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“La educación es un acto de amor, y por ello es un acto de coraje”
Paulo Freire
En 2026 cumpliré veinte años como docente. Se dice pronto, pero impresiona. Este curso ha comenzado con intensidad en materia de convivencia. Y no porque mi centro sea especialmente conflictivo —más bien al contrario—, sino porque asistimos a un goteo constante de pequeñas toxicidades: incidentes aparentemente banales que, acumulados, pueden derivar en problemas mayores. Desde la Comisión de Convivencia acompañamos a nuestro alumnado sin soltarle la mano, aunque no siempre resulta fácil. A veces aparece el miedo a que “se te escape algo”. El ritmo de trabajo, acelerado y fragmentado, dificulta una escucha siempre atenta. Pero todos los matices importan; algunos, de hecho, son cruciales.
Hace apenas unas semanas hablé a mis alumnos del feminismo ilustrado. Les conté que Mary Wollstonecraft se declaraba “contraria a todo tipo de prejuicios, por antiguo que éstos fueran”. Ello nos llevó a reflexionar que los derechos conquistados no son para siempre, y que los juicios y prejuicios se moldean según el contexto social: de manera soterrada van cambiando de forma, pero siempre permanecen, por lo tanto, es nuestro deber combatirlos una y otra vez.
En todos estos años como docente y coordinadora de Igualdad, nunca he dejado de confiar en las personas y su capacidad de amor, de respeto y resiliencia, pero este mundo disruptivo en el que vivimos, atravesado de mentiras y discursos polarizados, es el principal enemigo del feminismo, del pacifismo y de la benevolencia, esa voluntad conciliadora que algunos tratan de reducir a candidez, ingenuidad o debilidad mental. No nos engañemos, porque asimilar la bondad al “buenismo” es una tergiversación de la ultraderecha para eliminar del discurso todo aquello que no responde a la tiranía del capitalismo y el materialismo imperante. No podemos bajar la guardia y permitir que se ataquen valores fundamentales porque nos jugamos mucho.
Por lo que veo, y por lo que leo, vivimos en un contexto marcado por la polarización política, la erosión de valores democráticos, el aumento de los discursos violentos y los problemas de convivencia entre los jóvenes. De todo ello se nutren el acoso escolar y el ciberacoso, y de estos, en un ciclo infernal, se alimentan ideas suicidas y conductas autolíticas en la adolescencia. En un momento histórico marcado, además, por lo que podríamos llamar sobre/desinformación (porque sobra tanta como falsean la necesaria), los pilares de la convivencia se tambalean y acaban afectando a la salud mental del alumnado.
En este marco, sin pretender asumir un papel salvador, los equipos directivos y docentes nos sentimos responsables e interpelados. Esa responsabilidad nos empuja a implicarnos ad limitum en las tutorías, con el consiguiente agotamiento emocional. Para contrarrestar este “salir a la palestra con lo puesto” —en un contexto en el que no todos los docentes gestionan igual ni cuentan con las mismas herramientas— resulta imprescindible que los centros cuenten con un Plan de Acción Tutorial (PAT) sólido, coherente y bien fundamentado. Lejos de ser un trámite burocrático, el PAT es hoy un recurso esencial para articular la acción educativa, prevenir el acoso, fomentar la inclusión y ofrecer a cada estudiante un espacio de descubrimiento de su propio yo así como de encuentro con los demás.
Excepto en los cuatro últimos cursos, siempre he sido tutora. Y aunque algunos meses son especialmente extenuantes, la tutoría me ha regalado tantas satisfacciones que siempre compensa. El tutor es mucho más que un docente asignado a un grupo: es la figura que imbrica las tres dimensiones del ecosistema escolar —alumnado, profesorado y familias—. Su tarea implica escuchar, orientar, acompañar y detectar dificultades emocionales o sociales que pueden desembocar en aislamiento, ansiedad o conflictos. No siempre sabemos, no siempre podemos y no siempre nos dejan llegar tan lejos como querríamos, pero estoy convencida de que lo intentamos cada día con la mejor de las intenciones y la mayor empatía posible. Mal que les pese a ciertos sectores críticos que desconocen el contexto real de nuestro desempeño.
Un buen PAT se convierte en un marco de mediación y participación democrática
El Plan de Acción Tutorial es un documento estratégico que organiza, a medio y largo plazo, las acciones de orientación y tutoría que un centro desarrolla para guiar al alumnado. Forma parte del Proyecto Educativo de Centro y, por tanto, expresa la identidad, los valores y las prioridades pedagógicas de la comunidad escolar. Su finalidad es triple: personal, académica y profesional. Ayuda a cada estudiante a conocerse, mejorar su rendimiento y proyectar su futuro con autonomía.
Un buen PAT no se limita a planificar sesiones semanales de tutoría. Se convierte en un marco de mediación y participación democrática. Incorpora efemérides internacionales, proyectos de convivencia y campañas de sensibilización (igualdad de género, derechos humanos, sostenibilidad) que nos permiten conectar la vida del aula con los retos sociales actuales y fortalecer el pensamiento crítico del alumnado.
Los centros educativos no son organismos que funcionen solos, y además hoy afrontamos realidades complejas: alumnado diverso, familias con distintos niveles de implicación, desigualdades sociales acentuadas y un uso intensivo -y no siempre adecuado ni supervisado- de la tecnología (redes). Frente a ello, el PAT debe responder con una mirada integral -y realista, adecuada a la nueva realidad- que combine prevención, inclusión y acompañamiento. Acompañar no es controlar: es generar confianza y vínculos. Los docentes somos, ante todo, humanistas: debemos amplificar su confianza y los lazos de comunidad, les enseñamos a cuidar y les cuidamos.
En un tiempo en que la ignorancia y el individualismo se ha convertido en fuerza, educar en convivencia, empatía y corresponsabilidad es una forma de resistencia pedagógica. En este marco, herramientas como el PAT nos ofrecen un camino seguro y valioso. Como en casa, no cuenta tanto lo que se dice como lo que se hace. Si a través de la acción tutorial nuestro alumnado percibe seguridad y apoyo, ellos serán la llave para el bienestar de su entorno. Entre todos, vamos a dar prioridad a los vínculos humanos, y pese a las críticas de quienes consideran que atender a las necesidades emocionales no es tarea de la escuela, debemos reivindicar los afectos y los apegos saludables. Solo así la escuela podrá seguir siendo un espacio de sentido frente al ruido de la desinformación y la fractura social.
A mis veintipocos años dejé escrito en una postal que todavía conservo: “Siempre lo quise, ser profesora, descubrir con ellos el mundo una y otra vez”. Recuerdo perfectamente el motivo: un grupo de alumnos me dejó mensajes de afecto durante toda la semana previa a la Navidad. Creo que jamás he vuelto a vivir algo tan emocionante y precioso, aún habiendo recibido más aprecio y reconocimiento como docente de lo que hubiese llegado a imaginar. Cada vez que desfallezco o directamente me explota la cabeza con los problemas que afronta hoy en día la adolescencia me aferro a este recuerdo, y también a las palabras de Melina Furman en Enseñar distinto: hagamos que sus ojos brillen y sus horizontes se expandan, a través de nuestra forma de enseñar, por supuesto, pero también a través de un buen programa de acción tutorial, cimentado en el afecto sincero hacia nuestro alumnado.
Los jóvenes han de saber que la búsqueda de la felicidad, la justicia, la verdad y la igualdad (en la diversidad) son retos conjuntos y necesarios, vitales, de hecho. Que todo ser humano es digno de ser visto como es porque somos únicos e irrepetibles y hemos venido a este mundo para ser felices. Y en ello seguiremos trabajando.


