Llevo años siguiendo a distancia las muchas formas en las que aparece el sistema educativo en los medios. Alguien debería hacer un estudio de cómo lo hemos convertido en un pozo de obligaciones (imposibles). Todo lo queremos arreglar echando mano de los colegios. Todos los déficit, carencias, conflictos, ambigüedades y contradicciones de nuestro mundo deben repararse desde la escuela. Ningún republicanismo es respetable si no reconfirma en cada gesto a la escuela como el motor del cambio.
Si hay violencia de género tenemos que trabajar con los escolares. Si la memoria histórica nos divide echamos manos del aula. Si tenemos problemas con los residuos sólidos, la movilidad urbana, la seguridad vial, el acoso en internet, la salud mental, la vida sexual o la calidad alimentaria, la solución siempre incluye nuevas tareas para nuestros profes. Seguro que les abrumamos por las mil formas abstractas de evocarlos. No se si les halaga o deprime esta retórica que en apariencia convierte la educación en el santo grial de la vida pública.
Es imposible estar en desacuerdo con estas recetas de urgencia, pero creo que hace ya mucho tiempo que los maestros se volvieron sordos y no escuchan a tanto profeta del todo a cien. Tenemos diagnósticos que provienen de todas partes, y también las mayores sospechas sobre quienes aconsejan al margen de las demandas de los trabajadores de la enseñanza. Y no me refiero a quienes gestionan, sino a quienes están a pie de aula. Las gentes de la política, la religión, el deporte, la seguridad o la sanidad, juntos y por separado, tienen planes que les involucran: son planificadores estratégicos, pero nunca afectivos. Diseñan sin escuchar.
A nadie sorprende que la gente esté saturada por este doble movimiento que, de un lado, ve la escuela como el epicentro de todo lo que importa mientras que, por el otro, nadie parece escuchar sus necesidades. No es un problema nuevo, ni tiene fácil solución. Pero ciertamente podemos intentar otra estrategia y decir algo que trate de ponerse del lado de los profes y ensanche las posibilidades de los estudiantes, en lugar de enfatizar la necesidad de nuevos decretos y más obligaciones.
Hay muchos proyectos, nacidos desde dentro del aula, emprendidos por profes que saben tomar partido por sus alumnos y que saben que la escuela, lejos de ser un problema, es la solución, siempre que se les deje hacer y que se les evalúe menos y se les valore más. Valorarlos implica darles agencia, dotarlos con herramientas para que, según las circunstancias, puedan elegir la más adecuada y desplegar sus habilidades.
Apoyar a los profes siempre fue parte del compromiso que adoptamos en el proyecto de Guías LADA del que modestamente queremos describir aquí. Contar con los profes siempre fue importante, pero nuestra verdadera motivación eran los alumnos. Partíamos de la convicción de que ambos, unos y otros, merecían ser considerados agentes productores de conocimiento siempre que lográsemos poner a su disposición los instrumentos adecuados.
No es verdad ni imprescindible que la escuela solo pueda ser una instancia de transmisión del saber. Lo es. No vamos a discutirlo. Pero hay muchas maneras de imaginar lo que ocurre en el aula y, la menos estimulante es la que se conforma con visualizar un espacio cerrado donde uno habla y los demás escuchan. Hay más posibilidades y cada grupo debe explorarlas. Nosotros pensamos que la clave está en proporcionar un repertorio amplio de herramientas que les animen a trabajar en equipo, sumar habilidades, repartirse tareas y, sobre todo, que les ayuden a auto imaginarse como productores: gente que crea o, en otras palabras, que da vida a cosas que antes no existían.
La cultura en el aula, insistimos, también puede ser una cultura de producción. En este sentido la distancia entre lo que sucede en los institutos y en los centros de formación profesional no debería ser tan grande. En ambos espacios se puede aprender haciendo. Por supuesto, no vamos ahora a desdecirnos y emprender la ya criticada deriva de asignar nuevas tareas a quien se deje. Estamos hablando de posibilidades al alcance de la mano y, por tanto, de gestos tan voluntarios como cercanos. La idea es que las herramientas estén disponibles y que cada quien las use si las necesita.
Lo más singular en La Aventura de Aprender (LADA) ha sido la elección del lugar de procedencia de las herramientas que difunde. Como queríamos acercar, en la medida de lo posible, el mundo de la escuela a su entorno, tratamos de escuchar el murmullo de lo que se hablaba en la calle. Queríamos dialogar con todo eso de lo que hablan los padres y las madres, los trabajadores y trabajadoras, y, en fin, los vecinos y vecinas. Nuestra convicción es que cuanto más nos acerquemos a lo que (nos) pasa, más fácil será captar la atención de quienes participen.
Y si de verdad queremos dejarnos afectar por toda la energía que hace vibrar a nuestras ciudades, lo mejor es escuchar las cosas que movilizan los colectivos ciudadanos, las comunidades de afectados y, en general, los movimientos sociales. Todos estos grupos tienen en común la seguridad de que hay algún asunto de la incumbencia general y que merece mayor atención pública. Se trata de colectivos abiertos que funcionan como sensores de alerta temprana de problemas por venir y que nos recuerdan la urgencia de reaccionar a tiempo.
Además de agentes políticos, también son agentes cognitivos en la medida en la que se hacen preguntas que consideran desatendidas y, en consecuencia, obtienen también otras respuestas. No es que nieguen los hechos, sino que discuten las prioridades y nos invitan a situar el foco en otros asuntos. Proponen preguntas diferentes. Sus respuestas se obtienen mediante procedimientos más precarios de lo habitual en la academia y, en consecuencia, no tiene la misma precisión. Es verdad que sus propuestas pueden ser menos fiables, pero eso no las convierte en desdeñables. Nos muestran la necesidad de considerar alternativas, incorporar sensibilidades, escuchar discrepancias e integrar la diversidad que somos. Así es como funciona la democracia y así es como hacemos habitable nuestro mundo.

Pero hablemos un poco de los métodos utilizados por estos grupos, pues cuando antes los califiqué de precarios mi intención no era descalificarlos, sino justo lo contrario: mostrar que, a veces, con muy poco se puede hacer mucho. Quería abrir una conversación sobre qué prácticas, protocolos o herramientas llevar al aula. Trasladar al colegio las utilizadas por los activistas podría tener dos ventajas: una, su bajo coste en términos de dinero y de tiempo de aprendizaje y, dos, su vinculación real con problemas concretos abordados por personas del común, es decir, sin mucha formación, sin mucho tiempo y sin mucha homogeneidad. Justo lo que necesitamos, pues tampoco en nuestros colegios la situación es boyante.
Lo que cada Guía LADA ofrece es una receta para aprender una herramienta que ha probado ser eficaz en los mundos del activismo. Las hay de todo tipo y pronto habrá más. Lo ideal sería que cada quien encuentre descrito el instrumento que necesita. Podemos aprender en muchas direcciones: desde cómo hacer una ópera, un fanzine o una performance a cómo montar un banco de semillas, Un laboratorio de biohacking o un espacio maker. Con esas herramientas podemos adentrarnos en los mundos de la experimentación, el teatro, la fiesta o las infraestructuras, como también dejarnos afectar por los patrimonios rurales, las prácticas inclusivas, las inteligencias colectivas, los micromachismos o los bancos de tiempo. Insistimos: nos gusta imaginar LADA como una caja de herramientas nacidas entre quienes creen que otro mundo es posible y han transitado desde la protesta a la propuesta.
El pozo de las obligaciones puede convertirse en una cornucopia de posibilidades
Habiendo ya casi un centenar de Guías disponibles, todas con una licencia Creative Commons que otorga a sus usuarios las mayores libertades imaginables, resulta imposible mencionarlas todas. Para facilitar un acercamiento a su naturaleza como proyecto, he preparado un mapa que nos ayude o visualizar la diversidad de instrumentos y propósitos para los que pueden ser utilizadas.

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El pozo de las obligaciones puede convertirse en una cornucopia de posibilidades. Cierto, sabemos que los profes no tienen tiempo y que, con frecuencia, tienen el paso marcado. Le cuesta mucho salirse del rail y atreverse con experiencias diferentes. Lo sabemos. No es para recordarles nuevas obligaciones para lo que (les) escribimos. Nuestra intención es la contraria. Queríamos que supieran que, si lo desean, pueden contar con una colección de herramientas fáciles, baratas y eficientes que les ayudarán a hacer su clase más divertida para quienes participen y más atenta a lo que sucede en su entorno.
El origen de la ciencia moderna está asociado al pozo en el que cayó Thales porque, según cuenta la leyenda, estaba tan atento a las cosas del cielo que no veía las del suelo. Y, justo allí, había una mujer que rompió a carcajadas viendo la estupidez de aquel sabio insensible a lo que sucedía en su entorno. Esa caída y esa risotada dan cuenta del desencuentro entre los sabios y los comunes, y nos recuerda la necesidad de imaginar otra relación entre los que saben y los que no saben. Nuestro pozo de obligaciones ha sido cavado por un ejército de expertos capacitistas, que convirtieron la acumulación de capacidades y méritos en el fin de la escuela. Aquí, en nuestro pozo, son los maestros quienes se mofan porque no entienden esa minería del exceso, ese quererlos tanto, sin quererlos bien.