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El 5 de octubre es el Día Mundial de las y los maestros, decretado hace varias décadas por la Unesco. Debería ser un día para la celebración, para festejar una de las profesiones más importantes socialmente. Pero no es así en buena parte del mundo.Cada vez más y más países tienen problemas para poder hacer frente, siquiera, a las clases convencionales. La falta de personal docente y, que además, esté cualificado correctamente para la empresa que tiene entre manos, es cada vez mayor.
Y las causas, según algunos informes de la Internacional de la Educación, son bastante comunes por todo el mundo, salvando las distancias, por supuesto. No se puede decir que los bajos salarios o la falta de cualificación del profesorado de algunos estados de Estados Unidos sea comparable con la persecución que muchas y muchos viven a diario en África Occidental, perseguidos por bandas armadas de creencias extremas que viven en el caldo de cultivo que dejó detrás de sí el colonialismo europeo en la zona.
No es lo mismo, desde luego, las condiciones de trabajo de una maestra rural en Soria que en el Altiplano peruano, a pesar de que en ambos lugares la falta de profesorado puede ser un problema más pronto que tarde.
Bien es cierto que en España los problemas, todavía, no son acuciantes. Pero hace ya años que las y los licenciados en Matemáticas no miran hacia las aulas para encontrar un trabajo. Cada vez sus conocimientos son más demandados en sectores muy alejados de la enseñanza que les ofrecen más dinero y, seguramente, unas condiciones de trabajo mucho más sencillas que las de lidiar con cientos de adolescentes al año, sus problemas sociales, familiares y económicos, al tiempo que lidian con una burocracia cada vez más pesada.
La profesión docente ha vivido momentos mejores, con más apoyo de familias y administraciones. Ahora, la ola neoconservadora ha impuesto en muchos lugares una presión insoportable para muchas y muchos; un velo de censura que viven a diario. En España lo hemos vivido y lo vivimos de manos del veto parental, de la censura de libros en bibliotecas, de la denuncia de títulos o a base del discurso de adoctrinamiento. Pero es algo común a otras latitudes. En Estados Unidos también está pasando a diario.
Como está pasando que las zonas rurales y alejadas lo tienen cada vez más complicado para conseguir profesorado cualificado que quiera trabajar en ellas. En Norteamérica, de hecho, hay muchos docentes que están dejando la profesión por muy diferentes motivos, como contaba hace unos meses The New York Times. Hace solo cuatro años, el National Education Union de Reino Unido hizo una encuesta a 8.600 docentes. El 40 % aseguró que no se veía trabajando en la profesión para 2024, principalmente por la carga de trabajo y la alta responsabilidad.
Países como México esperaban hace casi una década tener un déficit de docentes de decenas de miles para este 2023, según el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
Los recortes dejaron al personal docente en cuadro para hacer frente a unas clases cada vez más masificadas que cuando empezaban a ver la luz del sol se vieron sumidas en la oscuridad del cierre durante la pandemia. Una situación que, sí, no duró una vida, pero para muchas y muchos jóvenes ha supuesto importantes cambios. Tantos que la vuelta a las ratios prepandemia en la mayor parte del territorio ha derivado en importantes problemas de comportamiento y convivencia en muchos centros educativos.
Sin duda, no es el mejor de los escenarios. Pero todavía en España se puede respirar con cierto alivio, puesto que aunque hay mucho por mejorar, la situación no es la que se vive en otros países no tan lejanos.
Burkina Faso es un país de África Occidental, de la región conocida como el Sahel. Excolonia francesa que desde hace unos años vive con un gobierno «temporal» manejado por militares. Vive, como algunos de sus vecinos, lidiando con una situación económica derivada de la depredación occidental y, al mismo tiempo, luchando contra grupos armados cercanos a los postulados del ISIS o el Daesh, grupos como Boko Haram. Uno de sus objetivos predilectos son las escuelas y las y los profesionales que en ellas trabajan. Al integrismo, sea de la clase que sea, no le gusta la población educada. Es más molesta.
Según denunciaba Unicef hace tres días, el curso comenzó en el país africano con 6.000 escuelas cerradas y un millón de niñas y niños sin escolarizar por problemas de violencia e inseguridad.
Situaciones así parecen extremas, pero desde Unesco se constata que en muchos países y regiones, la docencia ha dejado de ser una profesión atractiva tanto para quienes podrían haberla escogido como para quienes son docentes en activo.
Pero no solo es una cuestión de cantidad de docentes en activo. El segundo reto que se plantea en la actualidad es que si se quiere alcanzar el objetivo 4 de los ODS, no solo es necesario que haya un número de docentes determinado, sino que estos tengan la formación necesaria para poder garantizar que la educación que reciben niñas, niños y adolescentes tenga la calidad mínima necesaria.
Cómo hacerle frente
Según la agencia de la ONU para la educación, este año se calcula que faltan 44 millones de docentes en todo el mundo. Esto ocurre por diferentes motivos, desde la financiación de la educación (y los salarios) hasta el hecho de que la enseñanza está perdiendo atractivo. Para poner freno a esta situación, la Unesco ha propuesto siete posibles acciones.
La primera de ellas es la de mejorar la formación inicial del profesorado, además de la que se desarrolla a lo largo de la profesión. Junto a esta, señala la potencia de programas de orientación que unan a profesorado con experiencia con aquel que se está estrenando en la docencia de manera que se promueva la colaboración.
La mejora salarial es evidente, tanto más cuanto ha de competir con otros puestos de trabajo equivalentes en relación a la formación pero que están mejor pagados. Pero, además del salario, la Unesco habla de que se han de generar una carrera docente que permita al profesorado ascender a lo largo de los años.
La agencia internacional también señala la burocracia como un problema y solicita limitarla para que así maestras y maestros puedan dedicarse a la enseñanza.
Junto a esto, revisar las horas de trabajo y descargar las horas lectivas podría ser interesante para que hubiera una mejor conciliación laboral y personal, al tiempo que se hace una programación más realista de las necesidades.
También se señala la posibilidad de que el colectivo tenga acceso a servicios de orientación y salud mental con los que puedan hacer frente a los problemas de estrés. Y, finalmente, impulsar un liderazgo escolar sólido y colaborativo que reconozca las contribuciones de los docentes, ofrezca retroalimentación constructiva y promueva un ambiente de trabajo positivo.
Estos son puntos que podrían estar en un estatuto docente que, en el caso de España, continúa metido en un cajón desde hace meses. A pesar del cumplimiento de la exigencia de la Lomloe de que el Ministerio tuviera alguna clase de borrador preparado para 2021, no se han hecho avances desde que apareció. A pesar de las aportaciones de sindicatos y otras entidades relacionadas con la educación, evitar hablar de salarios y condiciones de trabajo dejó la negociación parada y, tras la convocatoria de elecciones, no se retomará la cuestión (si se hace) hasta la formación de un nuevo gobierno.