Como todos los años cada 5 de junio toca celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente. Parece mentira, pero después de tanto tiempo, la relación entre medio ambiente y escuela es un vademécum de aciertos y carencias. Y eso que desde que la Logse se inventó lo de los Temas Transversales parecía que el asunto iba a transcurrir por otros derroteros. Los aciertos se notan en que en que casi una tercera parte de toda la información sobre cuestiones ambientales la reciben los chicos y chicas en la escuela (lo decía PISA in Focus 15, publicado en 2006). También en que los centros educativos desarrollan bastantes actividades -puntuales o más sistematizadas- sobre consumo, cuidado del medio natural, residuos, papel, energía o agua. Es más, la gestión ambiental escolar sobre estos tres últimos consumos -que produce enseguida réditos económicos- ha mejorado bastante. Tampoco hay que olvidar las redes ambientales activas; nos quedamos con iniciativas como EsenRed y sus conexiones territoriales.
Pero en este cometido pesan bastante las carencias. El mismo informe del PISA nombrado subraya que el futuro de la sostenibilidad del medio es imposible para el 80% de los preguntados. Un reciente ecobarómetro -financiado por Endesa y suponemos que por eso prioriza la cuestión energética- se fija en lo que opinan hoy los jóvenes de 18 a 35 años, aquellos que recibieron sin duda mensajes ambientalistas cuando estudiaban. La mitad de los encuestados considera que el tratamiento de estas temáticas fue insuficiente y hubieran querido saber más sobre afecciones graves al medio ambiente (energías renovables, estilo de vida, cambio climático, etc.) y soluciones. También que en sus clases sobre medio ambiente predominaba la enseñanza tradicional: eran poco o nada habituales los proyectos prácticos en grupo (45,7 %), los realizados entre varias clases (17 %) o el uso de Internet (33,1 0%). Además, muchos jóvenes opinaban que la formación del profesorado era muy mejorable. Apunten un par de razones para estos defectillos, aunque habrá otras muchas: el currículo explícito deja mucho que desear en cuestiones ambientales -orilla la visión crítica sobre nuestra actuación hacia la sostenibilidad y es profundamente descriptivo- y el currículo oculto de los libros de texto es marcadamente antiecológico.
Una anécdota preocupante: un reciente trabajo de una profesora de Fuhem (Fundación Hogar del Empleado) asegura que se puede llegar a terminar la ESO sin conocer realmente lo que supone el cambio climático. ¡Con la que está cayendo!
Si las anteriores afirmaciones fuesen ciertas, cabría decir que la formación de la cultura ecológica global en la escuela no ha generalizado el formato adecuado ni tiene la progresión necesaria; o hace falta mucho más, pues toda buena intención es insuficiente si queremos aproximarnos a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que buscan urgentemente un futuro diferente. Necesitamos que en todas las aulas se actúe. Porque, lo que en otro tiempo pudo ser una buena práctica ahora es una necesidad.
¡Hala, todos a celebrarlo!
Carmelo Marcén (www.ecosdeceltiberia.es)