Acostumbrada al debate polarizado, la comunidad educativa española ha acogido con furor y aspavientos los adelantos publicados sobre el decreto de mínimos para la Enseñanza Secundaria Obligatoria derivado de la Lomloe. La asignatura de Lengua Castellana y Literatura ha sido especialmente fértil en valoraciones maniqueas. Sin apenas grises, algunos sectores se han lanzado a una toma de postura monolítica. Gramática sí vs gramática no. La sintaxis como personificación del diablo pedagógico. Y, al otro lado, el análisis de oraciones como pilar sacrosanto de la comprensión lingüística.
Profesora de Secundaria y coautora de la parte del decreto que se ocupa del aprendizaje de Lengua, Carme Durán, piensa que en las últimas semanas se “ha creado una falsa polémica y una falsa dicotomía” cuyas motivaciones responden, ante todo, a “una voluntad de crispar”. Lejos de un debate desapasionado que propicie espacios de encuentro, el mundo educativo parece más bien haber encontrado en la asignatura un nuevo motivo para la batalla.
Durán insiste en mensajes nítidos que, confía, calmen las aguas y sirvan para acercar posturas. Asegura que hace tiempo que la enseñanza y el aprendizaje de cualquier idioma suele concebirse desde dos perspectivas: los enfoques comunicativo y gramaticalista. Y recuerda que, desde la Logse, la balanza se ha ido inclinando hacia el primero. “Otra cosa es que en las aulas se haya hecho lo que han ido estableciendo los currículos, ya que hay tradiciones e inercias difíciles de cambiar”, aclara. No es, por tanto, novedoso que la Lomloe apueste por el enfoque comunicativo. Sí lo es, continúa Durán, que el “foco sea ahora la reflexión del estudiante, el proceso en que participa para pensar la lengua”.
Sin arrinconar ni mucho menos a la gramática, se pretende, precisamente, que ese carácter reflexivo en el aprendizaje se construya sobre cimientos de conocimiento lingüístico teórico. “Resulta evidente que el alumno ha de adquirir unos saberes básicos; tiene que conocer, por ejemplo, las categorías y funciones gramaticales”, explica Durán. Pero ese aprendizaje ha ir mucho más allá del “conocimiento dado, descontextualizado y puramente transmisivo”. La coautora del decreto traza ejemplos que conectan los enfoques gramaticalista y comunicativo: “Los alumnos han de conocer la importancia de los adverbios en el discurso, cómo la ausencia o presencia del emisor en un texto periodístico marca la opinión de quien lo escribe”.
El uso comunicativo ha ser prioritario. Y en él, la gramática es importantísima. Uno no es posible sin la otra, han de ir unidos, vinculados
Producir mejores textos
El futuro de la asignatura de Lengua Castellana y Literatura no se escribirá, por tanto, en términos bipolares. Más bien, se aspira a que, por fin, tantos y tantos profesores dejen de poner el foco en la “gramática [y, muy especialmente, en la sintaxis] como sistema teórico», sin atender demasiado al uso del idioma, a cómo el alumno va mejorando su competencia lingüística y es capaz de producir “mejores textos [orales y escritos] y de entender mejor los de los demás”. Sin temor a la reiteración, en aras de una claridad meridiana, Durán insiste: “El uso comunicativo ha ser prioritario. Y en él, la gramática es importantísima. Uno no es posible sin la otra, han de ir unidos, vinculados”.
Autor de varias obras sobre didáctica de Lengua, Daniel Cassany, valora el decreto “como un avance en la línea de los muchos estudios psicopedagógico-lingüísticos” publicados. Sostiene que no avanzar en esta dirección supondría “ir en contra de la investigación y mantenerse en un inmovilismo que no conduce a nada, o más bien hacia una ciudadanía peor preparada”. Cassany ahonda en la necesidad de que el alumno domine ciertos pilares gramaticales. “Identificar el sujeto en una oración, las concordancias… esto sí es relavante”. Por el contrario, en su opinión poco ayuda —para comunicarse oralmente con efectividad o escribir textos de un nivel elevado— el saberse al dedillo “la clasificación de oraciones subordinadas o la jerarquía de las palabras”. Asuntos, asegura, sobre los que ni si quiera hay consenso entre los lingüistas, “con un montón de tribus peleadas entre ellas”.
Durán y Cassany recuerdan que priorizar la dimensión comunicativa de la lengua nos inserta de lleno en el marco europeo. Directrices de fuerte carácter competencial que inducen al alumno, apunta Cassany, a “una reflexión discursiva más global que le permita, por ejemplo, identificar la mentira” al poder identificar “el valor de algunos adjetivos” o saber “cómo se construye un texto ocultando determinadas informaciones”.
El autor catalán insiste en que, entre los países de nuestro entorno, la gramática no tiende a desaparecer de los currículos, sino que más bien se está redefiniendo. Durán, por su parte, explica cómo los diferentes ámbitos culturales están haciendo sus propios reajustes en busca de equilibrio. “La tradición francófona siempre ha sido muy gramaticalista, y ahora se están decantando hacia los usos comunicativos. En cambio, la tradición anglófona siempre ha sido muy poco gramaticalista, pero ahora se ha dado cuenta de que no es suficiente, de que también necesita un conocimiento teórico sobre cómo funciona el lenguaje”.
También profesor de Lengua Castellana y Literatura (así como poeta con varias obras publicadas), Joaquín Fabrellas, teme que una mirada excesivamente comunicativa desvíe al aprendizaje del idioma por la senda del utilitarismo a ultranza. “En la nueva pedagogía, que tiene un fuerte cariz político, todo ha de ser muy práctico. Y ahora parece que la sintaxis no tiene importancia porque no es práctica. Creo que es un gran error en el debate”, explica.
Ahora parece que la sintaxis no tiene importancia porque no es práctica. Creo que es un gran error en el debate
Identidad y lenguaje
Para Fabrellas, un análisis sintáctico bien planteado nos enlaza directamente con el autoconociminento y la comprensión de identidades. “Permite entender el discurso, sobre todo el mío, lo que influye poderosamente en la creación de mi propio yo. Yo me entiendo a mí mismo gracias a mi lenguaje”. El poeta jienense prefiere reservar los enfoques comunicativos para el aprendizaje de otros idiomas, y no olvidar que el “castellano es nuestra lengua vehicular”. Fabrellas honra en sus clases a una tradición milenaria: “Quizá suene antiguo, pero el lenguaje desde esa óptica sintáctica nos constituye como personas desde los griegos”.
Las dudas se multiplican ante el devenir del decreto de mínimos. En todas las asignaturas, y muy particularmente en Lengua. Tras su aprobación definitiva, las CCAA tendrán que llevar a cabo sus desarrollos normativos correspondientes. Y luego, cada centro y docente habrá de aterrizar la ley en el aula. La propia noción de saberes mínimos que impregna a la Lomloe puede conducir a la duda y el desconcierto. Pocos dudan de que una óptica comunicativa solo cobra sentido si se logra que cristalice mediante metodologías activas. Queda por ver hasta qué punto estas están extendidas en los departamentos de Lengua.
“Los docentes tienen mucho sentido común. Quieren hacerlo bien y hay una gran inquietud sobre cómo hacerlo”, apunta Durán, quien confía en que las posibles “reticencias se aligerarán cuando se vean ejemplos prácticos de maneras de hacer”. Aunque admite que, a veces, “tendemos a replicar maneras de enseñar, a copiar cómo nos han enseñado a nosotros”, lo que añade dificultades a la hora de superar los “modelos transmisivos”. Cassany, por su parte, no duda de que “la gran mayoría del profesorado asimilará el cambio como algo positivo”. Pero tampoco de que “grupos más conservadores lo verán como una debacle terrible”.