Cuando supe que en el 41º Congreso Federal del PSOE se aprobaron dos enmiendas presentadas por un sector de militantes antiqueer y transexcluyentes en las que, por un lado se excluye del acrónimo con el que se nombra al colectivo LGTBIQ+ a las personas identificadas como queer (Q) y a otras identidades disidentes enmarcadas bajo el paraguas “+”, dejando únicamente la referencia como colectivo LGTBI y, por otro lado, acotar la participación en categorías deportivas femeninas a “personas con sexo biológico femenino”, es decir, limitar la participación de las mujeres trans en el deporte, lo primero que sentí fue miedo.
Miedo porque si el partido supuestamente progresista más votado a nivel estatal aprueba esas enmiendas, ¿qué futuro nos espera? Y no es por ser catastrofista, que a veces sí lo soy, pero es que las consecuencias sociales que pueden derivar de una decisión como esta, en la que literalmente están compartiendo idéntico argumentario con la extrema derecha tiene unas implicaciones muy graves para todas las personas que somos y serán disidentes sexuales y de género.
Tras más de 30 años identificándome como feminista (antes incluso que como lesbiana y queer) y porque tanto el feminismo como la teoría queer me han salvado literalmente la vida, el miedo se mezcla con una profunda decepción. Sé que hay muchos feminismos y comparto ideas con unos más que con otros pero que en nombre de uno de los movimientos sociales y políticos más emancipadores de la historia moderna se abogue por la exclusión, la marginación, la invisibilización y la opresión, en definitiva, por el rechazo y el odio hacia grupos humanos concretos, es deleznable e indigno.
Si fuera militante socialista feminista me cuestionaría profundamente mi posicionamiento ideológico si compartiera consigna con Giorgia Meloni que, en el mitin de Vox de Marbella en mayo de 2022, gritaba desgañitada: “Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género” (sic). Me avergüenza profundamente y tengo claro que ni es feminismo ni es clásico (como se les ha definido en algunos medios de comunicación) es diversifobia y transfobia y como dice Irantzu Varela es un movimiento que efectivamente empieza por F y acaba en ista pero no es feminista.
Y como la política y la vida no se pueden separar, todo ello tiene su repercusión en los espacios educativos. Afortunadamente, por ahora, esto no se traduce a nivel legal, de hecho, la enmienda que limita la participación de las mujeres trans en el deporte va en contra del Artículo 26 sobre Deporte, actividad física y educación deportiva y contra la Disposición final octava de Modificación de la Ley 19/2007, de 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte de la Ley 4/2023, de 28 de febrero, para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, pero hace que la exclusión siga permeando en la sociedad, genera falsos debates que siembran dudas, fomenta prejuicios, falacias y estereotipos que se traducen en violencias físicas, psicológicas y simbólicas que se llevan a las aulas o, más bien, que se perpetúan en ellas porque nunca han desaparecido y, de hecho, en los últimos años están resurgiendo con alarmante agresividad.
Pero donde hay opresión, siempre habrá resistencia y si algo hemos aprendido desde los márgenes del activismo queer es a resignificar el lenguaje, transformar los espacios que ocupamos para acoger a todas las personas, subvertir la cisheteronorma y, como dice Mercedes Sánchez Saínz en su libro Pedagogías queer “siempre está la posibilidad de empoderarnos en lo que somos, en reclamar y visibilizar los cuerpos y los deseos que nos han enseñado que son juzgables, impensables o, incluso, despreciables”, en definitiva, en nuestra mano está TRANSformar el mundo que nos rodea y, por ende, el sistema educativo.
Recientemente, en una jornada compartida con compañeras, compañeros y compañeres de la asociación de docentes que coordino Rede Educativa de Apoio LGBTIQ+ de Galicia hablamos de la importancia de destacar las aportaciones de las personas LGBTIQ+ a la sociedad y al sistema educativo, y centramos el tema precisamente en el verbo queerizar el sistema, es decir, crear un espacio educativo y humano más allá de las categorías establecidas valorando, por ejemplo, a la familia elegida tanto como a la biológica, dinamitar las jerarquías relacionales y dejarse llevar por la onda expansiva de los afectos, abriendo puertas y ventanas a nuevas configuraciones sentimentales desde la responsabilidad afectiva, poner límites que nos protejan de situaciones abusivas, colocar en el centro la libertad de ser y de sentir, desarrollar en plenitud nuestra personalidad desde la empatía y el respeto, cuestionar de forma crítica un sistema educativo a expensas de un sistema económico caníbal que devora la salud física y mental de tantas personas y, por supuesto, poner en valor nuestra resiliencia y nuestra alegría de vivir, porque, admitámoslo, si algo hemos demostrado y demuestra el alumnado queer cada día en las aulas es que por mucho que nos quieran suprimir e invisibilizar siempre encontramos ese resquicio donde desplegar nuestras plumas y reírnos de todo, hasta de la estrategia retórica de la retorsión del argumento.
Así que de señora cis LQ+ a señora cis PSOE, un deseo: queerízate, amiga y disfruta de la vida.