Virginie Despentes. Autora de Teoría King Kong.
(Puedes encontrar este texto en mariaacaso.es)
En su libro autobiográfico Teoría King Kong, Virginie Despentes afirma que lo que realmente le ha hecho ser masculina no es ir vestida con pantalón y camisa, sino no tener miedo, haberse atrevido a salir de casa y hacer determinadas cosas, socialmente prohibidas o consideradas poco femeninas, para llevar a cabo sus proyectos, sus deseos, para organizar su vida.
Releer su texto, unido a la Marcha de las Mujeres del pasado 22 de enero en protesta por las políticas de género de Donald Trump, me han invitado a repensar por qué razón, cuando se ha convocado el Global Teacher Prize 2017 -considerado por los medios como el Premio Nobel de Educación-, en un país donde el 80% de las profesionales de la educación primaria son mujeres, un año más el nominado ha sido un hombre. Un hombre que será visibilizado, que irá de programa en programa, de charla en charla… Mientras tanto, miles de maestras que podrían estar en ese ruedo de la visibilidad permanecen en sus casas paralizadas por el miedo.
Sí, admitamos que tenemos miedo, porque tener miedo es una condición estructuralmente femenina; un miedo que nos acecha desde que somos niñas, que nos deja calladas, mientras que nuestros hermanos, nuestros novios y nuestros amigos piden aumentos de sueldo o se presentan a un premio dentro de su categoría profesional.
En las mujeres está bien visto «no hacerse notar», tapar con una falsa modestia absurda nuestros logros y nuestras propuestas. Una falsa modestia que el patriarcado nos ha hecho creer que es muy femenina y honrada. Proclamar, mostrar y exhibir son aspectos que la sociedad valora positivamente en los hombres, y negativamente en las mujeres.
Cuando un profesional joven tiene ambición, es un valiente; cuando una profesional joven tiene esa misma ambición, es una trepa. Cuando un niño ejerce el poder en su grupo, es un líder; cuando una niña ejerce ese mismo poder, es una mandona (y aquí me viene a la cabeza un enfadadísimo Xavier Trias llamando mandona a Ada Colau cuando esta le arrebató su puesto en la alcaldía de Barcelona).
Miedo. La sociedad nos insta a tener miedo. Miedo a hacer el doble esfuerzo que exige la visibilidad; porque ser visible supone no solo hacer bien tu trabajo, sino también dedicar mucha energía a que ese trabajo se vea para que los demás sepan lo que haces: tener tu propio blog, manejar las redes sociales, estar en primera fila, viajar, salir, entrar. Miedo a que nos pregunten cómo logramos ser visibles y, a la vez, cuidar de nuestros hijos. Miedo a tener que contestar preguntas que no se les hacen a los hombres. ¿Cuántas veces les preguntan a ellos cómo se las arreglan para compatibilizar trabajo y crianza?
En el sector de la educación ocurre exactamente lo mismo que en otros sectores mayoritariamente femeninos en la base, pero de los que las mujeres vamos desapareciendo según subimos de escala, como ocurre en la gastronomía o la moda, por poner los dos primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza. Mujeres como Virginie Despentes o Sheryl Sandberg (número dos de Facebook) nos instan a no quedarnos calladas en las mesas de administración, ni en los consejos de departamento ni en los claustros: es sumamente importante que se escuche nuestra voz, porque, si no, la voz será siempre masculina.
Necesitamos una teoría King Kong para la educación. De la misma manera que Despentes desdramatiza en su libro cuestiones tan centrales en la experiencia femenina como la violación, la prostitución o el porno, tenemos que desdramatizar y darle la vuelta a lo que está pasando en la educación. Necesitamos dejar de quejarnos, dejar de tener miedo, ese miedo que nos obliga a quedarnos en casa, sentadas en la silla, mirando las pedagogías pasar, siendo nosotras (y no otras), las profesoras de universidad, las maestras, las rectoras, las directoras de centro.
Solo cuando el 50% de los profesionales que dan charlas, ganan premios, dirigen centros y escriben libros sobre educación seamos las mujeres que estamos al pie del cañón educando podremos empezar a hablar de innovación educativa. Mientras esto no ocurra, solo podemos hablar del pasado.
No puede existir innovación sin la visibilización −en los congresos, en las librerías, en los periódicos− de las mujeres profesionales de la educación: el cambio de paradigma pasa irremediablemente por que las mujeres que están día a día en las aulas también estén en los lugares donde esas aulas se representan. Lugares que, extrañamente, continúan poblados únicamente por hombres.