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Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) dice que su interés por las relaciones sexo-afectivas entre personas despertó incluso antes que ella misma se diera cuenta; que “condensan información” sobre la personalidad, el lugar en el mundo y la relación con el poder que construye cada persona. El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI es producto de ese interés y curiosidad, su máxima expresión. Un trabajo que la ha proyectado a nivel internacional y en el que desmenuza el mundo de los afectos en esferas tan distintas como la pareja monógama tradicional, el poliamor, la amistad o la soltería. Filósofa, periodista y escritora, Tenenbaum nació y se crió en una comunidad judía ortodoxa de la capital argentina, una experiencia que no queda al margen de sus reflexiones. Con diez ediciones en Argentina y dos en España –y otras tres obras más bajo el brazo–, sus tesis han capturado la atención de miles de jóvenes (y no tan jóvenes) que la sitúan como uno de los nuevos referentes feministas del cono sudamericano.
¿Por qué decides investigar y escribir sobre las relaciones sexo-afectivas en las generaciones más jóvenes?
El interés apareció antes de que me diera cuenta. Siempre le presté mucha atención a este tema, por ejemplo, cuando estoy en una fiesta y alguien cuenta una historia sobre la persona con la que está saliendo. Me interesa aunque no conozca a la persona. Me di cuenta de que en esa información se condensan cosas sobre la sociedad y sobre las personas porque la forma como alguien articula sus vínculos sexo-afectivos habla mucho sobre cómo articula todo en su vida, de su personalidad, de su lugar en el mundo, su relación con el poder. Es un prisma con el que miro el mundo.
Sostienes que el fin del amor romántico no tiene por qué ser el fin del amor y abres la puerta a nuevos vínculos con la comunidad como pilar, por ejemplo.
La idea de la comunidad está asociada a formas de vida muy hippies, que implicarían un salto muy grande para la mayoría de la gente, pero no necesariamente tiene que ser así. Mucha gente que vive en las ciudades vive de esa forma, aunque no le ponga ese nombre. La mayoría de las madres solteras o divorciadas que conozco se apoyan en sus amigas, porque la ayuda de su expareja, a veces, es insuficiente y la que tienen es la de sus amigas o la de las madres de las amigas de sus hijas. Además, para las personas solteras hoy la red de apoyo son los amigos porque con los padres no tenemos el mismo vínculo que la gente de otra época. Si vas al médico, o vas solo o vas con un amigo. En un mundo en el que los lazos sanguíneos están un poco desarmados y los comunitarios también es lógico que aparezca una hiperpresión de la pareja, un vínculo que sobrevive, que no es tradicional ni nuevo. Pero se trata de no pedirle a una pareja que lo haga todo, que cumpla muchos roles en tu vida. Se supone que esta persona tiene que acompañarte en todo cuando nunca fue así. Hace 50 o 60 años la gente tenía familia ampliada, vivía más en comunidades. Hay mayores chances de ser feliz si la pareja ocupa solo una parte y no el todo. Vivimos en una época en que somos más exigentes con las parejas, les pedimos más y entonces cuesta más sostenerlas. Van a durar menos o vamos a tener menos parejas.
Hay mayores chances de ser feliz si la pareja ocupa solo una parte y no el todo
¿Se enseña poco a gestionar las emociones ante rupturas y crisis de pareja?
Me pregunto si esto se puede enseñar. Yo creo que hay cosas que la gente las tiene que vivir. La educación emocional siempre tiene que venir de la experiencia, pero creo que en el mundo escolar y académico podríamos tener un mejor vocabulario para conversar y analizar, precisamente, estas experiencias. Pero no se puede aprender. Hay que construir espacios, vocabularios y, sobre todo, amistades y redes de todo tipo de personas que escuchen y que generen confianza. No son cosas que se puedan aprender de otra manera. En Argentina tenemos la Ley de Educación Sexual Integral y se supone que en las clases que se imparten a través de ella se habla de los vínculos positivos, algo muy necesario. Pero hay cosas que hay que vivirlas.
En el libro te haces cargo de llamar por su nombre a distintas situaciones en las que muchas jóvenes pueden reflejarse, algunas no siempre fáciles de descifrar, como la relación entre violencia y placer con la que se educa a los jóvenes, sobre todo, mujeres. ¿Qué falta para visibilizar este tipo de experiencias?
Hay que llegar a ciertos espacios: a los varones y a ciertas generaciones. Cuando digo que hay gente que no tiene vocabulario para ciertas cosas me refiero a los varones, y no es que no les interese, pero no forma parte de su mundo simbólico en general. También hay un aspecto generacional, pero no incluyo ahí a las clases sociales. Hay mucho prejuicio sobre la idea de que el feminismo y los nuevos vínculos son cosas burguesas que no llegaron a ciertos espacios. Eso no es lo que yo veo, al menos en Argentina. Cuando hablo con chicas de sectores de clase trabajadora están muy en el tema y tienen muy claras sus demandas.
¿Aunque cueste llegar a los varones, la construcción de las ‘nuevas masculinidades’ avanza?
Sí, es real en las nuevas generaciones. Salir con hombres de mi edad o menos es una experiencia muy distinta a salir con hombres de 35 o 40. Entre los 30 y 35 ya hay una diferencia grande y ni hablar de los 40. Los varones de 30 años o menos –no todos, pero en general– están criados de otra manera, tienen vínculos de otro tipo y se manejan de otra manera. No están criados para ocupar el rol de la masculinidad tradicional y no tienen ganas de hacerlo. Algunos lo viven con angustia y otros con mucha libertad.
¿Las nuevas generaciones crecen con otras formas de vincularse?
Crecen con otra manera de entender los vínculos. Hay que ver cómo esto evoluciona, pero muchos de los padres de mis alumnos que hoy tienen 20 años tienen menos de 50. Estos jóvenes se criaron con padres que se divorciaron (y no por eso se odian), tienen otras parejas que van y vienen, madres que trabajan mucho, etc. Se criaron en familias no tan tradicionales y eso ya les da otra forma de vincularse, te arma otra pauta a la hora de vivir. Las nuevas formas de vincularse entre los jóvenes arraigan no porque sean abiertos, sino porque se criaron de otra manera.
¿Qué rol han tenido las redes sociales en profundizar los cambios en las formas de relacionarse de los jóvenes y adolescentes?
Las redes sociales han ampliado la cantidad de gente con la que nos vinculamos el día a día, ese es el cambio más grande para mí. Eso tiene sus cosas positivas y negativas, porque a veces repartimos el tiempo con demasiada gente y es difícil profundizar vínculos. Pero puede ser positivo para aumentar la cantidad de gente con la que puedes salir, tener sexo, o acceso a cada vez más círculos. En Tinder o en Happn tienes acceso a gente que está fuera de tus círculos, que no es amiga de tus amigos, y eso es positivo en un mundo en el que la gente puede estar soltera en cualquier momento de la vida y necesitamos siempre personas nuevas. Pero también te expone mucho más al rechazo porque estás siempre lidiando con gente nueva y los vínculos no siempre funcionan. Todavía no nos habituamos a eso y nos da ansiedad esa cantidad de exposición, hay que tener una piel bastante gruesa para eso.
Construir redes comunitarias es contra-hegemónico en este mundo tan individualista y capitalista, un desafío que va en contra de los estilos de vida que tenemos
¿Cómo podemos producir cambios mientras seguimos en este sistema individualista, capitalista, patriarcal que cruza a todas las generaciones?
El tema intergeneracional es importante. Ciertos espacios LGTBIQ+ o ciertos espacios feministas terminan pareciendo demasiado juveniles y tenemos el deber de crear espacios para que las personas que no tienen 20 o 30 años no se sientan excluidas. Hay que construir espacios con todas porque si hemos llegado hasta ahí es porque ha habido activistas de otras edades. Pensar en construir redes comunitarias es contra-hegemónico en este mundo tan individualista y capitalista, un desafío que va en contra de los estilos de vida que tenemos: trabajamos muchas horas y es difícil tener tiempo para ver amigos o participar de una comunidad, pero hay que producir esas redes. Hay que hacer que quienes tenemos el privilegio de tener más tiempo porque tenemos más recursos económicos asumamos el deber de generar esas condiciones.
En ese esfuerzo, ¿qué hay que pedirle al Estado, más allá de la educación sexual?
Además de la educación sexual, tiene que ver con generar políticas de cuidado y autonomía de todo tipo de niñes, de ancianes, personas con discapacidad, etc. En Argentina y América, en general, como el Estado no es de bienestar, a diferencia de Europa, la gente vive con ciertas estructuras tradicionales. Para una persona anciana sin hijos ni nietos, las redes de cuidado del Estado son precarias y son sostenidas por la familia sanguínea. Los espacios de cuidado y autonomía de hoy están muy permeados todavía por la familia tradicional cuando hay muchas personas que no tienen familias tradicionales. Las personas LGTBIQ+ en Argentina siempre reclaman por la tercera edad LGTBIQ+ porque se pelearon con sus familias y sus amigos ya no están. ¿Quién las cuida, quién las ayuda, cómo se organiza su autonomía? Cuanto más Estado apoye a las personas, más libertad para decidir cómo nos vinculamos. Es como un doble juego: necesitamos el apoyo del Estado para poder tener la autonomía de decidir cómo vivimos.
¿Qué herramientas tiene que facilitar el Estado para el abordaje de los feminicidios y la violencia machista de todo tipo? En España, en el mes de mayo fueron asesinadas siete mujeres por violencia de género y seis en lo que llevamos de junio, y un total de 20 en lo que llevamos de año.
Más allá de la educación sexual integral, necesitamos que los docentes tengan la educación para detectar lo que pasa; una red institucional para que las personas tengan dónde irse, casas de refugio [de mujeres], recursos económicos para poder salir también de la situación de violencia. Necesitamos más política pública, pero también hay algo en el sistema judicial que no está funcionando.