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El batacazo económico de 2008 marcó el punto de inflexión en las cifras de abandono escolar temprano en nuestro país. Durante años rondando el 30%, el porcentaje de jóvenes españoles entre 18 y 24 años que no continúan estudiando más allá de la secundaria obligatoria —obtengan o no el título de ESO— ha experimentado desde entonces un notable descenso. Las cifras de la última Encuesta de Población Activa (EPA), que contiene algunas preguntas específicas sobre nivel educativo, sitúan el indicador en el 16%, el mínimo histórico. Ha sido una caída sostenida, constante, con algunas variaciones interanuales y una media de algo más del 1% por año.
Baja la cifra global y se mantienen patrones de incidencia tremendamente desiguales. Por regiones, la línea divisoria norte/sur sirve para entender, en gran medida, esta disparidad geográfica. De un lado, País Vasco (6,5%), Asturias (8,9%), Cantabria (9,1%) o Navarra (10,8%). Del otro, Andalucía (21,8%) y Extremadura, Murcia o Castilla-La Mancha (las tres entre el 18 y el 19%). Las playas mediterráneas añaden el turismo masivo —y su consiguiente demanda de mano de obra poco cualificada— a la ecuación, con Islas Baleares como caso paradigmático con su 21,3%. Casuísticas particulares en comunidades del interior suman complejidad al mapa.
Y luego está la cuestión de género, que casi dibuja su propio norte/sur. Una auténtica “brecha inversa”, según la ya popular expresión de José Saturnino Martínez. Los chicos (21%) abandonan casi el doble que las chicas (11%). Una mezcla de expectativas laborales y valores tradicionalmente asociados a lo femenino y lo masculino explica, según algunos expertos, la enorme distancia entre unas y otros. Investigadoras como Teresa Aguado han vinculado las mayores diferencias salariales en los empleos menos cualificados (a favor de los hombres) como una razón de peso para que las alumnas se aferren más al estudio que sus compañeros.
Crisis, cifras camufladas y aumento del nivel educativo
Desde perspectivas diversas, con focos de atención no siempre coincidentes, aquellos que han analizado la bajada del abandono escolar en España convergen en un común denominador. La brutal crisis económica que irrumpió a finales de los 2000 —y de la que para muchos aún no hemos salido— caló en la mentalidad de muchos chavales. Al terminar la fiesta del ladrillo y su expansión a otros sectores, llegó la resaca. Y con ella, una reflexión: para insertarse en el mercado laboral, hay que estudiar. Un pensamiento que ha sujetado (o ha hecho volver) a miles de jóvenes al sistema educativo.
Aunque le inercia de un mensaje devastador permanece. “La idea de que tener estudios no cualifica para tener un empleo bien remunerado se atenúa con la crisis, pero persiste”, sostiene Eduardo Romero, profesor de la Universidad de Murcia y coautor del estudio Análisis de las causas endógenas y exógenas del abandono escolar temprano. A pesar de la tendencia descendente, España sigue líder de la Unión Europea, cuya media se sitúa en torno al 10%.
Razones más profundas, menos circunstanciales, ayudan también a comprender el cambio de tendencia. Tienen que ver con el aumento del nivel educativo general y la influencia directa de la familia sobre la continuidad escolar del alumno. “Los chicos y chicas de ahora cuentan cada vez con mayor probabilidad de tener madres y padres mejor formados, y esto favorece la reproducción cultural”, asegura Siro Bayón, investigador de la Universidad de Valladolid y autor de Una radiografía del abandono escolar temprano en España.
Algunos analistas ponen en entredicho la reducción de casi un 50% desde los años malditos, cuando el indicador no lograba escapar al estancamiento. Casi toda la primera década de este siglo en que nuestro país parecía condenado a que tres de cada diez alumnos abandonaran prematuramente. Argumentan que la comparación con épocas anteriores no es del todo fiable, que hay algo de cosmético en el descenso.
Miembro del Grupo INTER (Investigación en Educación Intercultural) de la UNED, con una tesis sobre el tema recién publicada, Javier Morentin apunta a 2014 como fecha clave. Es entonces cuando se empieza a implantar la FP Básica recogida en la LOMCE. “Se le otorga un nivel equivalente al Bachillerato, fuera de lo que se considera abandono, lo que no ocurría con los Programas de Cualificación Profesional Inicial. España ha hecho de alguna forma trampa, relegando allí a muchos repetidores, a alumnos que por diversas razones no encajan en el sistema educativo”, afirma.
Morentin desgrana otros pormenores que esconden los datos sobre abandono. Matices estadísticos que invitan al escepticismo a la hora de interpretar las cifras oficiales. Este investigador plantea dudas sobre la representatividad de la muestra a nivel regional. “En Aragón, por ejemplo, hay un 10% de personas censadas entre 18-24 años, pero en la EPA solo representan el 2,5%”, dice.
Otro factor podría añadir cierta distorsión en la mayor o menor incidencia del abandono entre las comunidades autónomas. “No se considera que hayan abandonado los alumnos inscritos en la oferta formativa englobada bajo el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Y algunas CCAA, como Navarra, tienen una oferta considerablemente mayor a la de otras regiones. No hay que olvidar que la cifra de abandono nos habla también de lo que ocurre más allá del sistema educativo”, recuerda Morentin.
La llamada a la cautela no desmiente el hecho fundamental de que el abandono escolar ha caído considerablemente en España. Difícil negar que se trata de una buena noticia, ya sea producto de la coyuntura económica o del buen hacer de las autoridades educativas. O quizá de una mezcla de causas que se alían y retroalimentan. De un paulatino equilibrio histórico ante una anomalía que nos alejaba de los países de nuestro entorno. El reto pasa ahora por no caer en la complacencia, por seguir avanzando hacia esa media europea del 10%.
Siro Bayón se pregunta, no obstante, hasta qué punto resulta viable homologar un mismo indicador ante la enorme disparidad de sistemas educativos que componen la UE. En especial si este se utiliza como síntoma de su éxito o fracaso. Bayón sugiere que algo no encaja cuando España se sitúa en la clase media europea en PISA, pero sigue siendo el patito feo del abandono. “Hay dos posibles explicaciones: que nuestro sistema sea malísimo y en las etapas postobligatorias se tomen muy malas decisiones; o que titular y mantenerse en el sistema educativo cueste más aquí. Yo y muchos expertos pensamos que pesa más lo segundo”, asegura.
Sacarse o no la ESO es el factor preponderante en la balanza del abandono prematuro. Con el título de secundaria obligatoria bajo el brazo, la gran mayoría de alumnos españoles continúa estudiando. Sin caer en la tentación segregadora de sistemas como el alemán, Bayón anima a fijarse en aquellos programas que, como estrategia de prevención, tienden a “flexibilizar y compensar”. Normalmente “con la participación de varios agentes y teniendo muy presente el contexto del alumnado”.
En su investigación cualitativa, Morentin también detectó que el exceso de rigidez había abocado a algunos jóvenes a los márgenes del sistema. Chavales que al final se encontraron fuera de una escuela que no supo o no pudo ofrecerles alternativas. “Demandaban haber podido elegir y equivocarse. El error no está permitido en nuestro sistema”, apunta.
A escala regional, la mirada se alza por lógica en dirección norte. Más rico y sin turismo de masas, la franja cantábrica presenta en principio condiciones idóneas para retener a su alumnado. “Hay algo más”, estima Bayón, “aunque no es fácil establecer qué exactamente. Sí sabemos que estas regiones atesoran una larga tradición de coordinación institucional, con políticas de inclusión que favorecen la adaptación del alumnado diverso, en especial de aquel con origen inmigrante”.
Un cóctel de motivos empuja a demasiados alumnos españoles hacia el abismo educativo. Además de las variables habitualmente subrayadas, Romero identificó en su informe otras a las que se ha prestado menos atención. Son el “efecto contagio del grupo de iguales” y la “actitud del docente ante su alumnado”. Ambos, detalla, “pueden actuar como factor de protección o de riesgo”. Comentarios e insinuaciones que poco a poco, sin ser el chaval o chavala muy consciente, van configurando una toma de decisiones en uno u otro sentido. Romero utiliza un lenguaje gráfico para ilustrar la gran influencia que puede ejercer el profesor: “Algunos se parten la cara por sus alumnos, y otros llegan a decir que tal o cual estudiante no pinta nada en su clase, que total no se va a sacar nada”.