Bajo un título como el que encabeza este artículo podría hablarse de muchas cosas diferentes. Por ejemplo, sobre el tipo de educación que defienden -y aplican cuando llegan al poder- las corrientes políticas populistas. Pero otra cuestión que podría plantearse podría consistir en ver cuál es la educación que facilita que un partido o una candidatura populista acceda al poder. Ambas -y también algunas más que se podrían añadir a base de buscar posibles relaciones entre educación y populismo- son ciertamente complejas; entre otros motivos, debido a que tampoco todos los populismos ni son ni han sido el mismo: unos son de derechas y otros de izquierdas; los hay que fructifican en países ricos y otros en países pobres, etc., etc.
Pero está claro que no se nos hubiera ocurrido escribir ahora sobre populismo -ni El Diario de la Educación nos habría propuesto un artículo sobre este tema- si Donald Trump no hubiera ganado las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. Por lo tanto, lo que haremos será centrarnos solo en el caso del nuevo presidente estadounidense. Y aún limitaremos más el contenido del artículo: nos referiremos solo a la segunda cuestión que planteábamos: [1] ¿Cuál es la educación que quizás ha ayudado a que una opción populista como la de Trump tuviera el éxito que ha tenido? Nos referiremos a tres posibles factores educativos complementarios.
El sistema educativo por la parte baja: «Amo a la gente con un nivel educativo bajo»
Una de las características que se atribuyen a los populismos es la de que sus líderes hacen planteamientos elementales que simplifican mucho la realidad. Y que lo hacen a base de un discurso más dirigido a movilizar las emociones y los sentimientos que los argumentos y el diálogo racional. Unos tipos de análisis y de discurso que tienen más posibilidades de arraigar entre los sectores de la población con menor nivel educativo. Seguramente por ello, con la frase que encabeza este párrafo, Donald Trump durante la campaña electoral declaraba su amor por la gente con pocos estudios. Esta frase, que se ha hecho famosa, la pronunció en un acto electoral en Nevada. Y, en este mismo sentido, en Wisconsin, en el curso de una charla con estudiantes universitarios, remachó el clavo diciendo: «Descubrirán cuando lleguen a tener mucho éxito que la gente que les caerá mejor será aquella que ha tenido menos éxito que ustedes. Porque cuando te sientas en una mesa con ellos, les puedes contar todo tipo de historias maravillosas y te escucharán. ¿Tiene sentido lo que les digo? ¿Ok? Siempre hay que estar rodeado de gente sin éxito porque te respetarán. ¿Lo entienden? «[2]
El sistema educativo por la parte alta
Con todo, el triunfo de Donald Trump no se explica solo con el voto de ese sector de la población: un cierto porcentaje de sus electores también tiene estudios superiores. En este caso, hay entonces que preguntarse ¿En qué han fallado estos estudios? Parecía que los diferentes niveles del sistema educativo -y con más razón las universidades que son las que se encargan del más alto nivel-, entre otras funciones tienen también la de educar para el ejercicio de una ciudadanía democrática y crítica; de una ciudadanía bien informada y capacitada para valorar las opciones políticas que se le presentan, tras someterlas a un examen racional. Una educación democrática que debería promover el desarrollo de la conciencia crítica para que las personas puedan comprender y evaluar concepciones competitivas del que hay que considerar como buena vida, buena sociedad y, por tanto, buen gobierno. Es decir, potenciar el carácter democrático o deliberativo, entendido -en palabras de Amy Gutmann [3]- como el hecho de tener mucho cuidado con los procesos de toma de decisiones, de debate de las razones a favor y en contra de cualquier propuesta o medida.
Quizás si las universidades norteamericanas hubieran cumplido satisfactoriamente esta función, Trump habría tenido algunos votos menos y no habría llegado a la Casablanca. Pero ya hace tiempo que algunos intelectuales críticos de aquel país, tanto del ámbito de la educación como de la filosofía y la cultura en general -como es el caso de Henry Giroux, Noam Chomsky y Marta Nussbaum para poner sólo tres ejemplos-, nos alertan sobre la deriva de la educación superior en los Estados Unidos. [4] Para estos autores, el predominio creciente de una visión neoliberal en la configuración de la enseñanza universitaria, que la concibe fundamentalmente como una formación especializada de carácter técnico y orientada solo a las necesidades del mercado laboral, pone en riesgo la calidad democrática y la formación integral de la persona. De esta crisis del pensamiento crítico en los lugares donde, de forma privilegiada, se debería cultivar y extender, seguramente sacó provecho el ya presidente de Estados Unidos.
Y también fuera del sistema educativo: el fenómeno de la post-verdad
Pero la falta de educación para una ciudadanía democrática, crítica, bien informada y deliberativa no puede hacerse responsable únicamente a la Universidad y al resto del sistema educativo formal. Trump también ganó porque una parte de lo que llamamos educación informal le ayudó y él supo beneficiarse. Nos referimos concretamente a la educación -buena o mala- que actualmente circula y llega a tantísima gente por medio de las redes sociales de Internet, en el marco de lo que se ha llamado la era de la post-verdad. Es decir, este fenómeno que consiste en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las llamadas a las emociones y las creencias personales. No será casualidad que populismo y post-verdad hayan sido proclamadas palabras del año 2016. [5]
Ya se sabe que la falta de educación casi siempre juega a favor de los populismos; y, por tanto, de esta se ha aprovechado Trump. Pero, como decíamos, también debe haber ayudado el hecho de que el sistema educativo (Universidad incluida), con las armas que se le suponen más propias -la cultura, el cultivo de la razón, el contraste de los hechos, la deliberación crítica…- no haya sabido contrarrestar la eclosión de esta era de la post-verdad.
Decíamos al principio que la relación entre el populismo de Trump y la educación podía llenarse de contenido tratando, entre otras, dos cuestiones diferentes: ¿cuál es la educación que él propugna por su país? y ¿cuál es la educación de su país que ha contribuido a su éxito en la carrera presidencial? En este artículo hemos elegido hablar de esta segunda. Pero ahora vemos que las respuestas a estas dos cuestiones posiblemente -y desgraciadamente- no sean muy diferentes. Si el populismo de Trump ha salido reforzado por los sectores sociales con pocos estudios, parece que lo que hay que esperar es que la igualdad de oportunidades educativas y el aumento del nivel educativo de los sectores más desfavorecidos no serán precisamente prioridades de su mandato. Si el nuevo presidente quiere tanto como dice a los que se han quedado en la parte baja de la pirámide educativa lo que seguramente le pide el cuerpo no es reducir esta base sino ampliarla, no sea que se fuera quedando sin gente a la que poder amar. Ya no nos queda espacio para mostrarlo y argumentarlo, pero si analizáramos los escasos contenidos de política educativa que Trump ha presentado en la campaña veríamos que justamente en sus propuestas (reedición de las clásicas privatizadoras del neoliberalismo) no destacan precisamente las medidas igualitarias y la promoción de los sectores populares.
Y quisiéramos terminar con un mensaje alentador, a pesar del crecimiento progresivo del populismo durante estos últimos años también en Europa. Un populismo que hoy por hoy se asocia a la derecha xenófoba francesa, británica u holandesa, y que hace pensar que encontrará en el nuevo escenario político norteamericano un aliado para continuar expandiéndose. Tenemos en la mochila pedagógica un buen número de propuestas y realizaciones con las que se puede hacer frente a populismos como estos.
De las muchas que se podrían mencionar, citamos sólo tres -ya clásicas y muy bien conocidas- que a pesar de ser bastante diferentes entre sí, comparten la gran virtud de no ser nada populistas, todo haberse focalizado, de forma muy explícita y decidida, en los sectores populares de la sociedad: esa pequeña escuela de Barbiana creada por Lorenzo Milani; el movimiento por una escuela popular del gran pedagogo Celestino Freinet; y la pedagogía concientizadora de Paulo Freire. Cualquiera de estas tres pedagogías, populares pero no populistas, podría servir como antídoto eficaz al populismo del que hemos hablado en este artículo.
[Foto: Donald Trump / CC by-sa Gage Skidmore (Flickr)]
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[1] La primera cuestión la tratada muy bien Antoni Tort en un artículo reciente: ‘Vientos del Oeste: Trump y Educación’. Perspectiva Escolar, nº 391, Enero-Febrero, 2017, pp. 71-72.
[2] Carlin, John, «Trump: Hay que rodearse de gente sin éxitos ‘», El País, 31-03-2013. http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/31/actualidad/1459439180_167823.html
[3] Gutmann, A. 2001. La educación democrática. Barcelona: Paidós.
[4] Giroux, H. 2003. Pedagogía y política de la esperanza. Buenos Aires: Amorrortu; Chomsky, N. 2006. Sobre Democracia y Educación. Vol. 2, Barcelona: Paidós; Nussbaum, M. 2010. Sin finas de lucro. Por qué la democracia necesita las humanidades. Madrid: Katz.
[5] La primera para Fundáis BBVA; y la segunda por Oxford Dictionary.