Ceapa, que representa a 12.000 asociaciones de familias de todo el territorio, lleva calentando motores desde principios de curso, con documentos que las familias que la secunden deberían haber presentado al equipo directivo y al tutor o tutora, y propuestas de actuación ante profesores reacios. También, curiosamente, ante hijos reacios, para los que se propone una reducción progresiva: “Si ellos priorizan sus deberes, atended su petición. No obstante, intentad acordar con ellos un tiempo repartido de forma adecuada entre los deberes y las actividades familiares para el primer fin de semana, incrementando el tiempo familiar y disminuyendo el dedicado a los deberes en los siguientes”.
En el apartado legal, se mencionan la Convención de los Derechos del Niño o el derecho constitucional de las familias a tomar las decisiones que consideren oportunas en el ámbito familiar. Todo para avalar una campaña que tiene por lema «En la escuela falta una asignatura: mi tiempo libre».
Independientemente de la repercusión que logre -Concapa, la confederación de la concertada, tres millones de familias, ha cuestionado esta llamada a la “insumisión” de los hijos, y no todas las federaciones de Ceapa la han recibido con el mismo grado de entusiasmo- la iniciativa nos ha dado pie a preguntarnos ¿Se puede vivir sin deberes?
Con deberes/ Sin deberes
“Mi hija está en 4º de ESO, tiene 15 años. Se levanta cada mañana a las 6.30 para prepararse para ir al instituto. Llega a casa a las 14.30, se ducha y come. A las 15.30 se sienta a hacer los deberes hasta las 17.00, que sale a clase de música o inglés, según el día. Vuelve a las 18.30 y se pone de nuevo hasta las 20.30 o 20.45. Cena y se relaja un poco, o incluso tiene que volver de nuevo a repasar si tiene un examen al día siguiente, hasta que se acuesta, de 22.00 a 23.00. No tiene ningún descanso, solo la comida, hasta cerca de las 21.00”, relata Antonio Martín, tesorero de la Fapa Galdós de Canarias.
Martín cuestiona las jornadas maratonianas, “que arrancan antes, a los 10 años”, y los “deberes en bloque, iguales para los 30 niños de la clase, no individualizados”, y asegura que, después de esta huelga, “el profesorado se va a dar cuenta de que los alumnos que no hagan los deberes este mes no pierden nada, que su rendimiento se mantiene”.
Con la huelga aspiran a abrir un debate en su centro. Un debate que varias AMPA llevan tiempo intentado introducir, con mayor o menor fortuna. Así, Leticia Cardenal, del AMPA del colegio Gerardo Diego de Santander, con un hijo en 3º de Primaria (una hora y media de deberes diaria) explica cómo han conseguido el compromiso “de que no se manden deberes de todas las materias, de que los profesores se coordinen entre ellos”. Presidenta de la FAPA de Cantabria, relata también como un logro que el asunto se vaya a abordar en el seno del Consejo Escolar de su comunidad, “a raíz de la campaña de Ceapa”.
Aunque en su centro ve “maestros concienciados”, Cardenal no puede evitar mirar con cierta envidia a otros colegios de la capital cántabra, “como el Vital Alsar -también público- donde no tienen deberes ni exámenes y los resultados son muy buenos”.
Algo similar le ocurre a Candy Tejera, del AMPA del colegio Bolivia en Madrid, que el año pasado llevó una propuesta al consejo escolar del centro para incluir en el reglamento interno directrices para lograr la racionalización de los deberes, que no prosperó. Esta madre de dos niños de 8 y 10 años que lamenta que los deberes se coman sus mañanas de domingo, explica cómo solo lograron “la concesión de palabra de que se reduciría la carga de tareas para casa”. Resultado: ¿Hay muchos o pocos deberes en el Bolivia? “Depende del profesor, y de lo rápido que sea el niño, pues a veces puede llevar las tareas casi terminadas de clase”.
En España, según el último estudio de la OCDE, de 2012, los alumnos de 15 años dedican una media de 6,5 horas a la semana a los deberes, frente a las 4,9 de media de la OCDE. Las iniciativas para limitar este tiempo sí han tenido eco en algunos centros, como en la Escola Sadako de Barcelona o el colegio Montserrat de Madrid. En ambos casos cuentan con documentos específicos sobre los deberes.
En la Escola Sadako se trata de un apartado que se incluye en el libro de estilo del centro. Como explica el director del centro, Jordi Mussons, “En Infantil y Primaria, no existen los deberes como tal, aunque buscamos la máxima motivación e interés por aprender del alumno, lo que a veces le conduce a querer trabajar en casa, pues se lleva intereses de la escuela a casa y de casa a la escuela. Hemos desterrado, sin embargo, los deberes como rutina sistemática para generar esfuerzo, algo que consideramos de otra época”. En Secundaria reconoce que el sistema es más “híbrido”: “Nos organizamos según cronogramas de trabajo en que los alumno tiene que rendir cuentas de los retos que va desarrollando, con fechas límites muy lejanas, para que aprenda a planificarse”. Retos que surgen a partir de preguntas y que pueden dar lugar a una investigación que se presenta en una conferencia a alumnos de otro curso, un vídeo en inglés con las principales conclusiones, un diseño o un experimento.
De un modo parecido trabajan en la escuela Waldorf, donde, a partir de 3º o 4º de Primaria, los maestros “entregan al principio de la semana cuatro hojas de tareas para que los alumnos empiecen a distribuir el tiempo en casa. Las hojas deberán llevarse el viernes, por lo que pueden comenzar a establecer sus prioridades y realizar las tareas siendo responsables de su tiempo”, explica Gema Luna, madre de una niña escolarizada en un centro Waldorf. En este sistema, los niños no hablan de deberes sino de tareas, que consisten, en Primaria, en repasar lo más importante del día en una página para casa: “Pueden ser dos problemas de matemáticas o una redacción o dos ejercicios de palabras. El trabajo en el aula es tan práctico y experimental que se trata de ponerlo por escrito para interiorizar de otro modo los conocimientos, pero no le lleva al alumno más de 15 minutos diarios”, prosigue Luna.
Al frente de la Escuela Libre Canción de Luna, pero con una breve incursión en la enseñanza concertada, como profesora, Gema Luna ve los deberes como algo consustancial a este modelo de enseñanza: “Las programaciones tienen en cuenta una cantidad de contenidos que supera el número de horas lectivas, y en las propuestas de las editoriales se prevé lo que se dará en el aula y lo que completará el alumno en casa, trabajos que además no siempre da tiempo a corregir en clase, por lo que se queda sin terminar el proceso”.
“El modelo Ikea”
No solo Ceapa está de campaña, también Ikea, que arrancaba el curso con su #Salvemos las cenas, presentando Cenología: menos deberes y más cenas en familia. Para el psicólogo y educador Jaime Funes, autor de Hartos de los deberes de nuestros hijos (Lectio Ediciones, 2016), “el fondo es correcto, el contenido está bien -hable con su hijo, conteste a sus preguntas, hágale preguntas, léale cuentos- pero me fastidia que venga de Ikea y no del departamento de enseñanza de una comunidad autónoma, que se apropie de los valores, que hable de las cenas, para vender más mesas, del mismo modo que tiene que venir Repsol a hablarnos de ecología”. Como para Mussons, “el anuncio es fantástico, se alinea con lo que pensamos, nos cuenta las estructuras de modelaje desde casa, pero nos da miedo que sean las familias y los medios los que decidan lo que está bien o mal en educación, que los educadores perdamos las riendas a la hora de definir cómo ha de ser esta”.
Sea como fuere, lo cierto es que el anuncio de Ikea parece recoger lo que desde hace tres años se propone desde el proyecto Atlántida, el llamado currículo doméstico sobre desempeño competencial es en el ámbito familiar. Con 40 AMPA de Andalucía implicadas en la actualidad, pretende que el cambio educativo y las tareas en casa vayan de la mano. Francisco Sánchez, del AMPA del IES Nuevas Poblaciones de Córdoba, con una hija en 3º de Primaria y un hijo en 3º de Secundaria, ejemplifica cómo para la pequeña aplicar el currículo doméstico puede ser “saber qué ingredientes se necesitan para preparar el menú que hemos decidido entre todos, o dónde comprarlos más baratos”, mientras que para el mayor puede ser “analizar el presupuesto con el que cuentan para irse de excursión en su clase, y decidir entre los destinos que pueden permitirse”.
Las alternativas de Ceapa
En su último documento, Ceapa propone alternativas para los cuatro fines de semana de noviembre. De visitar un museo a acercarse a un lugar de la ciudad que los niños no hayan pisado nunca. De hablar de derechos y obligaciones (o de algo que nos enfada o de un tema de actualidad) a practicar deporte o ver una película juntos, de organizar un juego colectivo a pasar un día en familia en el campo. Y, cómo no, también hacer la cena conjuntamente.
Para los alumnos españoles constituye una oportunidad de pasar esos fines de semana “como finlandeses”, a juzgar por la aportación de Minna Harmanen. Responsable del Instituto Nacional de Educación del país nórdico, explica cómo sus niños y niñas (que dedican cerca de media hora al día en la educación básica a sus tareas de lunes a viernes) entienden que hay distintas formas de hacer deberes: “Hay deberes que no da tiempo a hacer en el aula (por ejemplo, leer una novela entera), o que sirven para prepararse para un nuevo tema, pero deberes pueden ser también escribir un ensayo, hacer la cena familiar o practicar una nueva habilidad”.
Debate abierto
Con recomendaciones de la OCDE, de los consejos escolares autonómicos o de la OMS, el de los deberes es un debate de largo recorrido. Carmen Moreno-Rodríguez, profesora de la facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla, y una de las autoras de un informe de la OMS sobre la salud de los escolares, de este mismo año, recuerda cómo “era curioso ver la evolución de esos niños, que con 11 años mostraban un gusto muy alto por la escuela, descubrir cómo este iba descendiendo con la edad al mismo ritmo que se incrementaba el estrés escolar; curioso y chocante, porque estamos entre los países con estudiantes más estresados pero no entre los que logran un mejor rendimiento en PISA”.
Para Moreno-Rodríguez «todo esto nos habla de cómo muchas de las tareas son mecánicas, repetitivas, y no redundan en el aprendizaje de los niños, sino solo en el estrés y el malestar familiar. Estamos escolarizando a las familias, con madres que hacen una peonada por las tardes supervisando los deberes de los niños”. Como la OCDE, la OMS alerta además en este punto de que no todos los padres pueden ayudar del mismo modo a sus hijos, con lo que los deberes contribuyen a agrandar la brecha en función de las desigualdades socioeconómicas de partida.
“Debemos ir más allá de lo puramente visible en un país con tendencia a calentar la silla, y pensar en lo que los niños están dejando de hacer cuando hacen deberes: jugar con otros niños, actividades extraescolares creativas, ocio constructivo…”, señala Moreno-Rodríguez, partidaria de que el debate de los deberes se incluya en las negociaciones del pacto por la educación.
Para Jaime Funes, “el de los deberes es un debate cíclico, que oculta en muchos casos otros, como qué escuela necesitan los niños y niñas de hoy. Si no cuestionamos la escuela sino solo los deberes de la escuela estamos pecando de conservadores”.
Aun así, menciona experiencias que merece la pena tener en cuenta en el apartado de los deberes, como el aula invertida, en que el chico o la chica buscan fuera de clase y lo aplican en el aula, con el profesor; o el refuerzo a padres y madres, para que aprendan cómo se enseña a aprender, “ya que un hijo no aprende si a su padre no le interesa ver cómo aprende”… y “en general toda actividad que pretende conectar lo que el alumno hace fuera y dentro de la escuela: si hace pasteles con su padre y aprende proporciones, que logre integrarlo al hablar de quebrados”. Cualquier colegio que se lo proponga, que tenga claro que ha de existir una línea conductora entre las experiencias de vida del niño y las experiencias de aprendizaje, y que vea al niño como sujeto activo, que aprende activamente, que no recibe pasivamente lo que le va diciendo la escuela, puede conseguirlo, asevera. “Suelen ser centros que odian el currículum y se olvidan de su imposición”, apostilla.
Pero Funes recalca el papel que juega la familia: “Llenamos la vida de los niños por las obligaciones de los padres o porque tienen que aprender no sé cuánto. Y cena, baño y ficha al llegar a casa… En vez de pasar un día normal en lugares diferentes, con gente diferente. Pero para eso hace falta conciliar los tiempos, obliga a un tiempo de madre, un tiempo de padre, a no delegar en la escuela”.
FOTO: Enric Català