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A mis 23 años, recién licenciada en Psicología, junto con mi hermana y una compañera suya de carrera, ambas maestras, nos lanzamos a la apasionante aventura de abrir una Escuela Infantil.
Desde el inicio quisimos nombrarla así, Escuela Infantil. No guardería.
Fue un proyecto que nos absorbió totalmente durante 5 años, hasta que circunstancias personales y también del entorno nos llevaron a dar por finalizada la tarea, y traspasarla a una nuevas emprendedoras, apasionadas como nosotras.
Se convirtió en un aprendizaje fundamental para el resto de mi carrera profesional; un pilar de vivencias, conocimientos, interrogantes y encuentros imprescindibles.
Los padres y madres, los niños y niñas en todas sus facetas… El apego, el desapego, la alimentación, el sueño, la deambulación, el juego, el lenguaje…
Un proyecto que parecía fácil se tornó abismal, y la mayor de las enseñanzas para mí, en aquellos años y en los que vinieron después, fue descubrir lo tremendamente fundamental que es esa etapa, y la importancia de establecer un lazo fuerte, de respeto, de cercanía, de comunicación con cada una de las familias. Y, por supuesto, el cuidado del menor.
Cada llanto, cada despedida, cada cambio de pañal o biberón significa algo específico y digno de una consideración especial para cada niño y niña. Y hay que dedicar un tiempo, un espacio, un entorno y por supuesto unos profesionales adecuados para atenderlos.
El valor de “cuidar al cuidador” en el primer ciclo de infantil es de una trascendencia absoluta, porque el llanto del bebé y su desconsuelo puede generar mucha angustia en quien lo atiende. La desesperación de quien da de comer algo que no es bien recibido por el otro, de quien intentar dormir a un niño que se resiste a ello merece una dedicación especial por parte del entorno.
Para no responder con angustia a esos “rechazos” el cuidador debe estar acompañado. En un aula de 0 a 3 años siempre debe haber dos adultos, al menos.
Permitir la entrada de los padres, atender sus dudas, sus miedos, ayudarles a ver sus invasiones en la vida del niño también, requiere de mucho entrenamiento y por supuesto de una supervisión y trabajo en equipo, así como de una formación adecuada.
La escuela Infantil no es cualquier cosa. Es el lugar en el que unos padres, por circunstancias diversas, confían lo que más valor tiene para ellos, su hijo, un pequeño desvalido y vulnerable, para ser atendido en su ausencia.
Una ausencia que en la etapa 0 a 3 deber ser cuidada de una manera casi “sagrada”, porque es en estos meses, años, donde se conforman aspectos de la vida del niño que le van a permitir transitar en adelante por una vida llena de obstáculos.
Cuando los niños de 3 años pasaron a los colegios, constituyéndose en ese momento el 2º ciclo de 3-6, ya fue difícil acomodar estos recintos escolares para acoger a una edad tan temprana. Aún hoy se sufren las carencias que en ese momento ya eran evidentes a la hora de darles una respuesta adecuada.
Pero más difícil aún fue y está siendo adaptar al niño de 3 años a una vida escolar que viven como amenazante porque, en las circunstancias en que llegan a ella, en verdad lo es.
Niños que lloran durante todo un trimestre, o curso escolar. Que aún no están preparados para la retirada del pañal. Que no entienden enseñanzas en un segundo idioma cuando no se defienden en el propio. Especialmente los que proceden de otros países, o tienen necesidades educativas especiales. Aquellos para los que comer se convierte en un reto que un inmenso comedor escolar para nada puede ayudarles a afrontar. Que no entienden aún el juego entre iguales…
Como conclusión, y para no alargarme más, ¿de verdad nos estamos planteando abandonar el cuidado del primer ciclo de infantil, sus mecedoras en el aula de bebés, su comedor integrado en el aula, sus espacios de psicomotricidad, sus suelos radiantes, su proyecto globalizado escuela-familia-sector?
En mi humilde opinión se trata de una medida de cuyas consecuencias no vamos a ser conscientes hasta que en unos años dificultades vinculares, atencionales, emocionales, madurativas inunden aún más, si cabe, nuestro sufrido e insuficiente Servicio de Salud Mental Infanto-juvenil.