No es natural fue el título de un provocador y sugerente libro escrito por mi recordado amigo Josep Vicent Marqués. En un acercamiento crítico a la sociología de la vida cotidiana, Marqués trataba de desnaturalizar aquello que un pensamiento de sentido común conservador había naturalizado, convirtiendo en «normal» lo que era una construcción social mediada por significados diversos. Desde la publicación de aquel libro han pasado ya muchos años, pero al evocarlo me pregunto ahora por las formas de naturalización de las prácticas sociales en el ámbito de la educación.
Pondré algún ejemplo. En los últimos años se ha reforzado la idea de que la educación debe cultivar a un individuo esforzado y competente, con una integral capacidad para intervenir y desarrollarse en el mundo del trabajo. El argumento viene acompañado de una crítica a la obsolescencia de un sistema educativo ineficaz para la producción de ese sujeto competente y adaptable a la creciente flexibilidad laboral. (¡Oiga!, pues ese es un argumento de sentido común, nos diría un tal Rajoy, el del sentido común -conservador-). La idea de la individualización del sujeto pedagógico -la educación centrada en la autogestión del aprendizaje, el esfuerzo individual, el sujeto responsable, la utilidad productiva de las competencias adquiridas, el éxito o mérito medido en acreditaciones individuales,….- tiene raíces antiguas, pero el discurso neoliberal desde finales del pasado siglo la convirtió en hegemónica, que es otro modo de decir que fue naturalizada, con una solidaria contribución del discurso mediático y académico.
Acompañados de esa idea es natural, entonces, que la escuela se ocupe de aprendizajes relevantes y se olvide de monsergas curriculares como por ejemplo ¿la Filosofía? Es natural que un padre o una madre aconseje a su hijo dejarse de tonterías y esforzarse en lo que más le conviene para ser alguien el día de mañana. Es natural que en la escuela se profesionalice la dirección y nos olvidemos de aquellos proyectos colegiados con una fuerte carga ideológica hacia el cambio. Es natural que las familias renuncien a la participación comunitaria en el proyecto de la escuela, al fin y al cabo los lazos sociales tienen que ver exclusivamente con lo que a cada cual conviene como cliente o consumidor del proyecto educativo. Es natural que en la escuela no nos metamos en política, lo que le pase a cada cual, sea socialmente justo o injusto no se arreglará allí. Es natural que nos pasemos la mayor parte del tiempo sentados dentro de un aula, es natural la tarima del profesor, la disposición de las mesas y la distribución del espacio, es natural el examen, la forma de evaluación, la medición y jerarquización del aprendizaje, la fragmentación del conocimiento, el uso del libro de texto… Es natural que haya colegios de ricos y de pobres, públicos y privados, es natural que determinados niños y niñas, de determinadas clases sociales, etnias o culturas, nunca entren por la puerta de una escuela concertada, subvencionada con dinero público.
En fin, el listado del proceso de naturalización de las prácticas sociales en la escuela puede ser muy largo. Déjenme que lo cierre con una anécdota de mi propia historia de vida. Fui un joven maestro de una escuela primaria muy influenciado en mi formación por la pedagogía de Freinet. Yo era feliz en el aula y creo que los niños y niñas que me acompañaban también lo eran (un día que les anuncié que el día siguiente era festivo se pusieron a protestar). Las familias estaban contentas conmigo, sin embargo, cuando tenía alguna entrevista con una madre o un padre nunca me preguntaron si sus hijos eran felices en la escuela. Su pregunta habitual, la más importante o significativa de la entrevista siempre era: ¿cómo va mi hijo en Lengua y Matemáticas? Es natural. Claro que si pienso ahora en las Facultades de Educación, nunca escuché a un Decano presumir que en su Facultad los estudiantes que se formaban como profesores cantaban, bailaban y tocaban un instrumento musical con habilidad suficiente para pasárselo bien y hacer que se lo pasen bien quienes estén a su lado. Sin embargo, al analizar los curricula de formación de maestro parece que la pregunta fundamental que se hacen estos Decanos -es una forma de decirlo- sea la misma que la de aquel padre: cómo va este futuro maestro en Lengua y Matemáticas.
Las cosas de la escuela, como las cosa de las vida, pueden haber sido, han sido, son y me inclino a pensar que podrán ser de otra manera. Esto también es de sentido común, pero del otro. Boaventura de Sousa lo llama sentido común emancipador, y lo vincula a una batalla cultural por la transformación del significado. Podemos recuperar experiencias históricas, hacer visibles prácticas actuales, y pensar futuras prácticas educativas no determinadas por las lógicas del mercado. La escuela y la educación no son ni necesariamente ni naturalmente como nos la pinta el discurso de poder sobre el significado, ya sea mediático, académico, institucional (Marqués añadiría capitalista y patriarcal, pero aquello era en 1980). Pensar sobre esta cuestión no es una banalidad, porque a los señores a los que les gustan como están las cosas y nos dicen que son naturales y de sentido común, les podremos decir que su sentido común es distinto al nuestro, y desde luego, de natural no tienen nada.