Hace unos años viajé como asesora de género en un proyecto de cooperación europeo que tenía como objetivo dotar de colegios y hospitales a las zonas más castigadas por el Huracan Mitch en Honduras. Antes de partir tuvimos varias reuniones de equipo en las que intentamos coordinar las funciones que íbamos a desempeñar en un proyecto participativo, en el que contaríamos con los líderes locales para diseñar la estrategia más adecuada para cada comunidad. Mi función consistía, básicamente, en intentar que la igualdad se incorporara de forma transversal, teniendo en cuenta la experiencia, necesidades y aportaciones tanto de las mujeres como de las niñas.
Sobre el papel, los planos de los edificios, las inversiones, las negociaciones con las instituciones locales, las propuestas educativas y sanitarias, así como la introducción de la perspectiva de género resultaban relativamente sencillos. Sin embargo, la realidad fue muy distinta.
Nos pusimos en camino en un viejo todoterreno con el que recorrimos el país de extremo a extremo, internándonos por caminos que nos llevaban a los lugares más recónditos y olvidados. Tal como habíamos planificado, nuestra primera acción consistía en reunirnos con los líderes comunitarios que nos explicaban sus necesidades. El problema es que entre los representantes rara vez se encontraba alguna mujer, por lo que las propuestas que se hacían en estos grupos de análisis quedaban sesgadas, sin la voz de la mitad de la comunidad.
A pesar de mi insistencia, me encontraba con una reiterada negación tanto de mi equipo como de los líderes comunitarios que argumentaban que ellas no ostentaban ningún cargo representativo. Como si ocuparse de la crianza, de la salud, la alimentación, la educación, la supervivencia, trenzar las relaciones o mediar en los conflictos no fuera suficientemente importante para la vida de la comunidad. El único camino que me quedaba era encontrarme con ellas al margen de las reuniones oficiales. Y así lo hicimos. Nos encontrábamos en la playa, en las cabañas sostenidas sobre el mar, bajo la sombra del árbol central de las aldeas, al borde de los pantanos o en cualquier lugar donde pudiéramos hablar y escucharnos.
Gracias a ellas aprendí que incorporar “la perspectiva de género” es imprescindible para que la mitad de la comunidad esté representada. En aquellos encuentros hablamos mucho de educación. No querían grandes escuelas con instalaciones deportivas. Lo importante, me señalaban, es que haya escuelas accesibles, con material escolar y una pequeña cocina con un lugar fresco y aislado para guardar los frijoles y el arroz que guisarían por turnos. Era importante proteger a las niñas en el acceso a la escuela e, incluso, dentro porque en la mayoría de las ocasiones tenían que andar largos kilómetros en medio de la selva.
Muchas familias no querían enviar a las niñas al colegio porque no lo consideraban necesario y preferían que trabajaran en el campo o ayudando en casa. Y en los casos en que las niñas superaban la Primaria era muy costoso que continuaran en el instituto, que solía estar a muchos kilómetros, en la ciudad. La violencia de género, los matrimonios forzosos y los embarazos no deseados era otro de los problemas que sesgaban la vida de las niñas y las jóvenes. Así como la falta de referentes para elegir su destino.
Y junto a la educación de las niñas, la formación de las mujeres. En Gracias A Dios, uno de los lugares más impracticables y olvidados de Honduras (la leyenda cuenta que recibió el nombre de los primeros españoles que, perdidos entre las ciénagas de la selva, al divisar el mar exclamaron “gracias a dios”), encontré a una mujer llamada Mama Tara que había creado todo un programa de alfabetización con una pequeña biblioteca.
Hoy más de 60 millones de niñas en el mundo no va a la escuela y a la mitad de ellas son adolescentes que no tendrán garantizados sus derechos básicos de autonomía, libertad y seguridad.
En el viaje a Honduras, aquellas mujeres me enseñaron que la educación es una cuestión vital porque ayuda a retrasar la edad del matrimonio y el embarazo, la tasa de fecundidad desciende (como consecuencia de una mayor comprensión de las prácticas anticonceptivas) y ayuda a protegerse contra la violencia de género. La formación es clave para empoderar a las niñas y las mujeres, de forma que participen en todas las áreas de la vida y lleguen a ser dueñas de su destino.
Para que la educación de las niñas y adolescentes sea una realidad es necesario que los gobiernos y la comunidad internacional tomen medidas efectivas. Algunas de las claves para hacer efectivo el derecho a la educación son:
La abolición de las tasas escolares(1). En muchos países en desarrollo, los costos directos o indirectos de la escolarización representan uno de los obstáculos más importantes, sobre todo para las familias pobres de las zonas rurales. La eliminación de las tasas hace posible que las niñas se matriculen en Primaria. Al reducir el gasto familiar en educación, las familias no se ven obligadas a elegir quién podrá acudir a la escuela. El analfabetismo agrava el confinamiento de las niñas y las mujeres en el espacio doméstico y fortalece el estatus de indefensión y dependencia con respecto al hombre.
Animar a las familias y comunidades a invertir en la educación de las niñas por medio de incentivos como: alimentos, subsidios u otro tipo de apoyo a los ingresos. Estas ayudas representan una compensación para la familia por el trabajo que las niñas no realizan al acudir a la escuela.
Eliminar los prejuicios sobre la enseñanza de las niñas. Una forma de lograrlo es fomentando modelos positivos como las maestras que pueden alentar a las niñas a seguir estudiando para lograr el desarrollo de sus potencialidades y la independencia vital y económica que les permitirá mayores cuotas de libertad e igualdad.
Incorporar la igualdad en el currículo escolar. Los estudios sobre la desigualdad han puesto de manifiesto cómo existen en la escuela variables que, de forma encubierta o explícita, discriminan a las niñas y potencian el valor de los niños, perpetuando los roles sexistas. Los libros de texto, el currículo, las actitudes del profesorado, el lenguaje o la orientación según el sexo a ciertos estudios y profesiones, son elementos que ejercen una clara discriminación hacia las niñas y las mujeres. Las consecuencias se hacen visibles en la distinta elección de estudios universitarios de hombres y mujeres, extensible a todo el mundo. Mujeres y hombres realizan elecciones que responden a su rol social, marcando las posiciones que tendrán en el mercado laboral. Las profesiones mejor pagadas son las elegidas por los hombres, mientras que las mujeres siguen desempeñando trabajos relacionados con el cuidado o las humanidades (2).
Transformar las escuelas en lugares acogedores para las niñas. Muchas familias viven en lugares muy alejados de la escuela, por lo que el acceso suele ser muy difícil y costoso. En ocasiones tienen que atravesar caminos peligrosos durante horas, sin poder volver a comer a casa. Es importante hacer un esfuerzo conjunto entre los gobiernos, los organismos internacionales y las comunidades para acercar las escuelas a los hogares, así como para tomar medidas que garanticen la seguridad en el colegio, de higiene y saneamiento reservadas para las niñas, promover horarios flexibles para que puedan compatibilizar las tareas que tienen encomendadas y facilitar la alimentación diaria, sobre todo en aquellos centros que están alejados del hogar.
Rediseñar la experiencia escolar (3) . Para muchas niñas es traumática: prejuicios, violencia, estilos didácticos que refuerzan creencias sobre sus menores posibilidades de éxito, etc., son habituales. En este ámbito, el trabajo de los y las docentes es fundamental. Muchos países ya han iniciado reformas para erradicar las referencias a estereotipos de los libros de texto. Se ofrece formación a los maestros para que desarrollen estrategias que eviten estereotipos y que permitan erradicar conductas despectivas de los niños hacia las niñas. La contratación de maestras sigue siendo asignatura pendiente, especialmente en las zonas rurales, debido a las limitaciones que sufren como mujeres en su autonomía para acceder a un puesto de trabajo, desplazarse o viajar solas o simplemente alojarse fuera del ámbito familiar.
En Honduras aprendí que sin la voz y la participación de las mujeres no es posible avanzar hacia una sociedad justa y equitativa.
En el Día Internacional de las Niñas, recordemos que sin su educación la mitad de la humanidad no tendrá garantizados sus derechos básicos.
(1) Los objetivos del Milenio. IPADE.IUDC
(2) UNICEF. Informe mundial de la infancia 2007
(3) FETE-UGT.ISCOD. En Busca de los Objetivos del milenio. Libro 2. Ed Catarata. 2006
Luz Martinez Ten. Secretaría de Mujer y Políticas Sociales de Fesp UGT
Photo: Shehzad Noorani, UNICEF