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El planteamiento que hacen estas dos leyes es muy importante, y no caben objeciones hacia ellas. Sin embargo, no hay que olvidar que las leyes por sí mismas no cambian la realidad. Es necesario trabajar para que sus planteamientos lleguen al profesorado y a toda la comunidad educativa, de manera que puedan incorporarse al quehacer diario en las aulas y en la vida del centro. Para conseguir este cambio, es necesario conocer cuál es el fundamento de ambas leyes, en qué valores se apoyan, qué modelo de centro pretenden desarrollar, cómo se definen las nuevas tareas. Es necesaria una labor de explicación y formación del profesorado, que busque su conocimiento y capacitación para llevarlas a cabo, insistiendo, sobre todo en los “por qué” son necesarias estas propuestas y de lo que pueden suponer para la mejora educativa.
Se pueden resumir sus principales aportaciones señalando que ambas leyes ponen en el centro de toda la acción educativa al alumnado, la atención a sus necesidades, la inclusión de todas las personas y la garantía del derecho a la educación. Establecen un nuevo paradigma educativo, el cuidado de todas las personas, situando el currículo y la organización del centro como un elemento subordinado al cuidado y la atención del alumnado. Tres son los ámbitos importantes que se deben trabajar: el desarrollo del bienestar emocional, la eliminación de las formas de violencia y la construcción de la convivencia positiva. Es necesario definir y concretar cada uno de estos ámbitos, para poder aplicarlos y llevarlos al día a día de las aulas.
El desarrollo del bienestar emocional
En una primera aproximación puede definirse el bienestar emocional como la experiencia subjetiva de sentirse bien, en armonía, con tranquilidad, fruto del equilibrio entre los pensamientos, sentimientos y acciones, y de la coherencia entre las necesidades y las realidades tanto personales como del sistema de personas con las que convivimos. Una definición que subraya la dimensión subjetiva del bienestar emocional, pero que deja de lado el contexto y los condicionantes que pueden influir en su vivencia.
La OMS define el bienestar como “un estado de ánimo en el cual la persona se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente, y es capaz de hacer una contribución a la comunidad”. En la misma línea, la Agencia de Salud Pública de Canadá lo definen como “capacidad que tenemos todos y cada uno de nosotros para sentir, pensar y actuar de manera que mejoramos nuestra capacidad para disfrutar de la vida y hacer frente a los desafíos que enfrentamos…”
Teniendo en cuenta ambas definiciones, trabajar el bienestar emocional en los centros educativos exige analizar el entorno en el que el alumnado desarrolla su actividad desde el criterio de la contribución a su bienestar. Exige potenciar un enfoque del curriculum centrado en el éxito del alumnado, del desarrollo de todas sus capacidades; también, trabajar una adecuada educación emocional desde los primeros años de escolarización, desarrollando la conciencia y regulación emocional, la autonomía, la competencia social y las habilidades para la vida y el bienestar; igualmente, exige trabajar el compromiso con su entorno, buscando su mejora y que “las mejores cualidades del niño estén al servicio del prójimo”. Y todo ello sin olvidar la importancia del bienestar emocional del profesorado, clave para una acción educativa eficaz.
Adoptar este planteamiento exige un cambio de mentalidad muy profundo, que debe plantearse a medio plazo. No consiste sólo en poner en marcha una serie de intervenciones y actuaciones. Exige plantearse una revisión a fondo de toda la acción educativa, desde el criterio de si realmente el alumnado está en el centro de la actividad, si el cuidado es la orientación principal de nuestra acción; si el bienestar del alumnado es el norte que guía la acción educativa.
Prevenir y erradicar la violencia
En relación con la violencia, en los centros educativos se viven situaciones paradójicas: para muchos niños y niñas la escuela es el lugar más seguro; pero, a la vez, en ella se viven situaciones claras de violencia. En la escuela se enseña cooperación y colaboración y se educa para la paz; pero no deja de ser reflejo de los valores de la sociedad, del individualismo y la competitividad.
La Lopivi define la violencia como “toda acción, omisión o trato negligente que priva a las personas menores de edad de sus derechos y bienestar, que amenaza o interfiere su ordenado desarrollo físico, psíquico o social, con independencia de su forma y medio de comisión, incluida la realizada a través de las tecnologías de la información y comunicación, especialmente la violencia digital” y señala múltiples manifestaciones: maltrato físico, psicológico o emocional, los castigos físicos, humillantes o denigrantes, el descuido o trato negligente, las amenazas, injurias y calumnias, la explotación, incluyendo la violencia sexual, la corrupción, la pornografía infantil, la prostitución, el acoso escolar, el acoso sexual, el ciberacoso, la violencia de género, la mutilación genital, la trata de seres humanos con cualquier fin, el matrimonio forzado, el matrimonio infantil, el acceso no solicitado a pornografía, la extorsión sexual, la difusión pública de datos privados así como la presencia de cualquier comportamiento violento en su ámbito familiar. La violencia infantil no se limita a lo que sucede en el centro (entre iguales, entre el profesorado y de éste con el alumnado, y de las familias); abarca la violencia económica y social y cualquier tipo de violencia existente en la sociedad.
Se habla de violencia cuando una persona no puede desarrollar todas sus potencialidades, por factores que lo impiden (Galtung). Y, desde el punto de vista educativo, es importante distinguir la violencia visible, la violencia cultural y la violencia estructural. Todas las formas de violencia responden a un modelo de relación basada en el dominio-sumisión que es necesario cambiar por otro modelo basado en el respeto, la dignidad de las personas, la paz positiva y los derechos humanos. El modelo basado en el dominio-sumisión es algo aprendido y que, por tanto, se puede desaprender. Para ello es necesario deslegitimar toda forma de violencia, superar todas las discriminaciones, promover la corresponsabilidad y favorecer los procesos de desarrollo y mejora personal y colectiva para una vida saludable y pacífica.
Elaborar un plan contra la violencia es condición necesaria e imprescindible para conseguir este objetivo.
La convivencia positiva
La convivencia positiva es aquella que se construye día a día con el establecimiento de unas relaciones consigo mismo, con las demás personas y con el entorno (asociaciones, entidades, instituciones, el planeta tierra …) fundamentadas en el cuidado mutuo, la dignidad humana, en la paz positiva y en el respeto a los Derechos Humanos. Son tres los riesgos que se deben evitar en su desarrollo: limitarla y confundirla con la disciplina; reducirla a la eliminación del maltrato entre iguales y adoptar un enfoque puramente reactivo que “reacciona” ante lo que sucede.
El trabajo de la convivencia positiva implica trabajar las habilidades y competencias necesarias para su desarrollo, como pueden ser las necesarias para la gestión pacífica de conflictos, la creación de un centro saludable y libre de violencia, la participación y protagonismo del alumnado, la elaboración de normas desde un enfoque restaurativo, etc.
A modo de conclusión
Procurar el bienestar emocional, erradicar la violencia, construir una convivencia positiva implican poner el cuidado del alumnado en el centro de la acción educativa. Un centro educativo que cuida pone siempre a la persona en el centro de su atención, trabajando por su crecimiento no sólo en el aprendizaje curricular, sino en todos los aspectos de la persona y, a la vez, en la construcción de una sociedad y un entorno más justos y humanizados. Frente a la competitividad y el individualismo, la cooperación, trabajando los contenidos curriculares para que contribuyan al desarrollo propio de las personas, de la Naturaleza y de la Humanidad. El cuidado trata de detectar las necesidades y repartir las responsabilidades para su atención, centrándose sobre todo en el alumnado que más lo necesita desde planteamientos de igualdad e inclusión.
Este trabajo tan ambicioso no puede ser llevado a cabo por una sola persona, el coordinador de bienestar emocional, de la convivencia positiva y de prevención de la violencia. Es necesario constituir y fortalecer un equipo que tenga claras las responsabilidades de cada miembro y sean eficazmente coordinados por el responsable. Son muchas las funciones y actividades que deben programar, pero sobre este tema volveremos en otra ocasión, más adelante.