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Hace once meses, cuando comenzó el prolongado confinamiento en las escuelas mexicanas de todos los niveles escolares, la creatividad no alcanzaba para advertir el periplo por la pandemia del COVID-19. En el imaginario colectivo se presagiaban riesgos para el aparato económico del país; parálisis temporal de sectores clave, como el turismo; desazón, angustia, aburrimiento y temores ante la inminencia del encierro, con la suspensión de actividades para 36 millones de estudiantes de preescolar a la universidad.
Los cálculos gubernamentales más catastróficos rondaban los 60 mil muertos, cifra que en estos días ya fue multiplicada por tres, en la contabilidad oficial, aunque estimaciones para la mitad del año rebasarían el medio millón de fallecidos. En el sector educativo el adelanto de las vacaciones por las semanas Santa y Pascua suponía que volveríamos a las aulas para el fin del ciclo escolar.
Todas las predicciones erraron. El sistema educativo público, privado y las instituciones de educación superior exhibieron las falencias para encarar el confinamiento e instrumentar estrategias de enseñanza remota, por las vías al alcance: televisión e internet, en mayor grado; radio, menos, y otros recursos que dispuso la inventiva de los maestros.
En aquellas semanas del 2020 había consensos casi incontestables: la pandemia pasaría pronto, las escuelas debían permanecer cerradas y continuar la enseñanza por otros medios, pese a las carencias de los profesores, inhabilitados en competencias digitales, no todos con equipamientos suficientes y para estudiantes de diversidades inestimables en culturas, conectividad, materiales y familiares.
Once meses después los consensos desaparecieron. Para muchos expertos y dueños de escuelas privadas, los centros pueden abrirse con controles rigurosos para una vuelta paulatina, escalonada y voluntaria. Los profesores han reaccionado de formas distintas, con responsabilidad y determinación o desconectados de los estudiantes e incumpliendo su oficio. El Gobierno, a través de la Secretaría de Educación Pública, reacciona tarde, con discursos de telenovela y sin claridad de rumbo, sin certidumbre para el magisterio y las familias. Sin destinar recursos suficientes para emprender una reconversión de las escuelas y del magisterio frente a una realidad que obligará a revisar a fondo respuestas y formular otras preguntas.
Once meses después, también, en las universidades tenemos ya la experiencia de enseñar desde casa, a estudiantes con más o menos carencias tecnológicas, materiales y cognitivas. En instituciones más o menos desprovistas, más o menos comprometidas. Podemos ya, sobre esa práctica, identificar algunos desafíos que nos retan cotidianamente en la tarea de vigorizar los procesos de enseñanza y aprendizaje, trazados en planes de estudio concebidos para trabajarse en el aula. Aquí, algunos de los retos.
Los desafíos para el profesorado
La evaluación suele aparecer en la parte final de los listados de este tipo. Intencionalmente la coloco al principio, porque en ella reside una herramienta que puede ser valiosa a la hora de definir las conexiones entre lo que pretenden enseñar los profesores a través de pantallas y plataformas y lo que, en efecto, los estudiantes reciben, interpretan y realizan. La evaluación es el puente para unir ambos procesos, para que el profesor sea capaz de valorar la eficacia de sus estrategias y el cumplimiento de objetivos, así como los otros aprendizajes que están ocurriendo.
Por supuesto, la evaluación es más que los exámenes escritos o la recolección de evidencias; es más que la contabilidad de puntuaciones y tareas; entonces, debemos ser capaces de realizar evaluaciones que nos permitan aquella posibilidad. Dicha en palabras de Miguel Ángel Santos Guerra: la evaluación como proceso de diálogo, comprensión y mejora.
La gestión del tiempo es otra habilidad que debemos perfeccionar los profesores. Ante la dificultad de impartir el mismo número de horas de clase que en la presencialidad, los profesores debemos aprender a discernir lo que pueden revisar por su cuenta los alumnos, lo que debemos explicar y las actividades relevantes en las sesiones sincrónicas. Gestionar el tiempo es más que ceñirse al horario escolar; pasa por el control de nuestra vida, el alejamiento del teléfono, de las redes sociales y la necesidad de cortar la dependencia adictiva a estar en línea todas las horas y todos los días. Es, además, reconocer la pertinencia de abrir espacios libres de redes, teléfonos y tareas, para equilibrarlo con otras actividades de la vida social, familiar, del ejercicio, la distracción, el ocio.
La comunicación clara y precisa, breve de preferencia, es un imperativo en tiempos y contextos vertiginosos, volátiles y hostiles. Si tenemos canales abiertos de comunicación con los estudiantes, colegas y autoridades cada mensaje debe cuidarse para evitar interpretaciones ambiguas. El tiempo es tan valioso que no podemos desperdiciarlo en mensajes que incomuniquen o agobien.
En la distribución de responsabilidades puede encontrarse un mecanismo para implicar a los estudiantes y reconocer sus carencias, por ejemplo, en materia tecnológica. La cooperación se vuelva más indispensable, antes que la ansiedad por dominar todas las aplicaciones o plataformas. Estudiantes hábiles que apoyen a los profesores en materia tecnológica, tutoría de pares y trabajo colegiado son estrategias que ya se usan y pueden incrementarse en tiempos pandémicos.
Las variables del tiempo escaso, cero encuentros cara a cara, sesiones sincrónicas limitadas, incertidumbre e incompetencias digitales, así como un currículum obeso, obligan a preguntarnos cuánta tareas son necesarias para promover los aprendizajes relevantes. No hay recetas, sino caminos basados en el diálogo y la reflexión colegiada.
La relación entre teoría y práctica es un dolor de cabeza especialmente para las carreras donde se precisan prácticas, estancias o salidas. El resultado puede ser un hueco insalvable en la formación de los estudiantes. De nuevo, trabajo colegiado, orientación de las autoridades y apoyos institucionales pueden resarcir algunos de los defectos, pero quedan todavía como ámbitos para explorar opciones.
Elijo un último desafío del ámbito más íntimo del profesor: ¿cómo lo interpela la situación de confinamiento en sus dimensiones personal, profesional, ética y política? ¿Cómo asume los desafíos que implica la docencia universitaria en tiempos de confinamiento?
Estos son, desde la experiencia en la enseñanza universitaria, algunos de los retos. Las respuestas probables son infinitas. Las preguntas siguen en el aire.