«¡Mamá!» —comenta Julia al salir de la escuela—. «Hoy la profesora me ha puesto dos caritas con sonrisa, ayer una carita triste. A Jorge nunca le dan las caras contentas, ¡A Marta siempre le dan más que a mí!».
Desde hace algún tiempo en las aulas de educación infantil abundan los dibujos o pegatinas de caritas sonrientes o tristes, estrellas, soles, plumitas… símbolos que están presentes en los trabajos de los niños, en las pizarras… E, incluso, en algunas casas se acumulan también como recurso. ¿Y los niños y niñas, mientras tanto? Disfrutan orgullosos de las caritas o se apenan y se avergüenzan de ellas.
¿A quién se le ocurriría que podemos hacer algún daño poniendo una carita feliz en un trabajo de clase, ante una respuesta ocurrente o una iniciativa interesante?
Podríamos pensar que es un reconocimiento, una alegría, una forma de estímulo. Sí, podría serlo, pero… ¿qué consecuencias provoca en los niños a quienes está destinado? ¿Qué sentimientos o pensamientos? ¿Qué mensajes estamos transmitiendo con estas pegatinas?
«¡Tengo cuatro caritas sonrientes, a mi profe le gusta lo que hago! ¡Soy un niño bueno!». ¿Tiene esto relación con fomentar la seguridad personal? Probablemente no, ya que obtener la aprobación de los demás, de los mayores, no da a ninguna niña o niño elementos para entender sus procesos internos, ni para hacer sus juicios de valor. Solo lo impulsa a ponerse en la carrera de hacer lo que les gusta a los demás, lo que está bien visto. Probablemente estemos fomentando la dependencia, la imitación, la repetición de lo que parece exitoso.
Ante la promesa de salir al patio si se termina de hacer un trabajo, se está ofreciendo un premio para el que logra terminarlo. Pero ¿y el que no lo termina? ¿No está siendo castigado por no haber cumplido un objetivo?
Actualmente son caritas sonrientes, llamadas de atención o estímulos, pero quizá remiten con demasiada facilidad a lo que siempre hemos conocido como premios y castigos. No se trata de sanciones disciplinarias, pero detengámonos a pensar en lo que subyace en estas caritas, promesas, condiciones o lo que quiera que utilicemos como estímulos o desaprobaciones.
Desde luego que hemos dejado fuera del ámbito educativo los castigos físicos, pero ¿hace falta hacer sentir mal a un niño con una carita triste? ¿Necesitamos que una niña se compare con su compañera que obtiene una cara sonriente? ¿O que alguien sienta el temor a quedarse sin jugar mientras sus amigas lo hacen?
Ofrecer recompensas por una acción pone a las criaturas en situación de hacer algo por un motivo diferente del que está en juego, las aleja del entendimiento. Si para bailar la canción que les gusta tienen que darse prisa para terminar de hacer una cuenta, la cuenta en cuestión pierde su sentido, se crea confusión y el objetivo del aprendizaje pasa a segundo plano.
Premiar actitudes con reforzadores externos produce satisfacciones breves e inestables, está más relacionado con condicionar comportamientos que con provocar las sensaciones duraderas de bienestar que se obtienen al entender la realidad y apropiarse de conocimientos.
Hace mucho tiempo que se ha planteado esta disyuntiva en el ámbito pedagógico. María Montessori, tras larga experiencia en la enseñanza, concluyó en la primera mitad del siglo XX que quien recibe premios y castigos queda bajo la continua dirección del profesor, y que las anotaciones y observaciones en los cuadernos producen una reducción de la energía y el interés, debido a que solo la experiencia y la ejercitación corrigen los errores. (1)
La niñas y niños de estas edades están en la etapa de adquisición del lenguaje, y su enriquecimiento es un objetivo central de la escuela. ¿Tiene sentido que utilicemos símbolos que hacen todo lo contrario? Como simplificar significados, dar ideas cerradas que con un gesto gráfico pretenden calificar una situación compleja… Tampoco parece conveniente mostrarles un mundo polarizado entre la alegría y la tristeza, sino ofrecer una gama amplia donde caben otras sensaciones y no es obligado estar de una o la otra manera.
Con mucha frecuencia en el aula necesitamos poner límites a los niños y niñas, indicarles qué actitudes consideramos correctas y cuáles desfavorables para alguien o para el conjunto del grupo. Tal vez en estas situaciones pensemos que premiar o desaprobar puede ser de utilidad. Pero a la luz de estas reflexiones podríamos preguntarnos si merece la pena hacerlo o tenemos a nuestro alcance otras metodologías que fomentan más la comprensión.
Sabemos que las personas aprendemos más de nuestra experiencia que de aquellos consejos o indicaciones que recibimos. La infancia saca conclusiones de sus vivencias. Si están a gusto con lo que hacen, si pueden aprender de sus errores tanto solos como en grupo, sin vergüenza o malestar, estaremos favoreciendo el desarrollo de seres seguros, conscientes de sus experiencias, de sus gustos y sus deseos. La motivación, cuando es interna, basada en sus intereses, con el estímulo de las personas adultas que los observamos y apoyamos en su desarrollo, produce en ellos aprendizajes enriquecedores.
Educar a seres autónomos, otro de nuestros grandes objetivos en la escuela, debería llevarnos a pensar en darles elementos para entender el mundo con el que interactúan y entender sus procesos propios, lo que les conviene y lo que no, los efectos de sus actos. Es decir, casi todo lo contrario a calificar las acciones como buenas o malas, a cerrar significados con iconos y, menos aún, a aprender a repetir lo que a nosotros nos parece bien o mal.
Como docentes debemos explicitar las razones de nuestras afirmaciones; explicar, por ejemplo, por qué un mural que han hecho en grupo nos parece interesante, promover conversaciones sobre lo que vamos descubriendo individualmente y en conjunto. Así podemos abrir vías de pensamiento y opciones, en lugar de imponerles nuestros criterios. Les daremos elementos para que piensen y razonen, y es imprescindible que también escuchemos y entendamos sus razones.
Tenemos la posibilidad de educar para ser, no para complacer.
Referencias
(1) María Montessori. La mente absorbente del niño. 1949