Freire nació en Recife (Brasil) y a lo largo de su vida conoció desgracias, hambre, prisión, sufrimiento y también la amistad, la colaboración y el entusiasmo de mucha gente. Empezó a estudiar tarde, pero se licenció en Derecho en la Universidad de Recife, aunque no llegó a ejercer nunca, puesto que tenía una gran tendencia hacia la filosofía, la fenomenología, la psicología del lenguaje y el magisterio.
Dedicó toda su vida a la educación tanto en su país como, durante su exilio, en Latinoamérica, los Estados Unidos y Europa. Después del golpe de estado de 1964, en Brasil, se le consideró un traidor y un subversivo marxista. Pero esto no impidió que, estuviera donde estuviera, dedicara su vida a los oprimidos, a los analfabetos, a todo aquel que no había podido acceder a la cultura.
En 1946, como director del departamento de educación en Recife, empezó a trabajar con analfabetos en una zona muy pobre. Se dedicó a alfabetizar a los más pobres y, viendo el resultado favorable, se animó a extenderlo a otras zonas. No era únicamente alfabetizarlos, sino que se trataba de crear una educación por la democracia y en contra de la sumisión y la opresión. Luchar contra la educación bancaria que es domesticadora y falta de diálogo. Para él, este tipo de educación se centra en llenar, de manera mecánica y pasiva, un recipiente.
Siempre buscó la alternativa en una educación liberadora o problematizadora donde hay diálogo, creatividad, reflexión, emancipación y solidaridad entre las personas. Por eso lo encarcelaron y huyó a Chile donde continuó su tarea hasta la caída del presidente Allende. Después, en universidades americanas y muchos años en Europa, hasta su vuelta al Brasil al 1980.
Freire pretendía desarrollar una alternativa liberadora. No creía en el activismo banal puesto que era una acción sin reflexión, ni en el verbalismo típico de la educación que es una reflexión sin acción. Buscaba que la persona que se educa se convierta en un sujeto, en una persona, reflexionando sobre el que pasa a su alrededor.
Introdujo el concepto de “concienciación” como acción cultural por la libertad que pretende la toma de conciencia reflexiva para llegar a la libertad mediante la conciencia de clase y el análisis y transformación de la realidad. Una “concienciación” de la realidad para asumir una “acción cultural para la libertad”, asumiendo una concienciación crítica y no un sometimiento basado en la miseria y la explotación de las personas. Para todo ello, fue muy importante la creación de los círculos de lectura donde campesinos y obreros leían y dialogaban de manera libre y abierta.
También su método de alfabetización que inició con campesinos y que no es únicamente enseñar a leer. Se trata de hacer conscientes a las personas de lo que pasa en el mundo y transformarlo. Luchó contra una visión ingenua y malintencionada de analfabetismo: este no es una enfermedad sino un producto de la estructura social. Alfabetizar es hacer a las personas protagonistas de su historia. Para Freire era importante la alfabetización reflexiva y liberadora. Y todo esto configura una teoría y una práctica de la liberación y el desarrollo de una verdadera educación pública para el pueblo.
Freire asegura en sus escritos y conferencias que educar a la humanidad es llevar a cabo un proceso comunicativo, donde se desarrolla una capacidad crítica para luchar contra la opresión y transformar la realidad. Luchar contra la educación bancaria que es alienadora y posibilitar una educación libertadora donde el diálogo y la dialogicidad son herramientas fundamentales para liberar a los oprimidos, para transformar la realidad. Para él, educar es promover la toma de conciencia, reflexionar y actuar en el mundo y sobre el mundo. Es crear una cultura popular.
Freire nos dirá que lo más bello de la vida es la libertad, y la educación tiene que conducir hacia ella puesto que provoca la humanización y la lucha contra la opresión del pueblo. La educación tiene que ser diálogo entre sujetos que buscan significados tanto de los contenidos científicos como de las emociones, es decir, no es tanto la transmisión de conocimientos como el coparticipar en su comprensión.
Y nos recordaba que todos los educadores tendríamos que ser utópicos, con un compromiso social y político con cierto componente revolucionario, para que nuestra labor facilite la humanización y no la opresión y la sumisión. Y esto puede conseguirse pmediante una educación liberadora que propicie una cultura para que los oprimidos sean liberados. Su mayor preocupación fue luchar por la educación de los desamparados y oprimidos, para que consiguieran su libertad.
El mundo ha ido cambiando desde su muerte al 1997, pero muchos problemas continúan siendo los mismos y hay que insistir en situar a las personas en su realidad sociopolítica, continuar trabajando sobre la teoría del diálogo y la ética educativa. El mundo todavía lo necesita mucho.
Freire fue muy leído a partir de 1970 y tuvo mucha importancia en la “transición” española, sobre todo, en los conceptos de alfabetización, educación bancaria, concienciación y diálogo. Sus ideas se extendieron rápidamente en las revistas educativas, escuelas de adultos y de verano y el concepto de diálogo se ha ido extendiendo entre muchos educadores. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Barcelona en 2 de febrero de 1988, hecho que se rememoró el acontecimiento 30 años después, en octubre de 2018 en la Facultad de Educación de dicha universidad.
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No podemos olvidar la conferencia que dio en la Escuela de Magisterio de Barcelona ese mismo año 1988, atestada, en el salón de actos y tampoco tenemos que olvidar sus aportaciones, muy vigentes, 100 años después de su nacimiento. 2021 tendría que ser el año educativo de Paolo Freire.
Recordamos estas palabras que escribió al 1990: «Ser utópico no es ser solo idealista o poco práctico, sino mejor acometer la denuncia y la anunciación. Por eso el carácter utópico de nuestra teoría y práctica educativa es tan permanente como la educación en sí, que para nosotros constituye una acción cultural. Cuando la educación ya no es utópica, es decir, cuando ya no encarna la unidad dramática de la denuncia y la anunciación, o bien el futuro ya no quiere decir nada para los hombres o estos tienen miedo de arriesgar a vivir el futuro como superación creativa del presente, que ya ha envejecido. La esperanza no quiere decir cruzar los brazos y esperar. La espera solo es posible cuando, plenos de esperanza, procuramos conseguir el futuro anunciado que nace en el marco de la denuncia por medio de la acción reflexiva… la esperanza utópica es un compromiso lleno de riesgo».