Los hechos: Samuel Paty, un profesor de historia y geografía, fue decapitado el viernes, 16 de octubre, cerca de su instituto en Conflans-Sainte-Honorine, una pequeña ciudad de la banlieue parisina de perfil provincial. El profesor estaba en la diana de las críticas en las redes sociales desde el 5 de octubre cuando en una clase de educación cívica mostró dos caricaturas de Mahoma para debatir con sus alumnos de 4ème -el equivalente francés al 2º de la ESO (13-14 años)- sobre la libertad de expresión y el caso del semanario satírico Charlie Hebdo.
Su agresor: un ruso de 18 años, de origen checheno, que disfrutaba del estatus de refugiado y que estaba en posesión de un carnet de residente desde el 4 de marzo pasado. El joven, sin antecedentes de radicalización islamista según los servicios de información de la gendarmería, fue neutralizado por la policía con nueve impactos de bala. Tuvo tiempo, sin embargo, de colgar en su cuenta de Twitter una foto de la víctima reivindicando el asesinato como “servidor de Alá”.
El contexto: un curso impartido por Samuel Paty sobre la libertad de expresión. El debate escolar, según el fiscal general antiterrorista, Jean-François Ricard, salió rápidamente del aula. Dos días después, el padre de uno de los alumnos publicó en su cuenta de Facebook su versión de los hechos y un llamamiento para que el profesor fuera sancionado por “difusión de imagen pornográfica”.
Samuel Paty, que presentó una denuncia por difamación, negó ante la policía que hubiese pedido a los alumnos de confesión musulmana que levantasen la mano y abandonaran el aula. Explicó que se había limitado a decirles que no mirasen las caricaturas, “en la hipótesis de que pudieran sentirse heridos”. El profesor entregó una copia del material gráfico. El soporte, según el fiscal, mostraba dos caricaturas: la primera, publicada en la portada de Charlie Hebdo tras el atentado del 7 de enero del 2015, con la imagen de Mahoma, el texto “Todo está perdonado” y el cartel “Yo soy Charlie” en la mano, y la segunda, con el profeta desnudo y en cuclillas, y una frase: “Ha nacido una estrella”.
La “cuna de la República”
Hasta aquí los hechos que abocaron, once días después, en la decapitación del profesor. “Es a la vez un enseñante el que ha sido asesinado, pero también la libertad de pensar y de expresión las que han resultado dañadas”, resumió el fiscal Ricard. Sí, Samuel Paty ha pagado un alto precio -su vida- por promover la laicidad en el marco de la escuela pública francesa, la “cuna de la República”, en una expresión acuñada en su día por Lionel Jospin, exprimer ministro.
Este caso, que ha levantado una ola de solidaridad con el profesor en las calles y plazas de las principales ciudades francesas, permite extraer varias lecciones.
La primera, la necesidad de preservar el papel de los maestros para fomentar el libre albedrío de sus alumnos, los ciudadanos de mañana. La laicidad, es decir, la defensa de la cohabitación de todas las religiones, de toda forma de dudar y de no creer, del agnosticismo al ateísmo, debe ser preservada frente a todos los integrismos; no sólo el islamista.
Segunda enseñanza: el caso de este profesor de Conflans-Sainte-Honorine nos muestra como un incidente menor, amplificado por las redes sociales, puede desembocar en una tragedia. Como ha escrito el director de Le Monde, “antes de pagar con su vida su ardor para transmitir la noción de tolerancia, Samuel Paty padeció, en soledad, un calvario que concentra muchos males y derivas de nuestra época. Fue objeto de la caza al hombre en la redes sociales”.
Tercera enseñanza: algunos de los conflictos ligados a la vida escolar ya no pueden ser abordados solamente intramuros, en manos de unos maestros que no tienen los instrumentos para atajar su amplificación y deformación, como ha sido este el caso, a través de las redes sociales. “La nación, y cada uno de sus ciudadanos, debe involucrarse de nuevo en la defensa de sus profes, apoyarlos en vez de fragilizarlos, defenderlos en vez de criticarlos, para garantizar que en Francia nadie morirá nunca más de enseñar”, concluía el director de Le Monde.
Una reflexión que es aplicable a la escuela pública francesa y a la de sus países vecinos. Este caso nos alerta de un contexto emergente en el que los mensajes de odio se ciernen también sobre las aulas. El riesgo es que la autocensura se acabe adueñando del discurso de los maestros, como es el caso ya de otros colectivos profesionales. Se trata del difícil arte de saber conjugar la libertad de expresión, cuyo ejercicio es prevalente pero nunca inocuo, con la cultura del respeto al otro. Una tarea nada fácil. Merci, profesor Paty, por intentarlo.
Rafael Jorba es periodista y fue corresponsal en París para La Vanguardia. És autor de los libros ‘La mirada del otro. Manifiesto por la alteridad’ (RBA, 2011) y ‘Catalanisme o nacionalisme. Proposta d’una nova laïcitat’ (Columna, 2004)