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El psicólogo clínico y escolar Marino Pérez Álvarez acaba de publicar “La sociedad vulnerable” (NED Ediciones). En este libro explora la crisis de salud mental que afecta, de forma especial, a niños, adolescentes y jóvenes, y el origen de los trastornos mentales. El 56,5% de los españoles han padecido o creen que han podido padecer algún problema mental. La ansiedad y la depresión son las patologías más frecuentes.
¿En qué momento podemos decir que una persona tiene o sufre una enfermedad mental? ¿Cuándo pasan a ser trastornos mentales los problemas que tenemos todos en la vida cotidiana?
No hay criterios objetivos, como suele pensar la gente y hay en las enfermedades propiamente médicas, por los que se pueda definir que se tiene o no se tiene depresión, como se puede decir que se tiene diabetes o no se tiene. Los criterios son, en general, subjetivos y se definen por el malestar y el sufrimiento y la interferencia que ello tiene con la vida que uno lleva o quisiera llevar. De forma más técnica o más específica, defino en el libro que los trastornos mentales empiezan cuando los esfuerzos de las personas por resolver un problema de la vida consisten ya más en parte del problema que de la solución, cuando entra uno en un bucle, en un proceso de evitación que no resuelve el problema y al mismo tiempo le sumerge o le distancia más de los asuntos de la vida. Esto ya lo planteó Freud en su tiempo, al preguntarse cuándo la ansiedad normal se convierte en una ansiedad neurótica. Él entendía que la ansiedad normal es la ansiedad, el miedo o la angustia como respuesta a las amenazas, a las incertidumbres, a las circunstancias de la vida. Y esa respuesta a la ansiedad, por más incómoda y por más sufrimiento que implica, es normal, es una reacción propia ante una amenaza que uno tiene que resolver y poner atención en ello. La cuestión es cuando se convierte en una neurosis, en un trastorno. Freud responde que eso ocurre cuando empiezan a obrar, a hacerse notables, lo que él llamaba mecanismos de defensa, cuando el individuo, a menudo de forma inconsciente, evita, inhibe reacciones o las que tiene ya no son eficaces o se están convirtiendo en un bucle o en una rutina. Lo mismo podríamos decir de la depresión. La pregunta es: ¿cuándo la tristeza, que forma parte de la vida y es lo más natural y propio que pueda ocurrir en ciertas circunstancias, empieza a ser depresión? Empieza a ser depresión, no de una forma repentina, de ahora para después. Se constituye como depresión cuando las reacciones de la persona ya no están enfrentando los problemas que se quieren resolver y está uno envuelto en lo que llamamos en psicología una evitación de las situaciones, una retirada del mundo, quedarse en casa, quedarse en la cama, evitar situaciones que podrían cambiar tu vida, entrar en un circuito de pesimismo y de decirte a ti mismo que nada tiene sentido, que no puedes hacer nada y eso te distancia cada vez más de la vida, que es allí donde tendrían que resolverse las cosas.
¿Ansiedad y depresión son los males de nuestro tiempo?
Son los diagnósticos más frecuentes y son las experiencias que más frecuentemente refieren las personas. Eso se debe a dos circunstancias. La primera y más importante es que la ansiedad y la depresión son, ante todo, reacciones, experiencias, categorías existenciales, que forman parte de la condición humana de enfrentamiento a las circunstancias de la vida, como tristeza o ansiedad. Son las respuestas normales a las amenazas o pérdidas que se dan en la vida, pero también ocurre que estas experiencias que tienen ese nombre de ansiedad y depresión son categorías clínicas y son categorías clínicas que ya se han hecho populares, que tienen ya un uso popular más allá de su sentido más preciso. Forman parte ya del lenguaje ordinario y por eso pues son tan frecuentes porque son muy humanas por un lado y por otro lado son términos clínicos que se han popularizado.
«Estamos siempre en un proceso de expectativas incumplibles, de deseos que si se satisfacen no terminan»
¿Por qué son tan frecuentes?
Se encuentra en edades escolares y universitarias y también en la población en general, en edades adultas, en España y en otros países occidentales, también en Estados Unidos. ¿Por qué son tan frecuentes? Seguramente también por dos cosas. Una, porque son las reacciones más humanas, más naturales, a las circunstancias de la vida y son ya también comunes, forman parte ya del lenguaje común. Por otro lado, tenemos que reconocer que la sociedad del bienestar y del confort en la que vivimos, una sociedad caracterizada por el capitalismo consumista y, en fin, una sociedad que tiene muchas comodidades, conforts, servicios, donde muchos problemas que tenían generaciones tradicionales no existen, no hace que desaparezcan los problemas y los inconvenientes, sino que aparecen otros. Nuestra sociedad del capitalismo consumista es decepcionante y frustrante. Nos genera muchas posibilidades, muchos objetos del deseo, muchas cosas posibles y satisfactorias, pero, en el mejor de los casos, si se alcanzan y se satisfacen esos deseos, esos deseos ya no se tienen pero aparecen otros en su lugar. Estamos siempre en un proceso de expectativas incumplibles, de deseos que si se satisfacen no terminan ahí, sino que continuamente estamos tensionados por algo más que nunca se satisface del todo en nuestra vida. Como han dicho sociólogos y yo mismo en otro libro con el título de “El individuo flotante”, en nuestra sociedad hay pocas cosas que sean sólidas y duraderas. Trabajos precarios, las propias relaciones, las amistades, cosas básicas de la vida son poco duraderas y poco sólidas. Y entonces uno está también flotante a expensas de modas, de tendencias, y por lo común terminan por ser decepcionantes o por no encontrar uno sentido a la vida. Sentido quiere decir dirección y significado. Dirección, algo que tire de ti más allá de tus sentimientos, y significado que sea algo valioso, significativo para tu vida, que importe más que ciertos malestares.
«La medicación psiquiátrica No es propiamente un tratamiento sino un recurso que puede ser útil pero que no está resolviendo el por qué uno se deprime o por qué uno tiene ansiedad»
“La medicación no es la solución y si lo fuera ya estaríamos todos curados”, escribe. Entonces, ¿para qué sirve la medicación?
Ciertamente la medicación no es la solución a los problemas psicológicos, psiquiátricos. La naturaleza de la ansiedad y la depresión deriva de las reacciones muy humanas a las adversidades de la vida y no tienen su origen en desequilibrios neuroquímicos, en causas biológicas que supuestamente corrigiera la medicación. La medicación puede ser útil, yo no la estoy negando, pero habría que entenderla como un recurso que puede ser usado, pero no en primera instancia sino como coadyuvante de otros intentos, de otros esfuerzos por resolver las circunstancias de la vida. La medicación psiquiátrica debemos tener claro que no es etiológica, que no está corrigiendo las supuestas causas neuroquímicas que se supusiera que están en el origen de los trastornos mentales. No es propiamente un tratamiento sino un recurso que puede ser útil pero que no está resolviendo el por qué uno se deprime o por qué uno tiene ansiedad. Las condiciones de la depresión y la ansiedad habría que verlas en el entorno de la persona y sus circunstancias y también en el contexto de la historia o del estilo que tenemos las personas de enfrentar adversidades. Podemos tener un estilo más ansioso preocupado o más depresivo, mientras que otras personas ante las mismas circunstancias pueden tener un estilo más eficaz o menos atrapador en la evitación.
La expresión “enfermedad mental” no le gusta.
No es adecuada para entender los llamados problemas o trastornos psicológicos y psiquiátricos. Los sistemas de diagnóstico -por ejemplo, el famoso DSM, de la Sociedad de Psiquiatría Americana- evita el término “enfermedad” y en su lugar utiliza el término “trastorno”. “Enfermedad” se suele usar en muchos contextos clínicos. La suelen usar y reclamar a veces los pacientes, porque entienden que su padecimiento, lo que les está pasando es como una enfermedad cualquiera, la diabetes, la hepatitis o lo que sea. Y esa analogía no es correcta para entender los trastornos psicológicos, que pueden tener más sufrimiento que muchas enfermedades propiamente médicas que son asintomáticas o pueden ser muy llevaderas con los cuidados que sean o la medicación. Los trastornos psicológicos pueden ser más que una enfermedad, una alteración de la relación de uno con el mundo, con los demás y consigo mismo. Quitarles el nombre de “enfermedad” no es rebajar el sufrimiento y la importancia que puedan tener los trastornos psicológicos. No son enfermedades propiamente orgánicas. Los trastornos psicológicos no tienen órganos, es el organismo en su totalidad, el yo o la persona que está pasando por unas circunstancias muy adversas y unas reacciones que implican sufrimiento.
«Es un mal enfoque el situar en el cerebro el lugar donde buscar la causa de los trastornos psicológicos y el lugar donde habría que solucionarlos»
También tiene claro que no podemos echarle la culpa de los problemas mentales al cerebro
Eso se ha puesto de moda hace unos 20 años. El presidente Bush declaró a finales de los 90 la década del cerebro. Desde entonces, se ha convertido el cerebro y la neurociencia en la ciencia por excelencia y se ha empezado a poner el prefijo “neuro” a todo, neuroeducación, neuro estética, neuro filosofía, todo lo que se quiera promover o vender, lleva el prefijo “neuro”. Pero no están en el cerebro muchas de las cosas que nos pasan a los humanos que son ciertamente importantes. El cerebro no es un órgano que podamos aislar del cuerpo como un todo y el cuerpo humano con el cerebro incluido tenemos que entenderlo en el contexto biográfico más que en el contexto biológico del organismo. El contexto biográfico, la historia de la vida, forma parte de las circunstancias vividas de las circunstancias actuales y de los horizontes de vida, las expectativas que uno tenga. Es un mal enfoque el situar en el cerebro el lugar donde buscar la causa de los trastornos psicológicos y el lugar donde habría que solucionarlos.
También le parece un mal enfoque buscar esas causas en la genética
Exactamente. Por lo mismo. Hoy día, desde no hace muchos años, ya no se puede hablar, desde luego en psiquiatría para nada, del gen de la depresión, el gen de la esquizofrenia, el gen de la ansiedad o de lo que sea. Los genes no predeterminan, no definen fenotipos tan específicos como las categorías diagnósticas. Es una explicación que no está justificada científicamente y que sin embargo es muy socorrida, muy atractiva y también muy satisfactoria para que la gente crea que sus males derivan de los genes y, por lo tanto, queda uno eximido de cambiar nada. Y es una explicación también muy socorrida para los profesionales, para los psiquiatras sobre todo, cuando no encuentran razones para entender lo que le pasa a alguien, acudir a los genes como una especie de “deus ex machina”, como en el teatro griego. Cuando algo no se resuelve, aparecen los genes como una explicación. Y, desde luego, no está en los genes. Yo recordaría aquí el libro reciente del biólogo Alfonso Martínez Arias, “Las arquitectas de la vida”, que muestra claramente que los genes no tienen la solución de generar fenotipos tan específicos como los trastornos. Tienen otras funciones, ni que decir fundamentales, pero no teledirigen lo que les pasa a las personas.
«La psiquiatría, influenciada por la industria farmacéutica, ha convertido muchos problemas normales de la vida en supuestos trastornos»
Sí que responsabiliza, en parte por lo menos, a la industria farmacéutica de ese incremento aparatoso de la presencia de la ansiedad y la depresión en la escena pública
La industria farmacéutica, desde la segunda mitad del siglo XX en adelante, ha llevado campañas de sensibilización a la población acerca de cómo ciertos malestares que podrían pasar desapercibidos o ser simplemente considerados malestares propios de la vida son síntomas de algo, de depresión, de trastorno de pánico, de ansiedad social, con el fin de vender medicamentos. La psiquiatría, influenciada por la industria farmacéutica, ha convertido muchos problemas normales de la vida en supuestos trastornos mentales que se curan o se solucionan con la medicación. Es algo bien conocido y no es ni siquiera algo ofensivo para la industria farmacéutica, pero debe saberse ese efecto que ha logrado. La psicología también merece una crítica. Soy psicólogo, pero aprecio que la psicología ha contribuido, si acaso involuntariamente, a convertir problemas normales de la vida en problemas sobredimensionados, como si fueran también trastornos. La llamada psicología positiva, con el imperativo de la felicidad, mete a la gente en más problemas de los que resuelve. Mucha literatura de autoayuda que está realizada por psicólogos, psiquiatras y mucha gente que no es ni uno ni otro está contribuyendo a convertir malestares normales en supuestas enfermedades, que tendrían que solucionarse leyendo esos libros de autoayuda que se prodigan. La psicología debería revisar su influencia no intencional, pero si acaso efectiva en sobredimensionar malestares y sufrimientos que son inherentes a la vida y que ponerse a solucionarlos de esa manera a veces crea más problemas que remedios.
Obsesionarnos con la felicidad nos enferma
Sin duda ninguna. Si tener como objetivo ser feliz es algo que es fácil de entender que no te convierte en feliz, sino que te mete en un proceso reflexivo de autoexamen, viendo si podrías ser más feliz, en comparación con los otros, si los otros son más felices que tú, cómo podrías ser tú más feliz. Te mete en un proceso de reflexividad que te crea insatisfacciones donde antes no las tenías y te saca de estar dedicándote a los asuntos de la vida. Los estudios muestran que las personas más pendientes de lo felices que son terminan por ser más infelices. Y por lo demás, si alguien está feliz, es feliz en su vida o en algún momento de su vida, ¿qué más necesita? Entonces su vida quedaría anodina o sin tensión, sin nada interesante. Un niño que sea feliz, ¿qué más necesita? No necesita esfuerzos para aprender algo, no necesita leer, que puede ser una satisfacción pero que siempre tiene un proceso lento para ver cómo termina un cuento. La felicidad como objetivo de la vida y como búsqueda de ella es una trampa. No hay una ciencia de la felicidad como pudiera parecer. No hay un curso, siete ideas, veinte pasos o cuatro pasos para ser feliz. Todos esos libros que venden felicidad son, en mi opinión, literatura basura y son más perjudiciales que beneficiosos. La felicidad acaso se encuentra en el curso del hacer de la vida, pero como meta sería una vida apalancada, anodina, que ya no te interesaría más. ¿Y cómo se podría ser feliz viendo el malestar y el sufrimiento y el dolor que forma parte de la vida? Es un mal objetivo. Es típicamente americano y típicamente de la sociedad neoliberal esa búsqueda de la felicidad como si fuera una meta. Es una forma de anestesiar a las personas, por paradójico que parezca.
Atribuye a la sobreprotección de niños y jóvenes la generación de problemas mentales. ¿Protegemos demasiado a los menores?
La generación actual, la llamada generación zeta, los nacidos de 1996 en adelante, se caracteriza por una sobreprotección en la crianza y la educación, un consentimiento que no los prepara para la vida. Prepara el camino para que los niños no tengan dificultades, tropiezos, inconvenientes, alfombran su camino, pero no los preparan para el camino de la vida que, sin ninguna duda, va a tener piedras, charcos, bifurcaciones, subidas y bajadas. Esta sobreprotección hace a los niños y a las nuevas generaciones más vulnerables ante los inconvenientes que, sin duda ninguna, van a encontrarse en la vida porque consiste, por bien que te vaya, en problemas que tienes que resolver, en conflictos, en frustraciones, en decepciones. Siempre vas a encontrar a alguien que en algún aspecto es mejor que tú y si has sido criado desde pequeño como especial -y todos han sido criados como especiales- ese ego inflado va a tropezar con otros egos inflados y con dificultades que son inherentes a la vida. Si uno está preparado para las dificultades de la vida está mejor situado para enfrentarse a la realidad que si uno ha sido criado en una burbuja, en un mundo artificial y luego tiene que salir al mundo real. Es la diferencia entre el principio del placer y el principio de la realidad. Si uno ha sido criado en el principio del placer, pero el principio de la realidad está ahí, en cuanto te muevas más allá de ese entorno protector van a aparecer dificultades y esas dificultades fácilmente se van a llamar ansiedad, depresión y ahí empiezan a funcionar las categorías clínicas que están tan extendidas en el mundo ordinario.
Al hablar de los factores relacionados con la crisis de salud mental en los jóvenes cita las redes sociales. ¿Cómo influyen en esa crisis?
Las redes sociales no son la causa de la crisis de salud mental que afecta a niños, adolescentes y jóvenes, pero exacerba los malestares que venían de antes. A pesar de su nombre, lo que no facilitan son relaciones sociales reales, presenciales, cara a cara, sino que lo que fomentan son conexiones, estar conectados con muchos y tener relaciones que están mediadas por emoticones, por frases hechas, por expresiones donde se pierden las maneras naturales de interacción a través de la conversación, la espontaneidad, etcétera. Las redes sociales fomentan la soledad. Uno que use muy frecuentemente las redes sociales terminan deprimido al final del día, sintiéndose solo, solitario, a pesar de tener una sobreabundancia de conexiones. Las redes sociales también proporcionan una continua comparación con los otros, de manera que uno siempre saca la impresión que los demás son más felices y uno está como está. Uno pone sus selfies, sus comentarios, las cosas que selecciona en Tik Tok, Instagram o donde sea. Se falsifica a sí mismo poniendo lo mejor suyo cara a los demás con miras a las visitas, los likes que reciba. Y si no recibe de forma continua más likes ya tiene una frustración. Si otras personas con las que se compara tienen más likes tiene ahí otra fuente de frustración. Uno queda más distanciado de los demás, a pesar de que tenga muchas conexiones, y queda más distanciado de sí mismo porque proyecta cara a los demás una imagen suya muy seleccionada que no es la que se corresponde cuando uno se mira al espejo o cuando tiene que enfrentar la vida cotidiana.
¿Hay que ir al psicólogo o al psiquiatra? ¿Y cuándo?
Estas profesiones sanitarias están por algo y para algo. Nuestra sociedad está dispuesta para nuestro bienestar, pero, a veces, las sociedades generan malestares que no resuelven y para eso existen profesiones como la psiquiatría o la psicología que ayudarían a las personas a resolver problemas de la vida que muy a menudo tienen que ver con el funcionamiento de nuestra sociedad. Creo que sería más saludable ir al psicólogo que al psiquiatra en la medida que el psicólogo pueda tener un enfoque más coherente con la naturaleza de los problemas psicológicos que, en mi opinión, tienen que ver más con la biografía y las circunstancias que con la biología, los genes o la neuroquímica del cerebro, sin menoscabo de que muchos psiquiatras también hacen psicoterapia. El hecho de que hoy día esté casi de moda la psicoterapia, que básicamente la aplican los psicólogos, pone de relieve que la gente percibe que tiene un tipo de problemas que son más de la vida que de la química y que la mejor ayuda es la de un profesional que sabe cómo hacerlo. La psicoterapia crea una relación única en las personas que es mejor que las relaciones familiares, de amigos o íntimas con miras a analizar los problemas de la vida. Sí que recomendaría ante los problemas que uno no pueda manejar, que lo desbordan, acudir a psicoterapia. Puede haber psicoterapias que enreden, más a uno que otras, pero hay terapias que ayudan a clarificar los problemas que uno tiene y a situarlo bien ante las decisiones que debería adoptar.