Vamos a inentar hacer un ejercicio de deslocalización: en vez de situarnos en el espacio trillado y conocido del androcentrismo, salirnos de él y mirar desde una nueva perspectiva: desde el pensamiento feminista y de su capacidad de criticar, (re)conceptualizar y (re)nombrar lo que nos ha sido dado y se nos ha hecho aprender como inamovible, neutro y creíble ciegamente.
Por ejemplo: que niños y niñas, mujeres y hombres, tenemos un cerebro masculino o femenino que conforma nuestros gustos, habilidades, destrezas y aficiones y que, por tanto, somos complementarios, trasladando el acoplamiento de los órganos sexuales para la reproducción al mundo de lo personal y lo social.
El feminismo ha sido considerado hasta ahora -y ahora también- como impertinente, pesado, redundante. ¿Desde qué punto de vista?. Desde la orilla trillada y reparada para poder ser recorrida como la mejor e incluso la única: desde la orilla patriarcal sin rótulo que así lo indique. En la otra orilla le surge una competencia molesta, porque le pone en cuestión casi todo y no para de alzar la voz vindicando su espacio legítimo.
Por eso el feminismo ha arremetido dialécticamente contra los principios patriarcales de preponderancia y hegemonía de lo masculino y de los hombres -machos humanos- como depositarios y portadores innatos de estas características que los hacen superiores en crédito, consideración, autoridad o fuerza y, por tanto, aptos para representar a la humanidad en su conjunto y, desde la superioridad sin mérito personal alguno, ordenar al inferior, sin demérito alguno para ser considerado como súbdito.
Así es que el feminismo ha conceptualizado y nombrado sin pedir permiso ni perdón, pero sin ejercer el vicio de la violencia y practicando en extremo la virtud de la paciencia. Pero fastidia, molesta e incluso causa asco o hastío al propio sistema patriarcal y a quienes lo abrazan gustosamente.
Por tanto el feminismo sería pertinente , “que viene a propósito” de los principios democráticos, de los derechos de ciudadanía y de los servicios públicos que los Estados otorgan y no tendría por qué ser tan pertinaz, persistente y resistente a causa de su ninguneo absoluto o relativo. Las mujeres somos la mitad de todas las poblaciones y, por tanto no podemos ser consideradas como seres subsumidos en los principios universales de lo masculino, o como “lo otro” de lo humano. Lo otro serían las corrientes y personas que se sienten fuera del dimorfismo o binarismo sexual, pero nunca el conjunto de las mujeres.
Aplicado esto al servicio público de la Educación, ya es la hora de que las mujeres merezcamos por méritos propios y por la naturaleza de nuestro sexo de nacimiento, que se nos trate con equidad dentro de las instituciones educativas: en cuanto a la Igualdad de oportunidades, condiciones, representación, trato, lenguaje. Es una injusticia de primer orden vernos suplantadas continuamente y privadas del disfrute de nuestros derechos por falta de recursos de formación, edición, investigación y espacios de visibilidad y estudio, que entren para quedarse en todas las aulas de todos los niveles.
Así, todas y todos podremos asimilar que la humanidad la hacen tanto mujeres como hombres y nos podremos ver como seres humanos de igual categoría. Así no tendrán que sufrir muchas personas de todas las edades, por sentirse en un sexo equivocado o en un género incongruente con sus deseos.
Si incorporamos de forma pertinente y pertinaz a los currícula formales y ocultos, los nuevos conocimientos sobre la obra humana de las mujeres y sus roles no estereotipados y eliminamos los estereotipos derivados del sexo de nacimiento, tanto para chicas como para chicos, podremos ir neutralizando esas corrientes que andan rápido y con mucha prisa para instalarse en los profundos deseos de cambio de adolescentes y jóvenes, sobre todo de las chicas, que imaginan y desean librarse de las desventajas de ser mujer en un mundo patriarcal.
El feminismo es pertinente, claro que sí y pertinaz, porque si no lo fuera ya lo habrían hecho desaparecer de un plumazo, tortazo o codazo de ninguneo y humillación, para que se conformara con modelos de “salvación individual” y con la ceremonia de la confusión entre derechos y deseos. Los derechos se obtienen sin desembolso propio, por ser habitante de una soiedad democrática, pero los deseos cuestan mucho, y conseguirlo a costa de lo que sea es lo que los convierte en ensoñaciones y los hace atractivos, cuestiones presentes y persistentes en la sociedad neoliberal y narcisista que se impone por doquier.
Una capa de feminismo nos protege de la intemperie y el ruido y nos devuelve, al menos un poco, a nuestra naturaleza humana racional.
Si la sociedad no lo hace, podría hacerlo, al menos, la escuela.