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Introducción
La formación de profesionales de la pedagogía en América Latina enfrenta hoy un escenario complejo, marcado por transformaciones profundas en los ámbitos tecnológico, social y político. Podríamos suponer que ha sido siempre así, pero que hoy las coordenadas se reubicaron y los contextos agudizaron problemas o les cambiaron el rostro. No obstante, las urgencias de escolarización en el continente no admiten dilación.
La irrupción de nuevas tecnologías, la crisis democrática y la persistente desigualdad social y educativa configuran un paisaje de incertidumbre que exige repensar el papel de los educadores en ejercicio y de los futuros. En una región caracterizada por altos niveles de desigualdad, sistemas educativos fragmentados, paupérrimos en muchos casos, y tensiones políticas constantes, la labor de los pedagogos adquiere una relevancia aún mayor.
Este artículo repasa esos desafíos en el contexto latinoamericano y reflexiona sobre la necesidad de formar profesionales comprometidos con la justicia educativa y la construcción de sociedades más equitativas y democráticas, lo cual implica pensar su función más allá de los límites de la institución escolar, reconociendo, en principio, la obligación de una enseñanza más efectiva en los salones de clase.
La irrupción tecnológica
Las tecnologías emergentes amenazan transformar los sistemas escolares y ya intervienen en los procesos de enseñanza-aprendizaje, así como en las prácticas cotidianas de estudiantes y maestros. El propio oficio docente es interpelado por los tiempos en curso.
La inteligencia artificial, la automatización y el acceso masivo a la información abren posibilidades inéditas para la personalización del aprendizaje y la expansión del conocimiento. En América Latina, estas innovaciones conviven con realidades profundamente desiguales: mientras algunos países y sectores sociales avanzan en la digitalización pedagógica, otros carecen de acceso básico a internet y dispositivos tecnológicos. En otro artículo publicado en El Diario de la Educación expongo algunas de tales asimetrías [https://eldiariodelaeducacion.com/2024/11/05/ia-y-educacion-los-olvidados-de-siempre-en-al/].
Formar pedagogos en este contexto implica no solo dotarlos de competencias digitales, sino también desarrollar una mirada crítica sobre el impacto de estas herramientas en la enseñanza y en la equidad educativa, a partir del reconocimiento de su valía social, como se lo propone Miguel Ángel Santos Guerra en su libro “Para qué servimos los pedagogos. El valor de la educación”.
La crisis democrática y la educación ciudadana
El auge de los populismos y la erosión de las instituciones democráticas han colocado a la educación en un papel central en la formación de ciudadanos críticos y comprometidos. Por izquierda (México, por ejemplo) y por derecha (Argentina con Javier Milei) los populismos se instalan en el subcontinente. El fenómeno no es exclusivo de Latinoamérica y Yuval Noah Harari lo constata en “Nexus”. La inestabilidad política y la polarización han generado una crisis de confianza en las instituciones, afectando también a los sistemas escolares.
En muchos países, el discurso público y las políticas educativas han sido capturadas por narrativas que desvalorizan la educación como bien público y reducen la formación docente a una dimensión meramente técnica o instrumental. Ante este panorama, la formación de pedagogos debe fortalecer la enseñanza de una ciudadanía activa, promoviendo valores como el diálogo, el respeto a la diversidad y la participación democrática. La pedagogía es más que un instrumento de transmisión de conocimientos; es un espacio de resistencia y transformación social. Imposible olvidar en este renglón a Philippe Meirieu y su obra “Pedagogía: el deber de resistir”.
Las brechas educativas continúan reproduciendo las desigualdades estructurales de nuestras sociedades. En la región, la educación sigue siendo un reflejo de las profundas asimetrías sociales y culturales que la atraviesan. La pandemia evidenció y agudizó estas desigualdades, exponiendo la fragilidad de los sistemas educativos en contextos vulnerables.
El acceso a la educación de calidad y la permanencia escolar son privilegio, en general, de sectores urbanos, mientras que las comunidades rurales, indígenas y afrodescendientes enfrentan enormes barreras estructurales. La formación de pedagogos debe priorizar el compromiso con la justicia educativa, preparándolos para enfrentar estas desigualdades con estrategias innovadoras e inclusivas que promuevan el acceso y la permanencia de todos los estudiantes en la educación formal.
Reflexiones finales
Desde una perspectiva inspirada en la pedagogía crítica y la ética del cuidado se vuelve imperativa la urgencia de formar pedagogos que no solo sean expertos en sus disciplinas, sino también agentes de cambio comprometidos con la equidad y la democracia.
En tiempos de incertidumbre, la pedagogía debe asumir un papel protagónico en la defensa del derecho a la educación y en la construcción de un horizonte más justo e inclusivo. Para ello, es necesario repensar los modelos de formación docente en América Latina, fortalecer su dimensión política y ética, y promover una educación que trascienda la instrucción técnica para convertirse en un verdadero proyecto de transformación social.
Un aspecto fundamental para consolidar este cambio es la necesidad de políticas públicas que garanticen la formación continua de los docentes, el acceso equitativo a recursos didácticos y el desarrollo de currículos que fomenten una enseñanza emancipadora. Los pedagogos del siglo XXI deben ser formados con una mirada amplia que contemple la diversidad cultural, las desigualdades estructurales y los desafíos globales que impactan la educación en América Latina. Sin una gestión que refuerce estas dimensiones, los esfuerzos individuales de los educadores pueden quedar limitados ante un sistema que, con frecuencia, perpetúa exclusión e injusticia.
La formación pedagógica debe vincularse con la investigación y la innovación; para ello, se precisa fortalecer los espacios de reflexión y producción de conocimiento en las universidades y en los centros de formación docente, promoviendo el intercambio y la cooperación, tejiendo redes entre instituciones para encarar un desafío que sólo puede lograrse con trabajo conjunto.
La educación no es ajena a los cambios sociales, políticos y tecnológicos; por el contrario, debe estar en constante diálogo con ellos para ofrecer respuestas pertinentes y transformadoras. Solo de este modo la pedagogía podrá desempeñar un rol activo en la construcción de sociedades más justas, democráticas y humanamente sostenibles.