Hay una hilo histórico que une la lucha por la escolarización de las niñas emprendida para Malala Yousafzai -tiroteada el año 2012, premiada con el Nobel de la Paz en 2014- con las críticas al matrimonio infantil hechas por Isabel de Baviera, la conocida emperatriz Sissi, a mediados del siglo XIX. Es el mismo hilo que conecta la prostitución infantil de Neera, relatada por el ateniense Demóstenes el siglo IV antes de Cristo, con la entrada en el mundo laboral de Caterina Gusi Espuña, en la fábrica de la colonia Borrás -en el Bages-, cuando solo tenía siete años.
Ser una niña nunca ha sido fácil. La suya es una historia de doble discriminación -por ser mujeres y por ser pequeñas, niños- que se remonta a los anales de las civilizaciones conocidas, desde la antigua Grecia hasta las sociedades europeas industriales, sin olvidar las desigualdades de género que aún sufren millones de niñas, latente en algunos países, visible en otros, en pleno siglo XXI. Esta trayectoria queda recogida en la exposición Por ser niña, hasta el 14 de noviembre en la biblioteca del campus del Raval de la Universidad de Barcelona.
«Hemos constatado la completa invisibilidad de las niñas en buena parte de la historia, así como también en los estudios posteriores de cualquier disciplina», sostiene Cristina Yúfera, una de las comisarias de la muestra y miembro de Tacita Muta (Grupo de Estudios de mujeres y Género en la Antigüedad). «Incluso en sociedades aparentemente más avanzadas en cuestiones de participación y democracia, como la griega, lo han sido solo para los adultos machos», pone Yúfera como ejemplo.
En la antigua Atenas, de hecho, cuando se daba a luz a un bebé la familia lo anunciaba colocando una hebra de lana en el dintel de la puerta de casa en caso de que fuera una niña, y una rama de olivo en caso de que fuera un niño. «Así ya se daba a entender que el futuro de la niña que acababa de nacer era el de quedarse en casa tejiendo, cuidando de la familia, mientras que la del niño era la vida pública», expone Yúfera. Un determinismo que se ha mantenido a lo largo de la historia y hasta bien entrada nuestra época. La dedicación al hogar ha marcado la educación de las niñas hasta hace menos de 50 años. No en vano el 17 de julio de 1945 el BOE franquista publicaba que las niñas, en su «iniciación profesional», debían recibir también enseñanzas de «artesanía y labores del hogar».
Hacerse cargo de la casa, de los familiares mayores, de los hermanos pequeños, ha sido otra constante para las niñas a lo largo de la historia, casi «una segunda jornada de trabajo», según se explica en la exposición, que se sumaba a una entrada en el mundo laboral precoz, ya fuera como sirvientas o como trabajadoras de fábrica. En los siglos XIX y XX muchas niñas cocinaban, lavaban la ropa, iban a buscar leña… Y luego hacían su turno en la fábrica. Citábamos el caso de la Catalina Gusi, de siete años, que recuerda la pintura La niña obrera, de Joan Planella, sobre la ola de trabajo infantil en el sector industrial catalán durante el siglo XIX.
Esta lacra, la de las tareas domésticas asumidas por niñas, no consta en las estadísticas oficiales sobre trabajo infantil que recoge la Organización Mundial del Trabajo (OMT). De los 250 millones de menores de 14 años que trabajan en todo el mundo, alrededor de un 40% son niñas, pero si se contaran las responsabilidades del hogar representarían más de la mitad de víctimas, según las estimaciones que hace la misma OMT.
Antes del nacimiento, la discriminación
La exposición de la UB rechaza el clásico recorrido cronológico que caracteriza las muestras históricas y opta por organizar la información en una especie de cronología vital de la discriminación que comienza con la gestación, se constata con el nacimiento y avanza durante la infancia de las niñas, su acceso a la educación, en la adolescencia, el matrimonio o el trabajo. «En el momento del embarazo ya empieza una discriminación por creencias que llegan hasta nuestros días», considera Yúfera.
«Si una mujer lleva en el vientre un macho, tiene buen color; si lleva una tuerca, mal color «. Este es uno de los aforismos del Corpus hipocrático (Grecia, V-IV aC), una muestra de la desigualdad manifiesta ya antes del nacimiento que tiene, de nuevo, puntos de conexión con la actualidad. Sin ir más lejos, las comisarias recuerdan la pérdida de niñas en Asia -que algunas estimaciones sitúan en 160 millones- fruto de asesinatos de bebés o muertos en la primera infancia.
Y ahora, al menos en nuestro país, ¿hemos acabado con la histórica desigualdad de género entre las niñas? «Ahora sobre el papel las niñas tienen las mismas oportunidades que los niños: no hay una discriminación aparente, pero sí apreciamos regresiones, como pueden ser la hipersexualización de las niñas», constata Yúfera, que pone como ejemplo la noticia de una empresa que comercializa zapatos de tacón para bebés, aunque también le serviría el estudio publicado recientemente que observa como ya con siete años las niñas se sienten presionadas por estar perfectos ‘.
Queda, pues, camino por recorrer, pero probablemente menos de lo reseguido hasta ahora, gracias a «mujeres que se han hecho valer», en palabras de Yúfera, como las que aparecen al inicio de este artículo. Mención especial -al menos en la exposición, donde aparece en varias cites- para Christine de Pizan, que en la Ciudad de las damas, obra considerada precursora del feminismo que se publicó en plena Edad Media (1405), ya dejaba claras las cosas: «Si hubiera la costumbre de enviar a las niñas pequeñas a la escuela y de enseñarle las metódicamente, como se hace con los niños, aprenderían y comprenderían las dificultades de todas las artes y de todas las ciencias tan bien como ellos «. Tenía razón.