La extensión de la escolarización democrática de los pueblos mediante la educación pública ha sido, y aún lo es, una gran conquista social, aunque no exenta de conflictos. Es un bien común básico y esencial que hemos de continuar reivindicando con todas las fuerzas y medios a nuestro alcance. No basta con declaraciones oficiales que, muchas veces, no se cumplen. Esa escolarización pública y gratuita es la que permite que se ejerza un derecho importante en este momento, el acceso a la cultura y la capacidad de desarrollo personal en la sociedad y de aportación a la mejora de la misma desde los valores anclados en los derechos humanos, pero también el de la comunicación mediante la escritura en este texto, y el que ejercita el lector, el de la comunicación mediante la lectura.
Dotar a los pueblos de la palabra (de la escritura y de la lectura, como metáfora) es importante para su desarrollo y para salir del empobrecimiento endémico causado por el actual capitalismo. Aunque no es suficiente, es necesario además que dispongan de espacios donde ejercer la práctica política, como ciudadanos y ciudadanas, en su propia defensa. Y eso es uno de los pilares de la educación pública: ayudar a hacer ciudadanía no únicamente educada o culta sino democrática. La democracia tiene un pilar fundamental en la educación pública.
Circula actualmente un discurso que considera la actual educación pública de baja calidad, destinada al pueblo raso y a los futuribles a ser mandados. Este discurso es parte de las políticas educativas neoliberales desde un enfoque que se ha venido a llamar “modernización conservadora” que pretende imponerse sin aceptar negociaciones, y ha provocado que algunos profesionales de la educación se hayan replegado a sus tradiciones, a su orden seguro, estableciendo barreras impermeables a la nueva situación, o exigiendo volver al hábitat cultural tradicional donde tan a gusto se encontraban. Y eso puede ir hundiendo poco a poco la escuela pública.
De ahí que sea comprensible y necesaria, una delimitación de elementos esenciales, de reivindicaciones educativas básicas sobre lo público, ya que nos jugamos un futuro democrático y participativo de hombres y mujeres libres. En lugar de replegarnos en las viejas ideas y concepciones del pasado hemos de luchar con nosotros mismos y con los demás para comprender, interpretar y construir, desde nuestro puesto, una educación pública diferente. Para ello hay que buscar nuevos referentes que nos permitan una nueva organización y metodología de trabajo en la educación pública, ya que la que ha estado en funcionamiento durante tantos años, aunque fuera útil en una época, hoy día resulta un tanto obsoleta. Sin esos referentes es imposible apuntalar alternativas y es fácil, ante el desánimo, volver a referentes conocidos (o sea a la rutina). Una nueva visión de la educación pública es necesaria para ir construyendo una nueva educación.
Las vicisitudes sociales y políticas actuales parece que repercuten en determinadas tendencias (solo hace falta ver en alguna red social la crítica a la pedagogía -especialistas en educación- y a las alternativas educativas). Una de sus consecuencias es el cuestionamiento de todo lo relacionado con lo público (apoyado por ciertas ideologías interesadas). Y se ha de tener cuidado ya que también la educación pública puede formar parte de un escenario educativo donde predomine la lógica del mercado, con sus intereses economicistas (cliente y no ciudadano), y de rendimiento cuantitativo (vales según consumes); y donde se recupere, con cierta normalidad, la vieja concepción de la neutralidad del aparato educativo, sabiendo que no existe ni es posible tal neutralidad en el campo educativo. Una supuesta neutralidad que además tiende a beneficiar a unas determinadas ideologías no comprometidas con el cambio social en detrimento de la mayoría de la población y que es un argumento para que las clases dirigentes o pudientes puedan escoger la escuela que ellos consideran de “élite” o donde no hay diversidad o alumnado con dificultades que pueda limitar su carrera de ascenso. Lo podemos ver actualmente en las declaraciones de representantes políticos conservadores y neoconservadores.
Por el contrario, frente a esa realidad, van surgiendo nuevos intereses, nuevos actores sociales y formas distintas de analizar los contextos que se concretan a través de movimientos sociales, grupos y colectivos comprometidos, encuentros, comunidades educativas, movimientos de renovación pedagógica, que empiezan a perfilar un nuevo discurso democrático donde la educación pública tiene de nuevo una gran implicación, vuelve a ser un instrumento para extender y profundizar ese discurso democrático. Es un renovado, aunque persistente hace años, enfoque pedagógico, político y social que busca ser escuchado, que quiere participar, que sabe crear redes y saltar por encima de las fronteras. La educación pública se inscribe en ella sin abandonar ciertos principios ideológicos de la tradición de lucha por una democracia real, y también por una institución educativa inclusiva, no segregadora y laica. Y en eso hemos de continuar.