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Hace unas semanas, realizaba una publicación en Instagram que se volvió un poco viral, o al menos eso me pareció a mí, con los poquitos seguidores que tengo en esa red. En ella, hablaba de que ni desde las cuentas de los centros educativos ni desde las cuentas del profesorado se debían compartir imágenes o vídeos de niños y niñas. Ni de frente, ni de espalda, ni con un tomate en la cara.
Desde el primer momento que saqué la publicación, me empezaron a llegar algunos mensajes privados y bastantes comentarios públicos, que podéis leer, tanto a favor, como en contra. Algunas de las aportaciones iban en la línea de argumentos que ya llevaba tiempo escuchando: por un lado, “yo cuento con permiso firmado por la familia” y, por otro lado, “es muy importante poder ver cómo se llevan a cabo las actividades para aprender de los compañeros y compañeras”.

Si tengo permiso de la familia, solucionado
Dejando al margen los aspectos legales, así como que los permisos a veces se piden mal y que no siempre se cumple con las excepciones (hay casos de familias que no firman ese permiso y sus hijos aparecen en redes), creo que hay un tema que subyace y que está por encima de todo lo anterior.
Los y las docentes conocemos los peligros que se esconden detrás de las redes sociales. Desde luego, en los centros educativos se conocen. Hay charlas, formaciones y se cuenta con la figura del coordinador o la coordinadora de bienestar. No podemos decir que no sabemos nada de todo esto. Somos conocedores, en mayor o menor medida, de los peligros que hay para niños, niñas y adolescentes en redes sociales. Las familias pueden no ser conscientes (ojo, eso no les exime de su responsabilidad).
Y no se trata únicamente de que la fotografía de un niño o una niña pueda ser empleada para alimentar una IA con finalidades poco recomendables. Reconocer a la persona es suficiente para dar lugar a muchos problemas: bullying, acoso, maltrato, autolesiones, etc., como no paran de recordarnos Pablo Duchement o Me llaman Sil desde sus redes. Por eso, tapar la cara con un tomate o dar un ligero difuminado no es suficiente.
Además, estamos tratando con personas en pleno desarrollo, con una autoimagen que, en muchos casos, se distorsiona y con una autoestima muy sensible a las influencias y opiniones externas, sobre todo a determinadas edades. Añadido a ello, recordemos que tienen derecho a su identidad digital, que es suya, al igual que lo es su privacidad.

Y no olvidemos los problemas que puede llegar a suponer quedarse fuera si tu familia no firma el permiso. En algunos casos, te apartan para que no salgas “en la foto” o incluso llegan a dejarte al margen de una actividad para poder grabar bien el vídeo para Instagram. No digo que pase siempre, pero pasa.
¿Sabéis como se siente el niño o la niña que es excluida o apartada? Pues os lo digo, porque me lo han contado. Muy mal, sin entender nada, sintiéndose diferente a todos los demás. Quedándose dormida de tanto llorar.
Puedes tener excusas o razones, el resultado es el mismo
Y repito algo que ya he comentado en publicaciones anteriores: ¿para qué se pide ese permiso? ¿Con qué finalidad? ¿Por qué es necesario subir imágenes o vídeos de tu alumnado a redes sociales abiertas?
Porque si es para la publicidad de un centro, mal.
Y si es para compartir con compañeros y compañeras, ¿no podemos buscar otras vías para hacerlo u otros modos de compartir sin exponerlos? ¿Está la didáctica por encima de la seguridad, privacidad y los derechos de los más jóvenes?
Yo he visto tuits, hilos, publicaciones o reels en los que se hablaba de un proyecto de aula, de una experiencia o de un evento y no salían menores en pantalla. Se explicaba, hablaba el docente o se veían los trabajos (que en realidad tampoco sería lo ideal), pero no a los peques. Ni se les veía ni se les escuchaba. He visto profesorado de Educación Física que enseñaba cómo desarrollar una actividad, explicándola y actuando como modelos de la misma.
Cierto es que diréis que esto no es lo mismo, lo puedo llegar a entender. Pues quizás deberíamos plantearnos, como decía, buscar canales alternativos para compartir este tipo de material más sensible y no una red social pública: ¿para qué necesitamos que todo Twitter o todo Instagram vea lo que hacemos en clase mostrando a esos niños y niñas?

En este punto lo tengo claro: los centros educativos, docentes incluidos, no deberían aprovechar la confianza que las familias depositan en la escuela, y en los maestros y maestras, para pedir este tipo de permisos. No encuentro ningún beneficio didáctico o pedagógico que respalde la petición de estos permisos para publicar imágenes o vídeos de los menores en redes sociales abiertas.
¡Pero qué exageración, si ellos están todo el día en redes!
Si te parece una exageración, te vuelvo a remitir a los perfiles que te he nombrado más arriba, un vistazo a sus redes y podrás comprobar que de exageración no tiene nada. También en mi publicación de Instagram mucha gente dijo que esto era una exageración. Me resultó muy curioso que la mayoría de las personas que me lo decían tenían sus cuentas privadas. ¡Qué irónico! Para ellos, adultos, cuentas cerradas, pero para los menores cuentas abiertas en redes sociales. Cuanto menos resulta curioso.
Este comentario solía venir seguido de: “es que ellos están todo el día en redes” o “es que sus familias no dejan de colgar fotos”. Y ahí es precisamente donde yo quería llegar en este artículo: ¿que las familias o los propios niños, niñas y adolescentes lo hagan mal quiere decir que nosotros también debemos hacerlo mal? ¿Nos da derecho a ello?
La respuesta para mí es contundente: NO. Precisamente, si hay familias que lo hacen mal y existen estudiantes que también lo hacen mal, nosotros debemos hacerlo bien. Porque somos modelo, porque sabemos los riesgos y porque nos encontramos en la situación de poder dar ejemplo a unos y a otros de cómo se puede hacer bien. No hablo de obligación. Hablo de un compromiso ético con la educación.
¿Y qué hacemos entonces si las familias protestan porque quieren fotos o si desde el centro se nos piden? Nadie dijo que fuese fácil. No todos estamos en los mismos tipos de centro. Lo ideal sería buscar otro modo de “contentar” a las familias o al centro, sin tener que hacerlo a través de redes sociales abiertas. Aunque sé perfectamente que no es así de sencillo.
Al final, no deja de ser una labor de concienciación y educación que parte del centro para el resto de la sociedad. ¿Debería ser así? Probablemente no. ¿Siempre se nos va a apoyar? Con seguridad respondo que no. Hagamos lo que podamos. Creo que se trata de dar pequeños pasos en la dirección adecuada.
Precisamente por eso, nosotros debemos decir no
No demos a firmar permisos que solo sirven para segregar, para poner en peligro a los pequeños en redes sociales y para exponerles, bien sea por una finalidad didáctica o claramente publicitaria. Son diferentes objetivos pero las consecuencias son las mismas: las niñas y niños son expuestos innecesariamente.
Somos suficientemente creativos para poder buscar otro modo de compartir materiales o experiencias, así como o de encontrar otro lugar o plataforma más segura para hacerlo.

Estamos hablando de redes sociales abiertas. Las mismas redes que se están empezando a prohibir a los propios menores en algunos países, con mayor o menor acierto, que ese ya es otro tema. No es algo que diga yo. Si se les está prohibiendo el acceso, si se está debatiendo, ¿qué sentido tiene que la exposición parta de nosotros?
Sé que soy pesada, pero cada vez lo tengo más claro, ni de frente ni de espalda, ni con un tomate en la cabeza, ni sus voces, ni sus pies. Desde el ámbito educativo los menores no deben exponerse en redes sociales.
Lo que hagan ellos mismos o lo que hagan sus familias es otra cosa, pero, desde luego, mi opinión personal es que los centros educativos, y su profesorado, tienen que ser ejemplo del buen uso de la tecnología educativa. Y, en este sentido, la seguridad, privacidad y el derecho a la identidad digital de los niños, niñas y adolescentes debe estar por encima de todo.
¿Deberían ser las familias más conscientes de estos peligros y actuar en consecuencia? Sí, totalmente. ¿Se trata de un problema social? Por supuestísimo que sí. No se trata de un problema creado en los centros educativos ni que se vaya a resolver desde los centros. No se trata de culpabilizar, pero, desde mi punto de vista, sí tenemos la responsabilidad, y sobre todo el privilegio, de poder hacerlo bien, al menos mientras esperamos otro tipo de movimientos que no sabemos si llegarán. Ya estamos acostumbrados a ir por delante en esto y en muchas otras cuestiones.
A pesar de que pueda sonar radical en la forma de mi discurso, no pretendo serlo en el fondo. Soy consciente de que la realidad es compleja. Ojalá hubiese cambios en la sociedad, en casa o en las plataformas. Ojalá. Sin embargo, como decía, creo que no debemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que otros lo hagan bien. No podemos pensar que no servirá de nada. No podemos permitírnoslo. Poco a poco, todo lo que hagamos será un comienzo.


