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La novela corta La metamorfosis (Die Verwandlung, 1915) del escritor checo Franz Kafka (1883-1924) narra las vicisitudes de un joven después de que despierte en su cama convertido en un insecto, con todo lo que implica desde un punto social, hasta el punto de ser repudiado por la familia, avergonzados de su aspecto, que conlleva a un trágico desenlace. Existen numerosas interpretaciones de la obra desde diversos puntos de vista psicológico y filosófico, incluso el debate sobre la correcta traducción del título por el que se conoce universalmente, puesto que la traducción literal sería «La transformación», un concepto que no se asocia necesariamente a las etapas del ciclo de vida de los insectos. En cualquier caso, es relevante que sea la lectura escogida por Mireille, de trece años, cuando gana el premio de Butifarra de Oro en la primera edición de un denigrante concurso promovido en las redes sociales.
Mireille es la protagonista de la novela gráfica Las tres reinas (Les petites reines, 2023), publicado en febrero de 2025 por Garbuix Books en castellano con traducción de Regina López Muñoz, y en catalán con traducción de Montserrat Terrones, con maquetación y rotulación de Gabriel Regueiro, que en este caso también es importante. El cómic ganó el premio al mejor cómic juvenil en la 51ª edición del Festival de la Bande Dessinée d’Angoulême (Francia), uno de los más prestigiosos a nivel internacional. El guion y dibujo es de la autora francesa Magali Le Huche, que adapta la novela juvenil homónima de 2015 de la escritora Clémentine Beauvais. La historia está protagonizada por la citada Mireille, ahora con quince años, que ha ganado el supuesto premio de Butifarra de Bronce en su tercera edición, que junto a Astrid y Hakima, de catorce y doce años y oro y plata respectivamente, deciden realizar un viaje reivindicativo hacia la capital, en París, coincidiendo con los fastos del catorce de julio.

El viaje tiene una motivación muy loable i secreta: solicitar el merecido reconocimiento del hermano de Hakima, un soldado francés que perdió las dos piernas en acto de servicio en el desierto durante un ataque donde murieron diez militares, y que cuyas consecuencias pudieron ser mayores de no ser por su reacción a avisar por radio a pesar de las graves heridas que había sufrido durante el asalto. De hecho, el propio veterano se ofrece a acompañar a las tres adolescentes en un periplo que realizarán en bicicleta (y silla de ruedas) desde la pequeña población de Bourg-en-Bresse, situada a 60 kilómetros al norte de Lyon, hasta París, cuatrocientos kilómetros realizados durante una semana con paradas en las diferentes ciudades que irán encontrando en su camino.
Aunque el viaje en sí servirá para que las tres jóvenes se apoderen de la palabra con la que las pretendían humillar y ridiculizar, cuando un compañero del instituto decidió, aburrido durante una clase de música, que sería divertido dar un premio a la Butifarra del año desde su cuenta de Instagram, escogiendo, supuestamente, a las compañeras menos agraciadas del instituto, exponiendo el escarnio de forma pública con la complicidad de miles de seguidores, que lejos de denunciar un acto inmoral de esta magnitud, se suman a la burla y la humillación, sin pensar en las consecuencias. Una manifestación en todo su esplendor de gordofobia.

Y no es una exageración. En una viñeta se puede observar perfectamente que la imagen de Hakima con la proclamación del segundo premio Butifarra de Plata tiene 56.740 «me gustas» y la del tercer premio 6.262 «me gustas». Butifarra (en la versión original, en francés, es el premio Boudins, que hace referencia a morcillas en realidad) es la palabra soez que utiliza el joven que pretende ridiculizar a sus compañeras, y lo acompaña con etiquetas que muestran una clara intencionalidad de afrenta, como #concursodebutis o #másfeoqueunpecado, y otras aún más mezquinas que se quedan cortas ante las barbaridades que escriben algunos en los comentarios, un seguidismo que muestra sin paliativos los valores y las pocas luces de quién los realiza.
Ver cómo hablan o lo que escriben algunos de estos detractores es realmente demoledor como sociedad, y aunque en algún momento se trate de justificar desde las circunstancias inducidas por la salud mental o por las vivencias de dichos fanáticos, la realidad es que no hay posibilidad de justificar dichos actos. Aun así, desde la sororidad y la determinación, las tres jóvenes conseguirán darle la vuelta en positivo a la etiqueta, apoderándose de la denominación y sustrayendo el poco valor que pudiera tener la palabra como insulto. Una victoria que en la novela gráfica se puede apreciar cómo afecta al joven que había inventado el premio y que ve como el ridiculizado pasa a ser él. Una impotencia que, por cierto, puede ser peligrosa teniendo en cuenta que la reacción puede no ser solo digital, sino también física.

En cualquier caso, las autoras de la novela y ahora del cómic nos invitan a reflexionar sobre algunos aspectos interesantes que, plasmados en la ficción, no se alejan de lo que acontece realmente. Por ejemplo, sorprende la llamada de teléfono del padre del joven a Mireille cuando la policía descubre por los videos de vigilancia del camping donde dormían que su hijo era quién había saboteado las tres bicicletas, pinchando las ruedas y cortando los cables de los frenos. El padre le pide que no denuncie a su hijo, minimizando la fechoría, pero Mireille le recuerda que cuando le llamó en la primera edición del premio para que su hijo quitara esas imágenes de internet su reacción fue la de no darle importancia.
También sorprende la inacción del instituto, cuando los profesores se defienden que no pueden hacer nada puesto que el acoso digital está sucediendo fuera del recinto escolar y fuera del horario escolar (bueno, en realidad, una parte de las imágenes y comentarios en redes se hacen precisamente durante la jornada escolar). La madre de Mireille, profesora de filosofía en un instituto, probablemente tendrá mucho trabajo con sus alumnos, los afortunados que tengan esa asignatura, si es que la tienen. Algunas de las viñetas reflejan amenazas físicas ante la deriva que está tomando la iniciativa de las protagonistas de la historia, una intimidación que se realiza en los pasillos de la escuela entre clase y clase.

Aunque quizás sea más vergonzoso el papel de la prensa, que pasa desapercibido en parte porque ya estamos acostumbrados. En portada, en papel, del diario regional Le progrès, cabecera real que tiene la sede en Lyon, aparece el siguiente titular: «¿Se tiene que vetar el concurso de butifarras?», dando voz al joven promotor de la idea y a uno de sus seguidores, que apunta «que no se acaba el mundo, y nos reímos mucho». Una actitud cómplice con la difamación pensando en las ventas del periódico y en los clics en los enlaces de las redes sociales, promoviendo nuevos artículos al obligar a las aludidas a responder a tales barbaridades (véase el artículo Una prensa inmoral y corrupta… según Balzac, muy apropiado para la ocasión).
El gregarismo del resto de la profesión cuando las jóvenes se hacen virales da vergüenza ajena, aunque como lector reconocemos el potencial de los medios de comunicación para hacer llegar el mensaje (que ya no era solo relacionado con el hermano de una de las reinas, sino lo que ellas mismas representaban), en una utilización similar a una relación simbiótica en la que las dos partes salen beneficiadas. Algo que saben muy bien los influyentes ávidos de añadir contenido a sus canales y que aquí, también, quedan bien retratados, así como sus seguidores. En una de las viñetas, la autora del cómic actualiza el efecto de la evolución de las redes sociales cuando relata lo que leen las protagonistas en el móvil: «Cada vez que una persona dice en Youtube que somos geniales, fuertes, inteligentes y combativas, hay otra en Tik Tok que escribe que somos una “gordas, idiotas, espantajos y cerdas sucias más feas que un feto”». Una muestra de que la solución no es dejar de leer los comentarios como les recomiendan todos.
