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Para esta entrega de junio, estaba preparando un artículo sobre el sensacionalismo mediático que rodea el tema de la tecnología en la educación. Y es que resulta, cuanto menos, llamativo lo ocurrido hace dos fines de semana: una manifestación contra “las pantallas”, con apenas un centenar de asistentes, acaparó titulares y reportajes, mientras que una movilización de cerca de 10.000 personas, impulsada por docentes de centros públicos asturianos, pasó prácticamente desapercibida en los medios. Por supuesto, en un país libre, toda persona tiene derecho a manifestarse por lo que considere (y todas las motivaciones son respetables). Lo curioso es qué eligen destacar quienes informan.
Después pensé en escribir sobre la evidencia científica que respalda las recomendaciones en torno al uso de pantallas en educación. Resulta especialmente interesante analizar las nuevas directrices de la Academia Americana de Pediatría, que señalan que centrarse únicamente en el tiempo de exposición no tiene demasiado sentido. Curiosamente, estas orientaciones van en una dirección completamente opuesta a muchas de las recomendaciones y políticas que se están promoviendo a nivel nacional.
Pero he desistido de ambas cosas.
Estoy cansada de explicar que la realidad en las aulas no es tan simple como la presentan. Cansada de ver cómo algunas asociaciones y comunidades autónomas plantean medidas sin fundamento científico y profundamente injustas. Es agotador revisar en profundidad noticia tras noticia, analizar los datos reales y contextualizar titulares alarmistas, para frecuentemente, terminar encontrando lo mismo: la realidad nunca es tan simple como se presenta.
Así que decidí que voy a hablaros de Niebla y el San Walabonso.
Niebla es un municipio español de la provincia de Huelva, que cuenta con 4.284 habitantes. En Niebla se encuentra el colegio San Walabonso. Hace 20 años, a principios de siglo XXI, daba clase allí el profesor Fernando García Páez. Fernando llevó a cabo con sus estudiantes una de las experiencias educativas con tecnología más innovadoras de España en aquella época.
La historia comenzó cuando los estudiantes descubrieron que su pueblo no tenía entrada en Wikipedia, así que decidieron convertirse en protagonistas activos y crear una. Acudieron al Ayuntamiento y a la parroquia local para recopilar información histórica y cultural, documentando meticulosamente la identidad de su municipio para crear la entrada que faltaba en la enciclopedia colaborativa. Este proyecto trasladó a los estudiantes de su rol tradicional como meros consumidores de información a convertirse en verdaderos coautores del conocimiento. Aprendieron que internet no era solo un espacio para leer, sino también para escribir, colaborar y contribuir de manera crítica y constructiva al saber colectivo. Fernando había desarrollado un proyecto que iba más allá del libro de texto, en el que la red era un recurso no solo para buscar información, sino también para comunicarse.
«Lo verdaderamente relevante eran las ideas pedagógicas, no las herramientas tecnológicas»
La experiencia del San Walabonso (https://www.diariodeibiza.es/ibiza/2010/03/31/ninos-san-walabonso-nuevas-tecnologias-30866608.html) fue una de las muchas iniciativas que se dieron a principios de siglo XXI en lo que se llamó la web 2.0 (caracterizada por la aparición de blogs, wikis y redes sociales). Era común encontrar muchos blogs docentes y compartir iniciativas educativas con tecnología entre el profesorado a través de las redes sociales, especialmente Twitter, que en aquella época no era el lugar oscuro que es ahora y representaba un espacio de intercambio pedagógico dinámico y constructivo.
Conviene aclarar que no estamos hablando del uso de plataformas educativas o campus virtuales. La filosofía que guiaba estas experiencias era muy distinta: en la integración efectiva de las TIC, lo verdaderamente relevante eran las ideas pedagógicas, no las herramientas tecnológicas en sí mismas. Estas eran vistas como un cofre de recursos disponibles, descentralizados, gratuitos y accesibles. No eran herramientas neutras y era fundamental reflexionar y aprender un uso seguro de ellas, pero en la educación una de las claves estaba en cómo se integraban en diferentes proyectos.
De este ecosistema de innovación surgieron proyectos como Callejeros Literarios (https://sites.google.com/site/callejerosliterarios/), una iniciativa colaborativa impulsada por cuatro blogs especializados en lengua castellana y literatura (a pie de aula, bloggeando, repaso de lengua y tres tizas)( https://sites.google.com/site/callejerosliterarios/qui%C3%A9nes-somos). El proyecto se asentaba en el trabajo por proyectos y la educación literaria. Los estudiantes compartían un objetivo común: identificar en las calles de sus pueblos y ciudades los nombres de autores literarios, geolocalizarlos en Google Maps, investigar sobre estos escritores y desarrollar actividades educativas para acercarse a su obra. El resultado fue una rica producción de contenidos en diversos formatos, incluyendo vídeos e itinerarios interactivos, todo ello publicado de forma abierta y accesible.
«En un aula de infantil la tecnología puede integrarse de forma natural como un recurso más»
También quiero mencionar el proyecto sobre Pedro Cano desarrollado por Salomé Recio (https://etapainfantil.blogspot.com/p/proyecto-de-arte-con-pedro-cano.html). En 2011, Salomé articuló todo el currículo de Infantil del aula de 3 años en la que trabajaba en torno a la figura de Pedro Cano, reconocido artista murciano. Siempre ha sido una referente en el uso pedagógico de la tecnología en las primeras etapas educativas, demostrando que en un aula de Infantil esta puede integrarse de forma natural como un recurso más. Su trabajo evidenció que una pizarra digital interactiva (PDI) puede servir para mucho más que proyectar vídeos: puede convertirse en una herramienta en la que los estudiantes pueden crear y comunicarse desde los primeros años.
El dinamismo y la colaboración de aquellos años fueron tan intensos que quedaron recogidos en la publicación El bazar de los locos, un libro que documentaba las experiencias educativas compartidas a través de Twitter. Así se gestó una forma de activismo educativo 2.0, articulado en torno a la innovación pedagógica con tecnología, donde, paradójicamente, la tecnología no era el centro, sino las personas y sus relaciones. Por entonces, yo comenzaba mi carrera investigadora, y para mí era fascinante asomarme a esta ventana de docentes llenos de ilusión. La colaboración entre las experiencias en los distintos niveles educativos y las facultades de Educación no era rara y empezaban a resquebrajarse esos muros que tradicionalmente tenemos entre etapas.
Surgieron asociaciones que promovían encuentros presenciales para compartir ideas sobre innovación educativa, como Novadors, Aulablog o EABE. Algunas de ellas siguen activas, trabajando por la mejora de la educación. Aprendí mucho de su forma de vivir la docencia: comprometida, colaborativa y profundamente humana.
«La innovación educativa no depende del tamaño de la comunidad ni exclusivamente de los recursos tecnológicos disponibles»
Sería injusto hacer una lista de los docentes más activos de aquella época, porque seguramente dejaría a alguien fuera. Es curioso observar que muchos de ellos llegaron a formar, posteriormente, parte de los equipos directivos en sus centros, probablemente impulsados por esa inquietud inherente al movimiento de entonces, orientado a cambiar y mejorar las cosas desde dentro. Algunos siguen en activo, otros ya se han jubilado y otros, tristemente, nos han dejado, pero todos demostraron que la innovación educativa no depende del tamaño de la comunidad ni exclusivamente de los recursos tecnológicos disponibles (aunque estos sean necesarios), sino de la visión pedagógica y el compromiso de quienes están dispuestos a transformar la manera en que los estudiantes se relacionan con el conocimiento y con el mundo.
Lo triste es comprobar que sus aportaciones no fueron tenidas en cuenta. Cuando llegaron los fondos para invertir en el desarrollo de la competencia digital, las administraciones autonómicas optaron por una visión simplista de la digitalización educativa, creyendo que bastaba con entregar un portátil a cada niño o niña para que, casi por arte de magia, se produjera el aprendizaje. Sin embargo, este movimiento defendía una concepción muy distinta: más profunda, más pedagógica y centrada en el sentido educativo del uso de la tecnología. Por eso, no es difícil imaginar su reacción cuando comenzaron a implantarse libros de texto digitales que simplemente replicaban el formato impreso sin ningún cambio metodológico real. Se cuestionó públicamente el tipo de digitalización que se estaba haciendo y la formación que se estaba dando y que ahora algunos de esos mismos docentes, que fueron tan críticos, sean acusados de haber cedido a intereses y lobbies, cuando fueron precisamente ellos quienes primero advirtieron del problema, no solo es injusto: es profundamente indignante.
Es cierto que debemos afrontar la complejidad del momento actual, por difícil que sea. Reivindicar la pedagogía, alejarse del sensacionalismo y defender el valor de la investigación educativa son pasos imprescindibles. Pero también necesitamos construir un relato esperanzador, que muestre que es posible desarrollar la competencia digital con sentido pedagógico, y que ya hay muchos docentes en nuestro país que lo han venido haciendo con rigor y compromiso desde hace años.
Quisiera terminar este artículo con una reflexión de una estudiante de magisterio que se escribió en 2011. En ese contexto de comunicación viva entre etapas educativas, que comentaba anteriormente, donde las facultades de Educación y los centros escolares colaboraban y aprendían mutuamente, Jordi Adell invitó a Fernando García Páez a compartir su experiencia en el CEIP San Walabonso con sus estudiantes de Magisterio. En una entrada de su blog puede leerse la reflexión de una de las estudiantes de Magisterio que asistieron a la conferencia de Fernando:
“Gracias a esta conferencia me he dado cuenta también, de que el sentido en el que yo estaba entendiendo a las TIC era erróneo, realmente se trabaja algo y las TIC te ayudan a desarrollarlo y no al revés como yo lo estaba entendiendo. Además, también hay que tener en cuenta que como dijo FG Páez, ‘no todo vale para integrar las TIC en el aula’, ya que no hay que olvidar en ningún momento que la tecnología no es la protagonista, sino que los protagonistas son los alumnos…”
Esa mirada crítica, pedagógica y profundamente humana es justo lo que estamos perdiendo si dejamos de hablar de experiencias como esta. Por eso, si dejamos de hablar de San Walabonso y la Wikipedia, habrán ganado. Hablemos pues del CEIP San Walabonso. Hablemos de las chococharlas, de Novadors, Aulablog, EABE, EDUTEC, y de las numerosas iniciativas que tratan de construir una competencia digital con sentido educativo.
Hablemos de quienes, desde sus aulas, demuestran cada día que una educación mejor no solo es posible: ya está ocurriendo. Solo tenemos que darles la voz y el protagonismo que merecen.