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En 2020, nuestras escuelas se apagaron de un día para otro. La incertidumbre se coló en cada casa y en cada aula. En medio de aquel caos, fue el profesorado quien sostuvo la educación y, con ella, a la infancia, la juventud y sus familias. Preparaban clases en línea sin recursos, resolvían dudas por WhatsApp u otros medios digitales, entregaban material a quienes no tenían conexión. Enseñar dejó de ser solo impartir contenidos: se convirtió en sostén y protección.
Hoy, aunque las aulas han vuelto a llenarse, los desafíos persisten. ¿Cómo puede un docente asegurarse de que ningún niño, niña ni adolescente se quede atrás cuando emergencias como inundaciones, incendios o crisis sanitarias golpean nuestras comunidades? La reciente DANA obligó a cerrar escuelas en distintas zonas de España. Para los maestros y maestras, eso significó no solo reorganizar clases, sino acompañar la angustia de su alumnado y atender familias preocupadas, mientras ellos mismos vivían la misma incertidumbre.
Y los datos* son claros: el 80% del profesorado reconoce que sus centros no están completamente preparados para emergencias, el 47% afirma no haber recibido formación suficiente para afrontarlas y más de la mitad considera necesario contar con apoyo psicosocial para ejercer su labor. No podemos pedir resiliencia sin dar herramientas.
Esta situación no es exclusiva de nuestro país. A nivel global, informes de la UNESCO alertan de que la mayoría de los sistemas educativos carecen de planes de preparación ante crisis. En Níger, el 42 % del alumnado no puede acudir a clase debido al conflicto y al desplazamiento forzado. En Gaza, más del 90 % de las escuelas han sido dañadas o destruidas, obligando a docentes a improvisar aulas bajo ruinas o al aire libre. En Sudán, casi 10 millones de niños y niñas han sido expulsados del sistema educativo, y miles de docentes trabajan sin recursos ni protección. Las emergencias son distintas, pero el patrón es el mismo: sin docentes preparados y respaldados, la educación se detiene, y con ella se tambalea el futuro de comunidades enteras.
La educación es mucho más que libros y pizarras: es refugio, protección y continuidad en medio del caos. En un incendio, una inundación o un apagón, la escuela puede ser el único lugar donde niñas y niños se sientan seguros. Para que esto sea posible, el profesorado necesita apoyo real, formación específica, infraestructuras seguras y redes de acompañamiento psicosocial.
Reconocer su labor significa protegerlos, darles herramientas y confiar en su capacidad para sostener la educación, principalmente en medio de la crisis. Por eso, desde la Campaña Mundial por la Educación pedimos a las administraciones públicas que actúen con medidas concretas:
Reconocer su labor es mucho más que agradecer: es protegerlos, brindarles herramientas y confiar en su capacidad para sostener la educación, principalmente en contextos de emergencia. Por eso, desde la Campaña Mundial por la Educación exigimos a las administraciones públicas medidas concretas:
- Implementar planes de emergencia climática en todos los centros educativos.
- Garantizar formaciones específicas que brinden herramientas para responder a las situaciones de crisis.
- Invertir en infraestructuras seguras y sostenibles.
- Crear protocolos claros y financiación estable para asegurar la continuidad educativa en contextos de crisis.
Acompañar al profesorado con redes de apoyo psicosocial y un reconocimiento público real a su labor.
Proteger a quienes enseñan es proteger la educación, el derecho más esencial de cada niño y niña. En tiempos de crisis, esa protección no es una opción: es una obligación política. No podemos dejar solos a quienes sostienen el futuro, porque cuando el mundo se tambalea, son los y las docentes quienes mantienen firme la esperanza de toda la sociedad.


