Sabemos que las violencias machistas, lejos de ser casos aislados o situaciones personales, tienen un carácter estructural basado en actitudes y prácticas culturales que hacen que estas violencias sean invisibles o, incluso, se consideren aceptables. Las tenemos tan naturalizadas que a veces nos resulta difícil identificarlas, son lo que siempre ha ocurrido, son “normales”.
Afortunadamente, la correlación de fuerzas sociales está cambiando y la impunidad ancestral de las violencias machistas se está comenzando a romper con la construcción de un relato global y colectivo que señala a los agresores y exige responsabilidades a los estados y gobiernos. De hecho, este es el foco de las reivindicaciones del movimiento feminista en Cataluña para la jornada de movilización del 25 de noviembre de este año. Nombrarnos, narrarnos y contar las violencias que sufrimos se está convirtiendo en una acción directa y transnacional para acabar con la impunidad, también en la esfera digital. El movimiento Cuéntalo o el caso de Gisele Pelicot son claros ejemplos de que el miedo ha comenzado a cambiar de bando.
Hacia una solidaridad transnacional
Para avanzar hacia una justicia global feminista, debemos reconocer que estamos insertas en un sistema geopolítico que es colonial, capitalista y generador de desigualdades cada vez más significativas. Debemos articular nuestras agendas y reivindicaciones con los movimientos feministas globales y antirracistas, de manera que nos permita sumar fuerzas a partir de relaciones estratégicas horizontales basadas en el apoyo mutuo. Por ejemplo, debemos movilizarnos masivamente cuando las agredidas son las trabajadoras de los campos de cultivo de Huelva o contra la ley de extranjería, apoyando iniciativas del movimiento antirracista como Regularización Ya. Todas las víctimas de violencias machistas deben ser escuchadas, respetadas y protegidas.
Tal como recoge el documento “Por una Justicia global feminista” que hemos realizado desde Lafede.cat, la federación de organizaciones por la justicia global, es imprescindible que este diálogo se enmarque en nuevas formas de solidaridad transnacional. Es decir, en nuevas estrategias de solidaridad global que, como apunta Angela Davis, escapen de la jerarquización y la perpetuación de relaciones de desigualdad o estructuras discriminatorias, y que actúen como altavoz de las luchas de otras latitudes.
Transformemos las prácticas judiciales y educativas
Para no normalizar las agresiones, es necesario también denunciar a los poderes públicos, arraigados en una cultura basada en la dominación y la culpabilización de la víctima, que continúan dejando a las víctimas desprotegidas y permiten que los agresores escapen de sus responsabilidades. En Cataluña, los movimientos feministas seguimos impulsando acciones y movilizaciones para exigir una sociedad en la que se transformen las prácticas judiciales y educativas, para que las víctimas no tengan que demostrar su inocencia frente a las violencias machistas.
La erradicación de las violencias machistas será insuficiente solo con reformas legislativas: es necesario un cambio profundo de marco social. Hay que desplegar políticas públicas integrales de prevención, protección y recuperación de las violencias machistas, diseñar protocolos para toda la diversidad de personas que las sufren, derogar la ley de extranjería y garantizar el derecho a una vivienda digna, entre muchas otras medidas.
Este 25 de noviembre salimos colectivamente a la calle para exigir libertades, para decir que todas las vidas importan y para avanzar juntas hacia una justicia global feminista, que requiere medidas urgentes para garantizar la vida de las personas y del planeta.