mantener ante la avalancha de producciones culturales estadounidenses. No sé, llámame zanahoria, pero que hoy Snoopy siga siendo el personaje de cómic más utilizado por las grandes multinacionales para promocionar sus productos dice mucho de su popularidad pero también de su falta de aristas. Tú, que naciste para vender electrodomésticos, has experimentado una evolución diferente y aunque formes parte del entramado comercial y marketiniano de este mundo, eres un poco más incómoda, menos predecible, más vehemente con tus compromisos.
Como ves no soy nada objetiva, pero es fascinante ir descubriendo entre lo ya leído tantas veces, toques feministas, ecologistas y antifascistas. Críticas al clasismo, al consumismo, a la locura de la militarización, a la economía depredadora y a la política sin alma. Y, si hablamos de educación, ¿cómo no advertir la crítica a las contradicciones de los adultos que exigen a sus hijos imposibles? ¿cómo no señalar el retrato de los medios de comunicación: las películas, la publicidad, los informativos de radio y televisión, los periódicos que provocan situaciones paradójicas? ¿Y cómo no reconoceros a vosotros la capacidad de poner el dedo en la llaga en cuanto a las carencias y lastres de la escuela?
Todos habéis protagonizado tiras gloriosas sobre la educación, pero Felipe es especialmente sabio en este asunto. Tan consciente de su pereza y cobardía para afrontar conflictos, se angustia en un lugar tan hostil y competitivo como la institución escolar. Al mismo tiempo, es tan sensible y capaz de recrear mundos posibles que no encuentra motivación ni estímulo en esos aprendizajes repetitivos y castradores. Recuerdo cuando se imaginaba declarando ante un juez por su deseo de eliminar la escuela: “Usted también ha sido chico, Sr. juez, y debe recordar que a medida que uno se acercaba a la escuela iba sintiendo como plomo en los zapatos… cada vez más y más plomo en los zapatos”. Tiempo atrás esa tira me parecía una divertida forma de subrayar el carácter holgazán y pusilánime de Felipe con el que, para qué negarlo, todos podíamos sentirnos identificados en una u otra circunstancia. Sin embargo, hoy debato con mis estudiantes de Magisterio, y del Máster de Secundaria sobre si ese plomo en los zapatos no es cosa también de la forma de estructurar y entender las prácticas escolares, y siempre encontramos argumentos que lo confirman. No sé lo que pensaríais si en vuestra escuela se aplicaran las pedagogías alternativas al modelo tradicional que padecéis. Aventuro que vuestras opiniones no estarían exentas de ironía, comentarios y silencios mordaces. Pero tenéis que saber que a muchas personas comprometidas con una escuela emancipadora, crítica, inclusiva, creativa y vinculada a su territorio les habéis servido de inspiración. Muchas gracias.
Ya me despido, Mafalda. Comparto tu tristeza pero confío en que, junto a las demás las creaciones de Quino, seguirás bien de salud y podrás mantener vivo su legado eternamente. Seguimos en contacto. Cuídate y mucho ánimo con la sopa.
María Lozano Estivalis. Profesora de la Universidad Jaume I