Durante un viaje por las colinas de la Toscana, visitando el Duomo de San Gimignano, entendí un argumento que escuché a Umberto Eco: la catedrales fueron los libros de texto de la Edad Media. En efecto, aquella impresionante colegiata del siglo XI encierra, en los frescos que desde el suelo hasta el techo decoran el recinto, todo lo que un ser humano de aquella época debía conocer (estaba obligado a conocer si buscaba la salvación): la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, el malo de Caín, la aventura del Arca de Noé, el bueno de Abraham…, la admirable vida de Cristo y en fin, las glorias del Paraíso y las penas del Infierno, la síntesis del Antiguo y Nuevo Testamento, encerrada en forma de libro de cómics.
En una época en que la que la mayoría de la población ni leía ni escribía, la didáctica pertinente era el relato basado en la exageración del dibujo, el encierro en la inmensidad gótica sin apenas luz natural y obviamente, el intérprete/sacerdote que traduce y hace asequible al profano la complejidad de la verdad revelada. Todo dentro de las cuatro paredes de piedra tallada, nada fuera.
Pasaron los siglos y las catedrales dejaron espacio a las escuelas, pero la lógica del libro de texto permanece inalterable en el interior de la institución: aquí se encierra la VERDAD, con mayúscula y en singular, antes revelada, ahora, tras el Siglo de las Luces y el empujoncito de Kant, verdad demostrada, pero siempre una verdad encapsulada en un texto que requiere, como antes del sacerdote, ahora del maestro interprete. En todos los casos, una verdad ajena a la vida, la cultura y la experiencia de los pequeñitos seres humanos.
Bueno, no les entretengo más con este asunto si no es para subrayar la miopía intelectual de quienes defienden como progresista la gratuidad de un dispositivo pedagógico que regula y controla una forma de selección y organización del saber tan alejada de cualquier discurso de innovación o renovación pedagógica. No me quiero marchar todavía. Señores del curriculum prescrito: ¿cómo pueden y quieren Uds. hacer compatible eso de la verdad revelada y la verdad demostrada? ¿fragmentando el contenido en disciplinas separadas, y hoy toca Religión y ya dejamos para mañana la Física o la Historia?
Pero yo vengo aquí a defender otra hipótesis. Si las catedrales fueron los libros de texto de la edad media, nuestras contemporáneas grandes superficies comerciales son los libros de texto de nuestra época. El Centro Comercial es un texto alfabetizador, la nueva enciclopedia de la ciudad que nos educa. Imaginen que es viernes por la tarde y un grupo de adolescentes se reúne a las puertas de un gran centro comercial para pasar juntos un rato. Caminarán por sus calles y galerías mientras conversan, se tocan, juegan, se miran, se empujan, discuten y ríen. Durante unas horas toda su relación, la construcción de las diferentes situaciones por las que atraviesan, va a estar mediada por la omnipresencia de la mercancía. Y desde la centralidad de la mercancía, un discurso, una teoría, sobre el cuerpo, el amor, el vestido, el consumo, el viaje, la vivienda, la alimentación, la familia, el ocio… en fin, la vida cotidiana. Mientras la escuela fragmenta, separa y disciplina la vida cotidiana, las calles del centro comercial conducen y ponen en relación los diferentes y múltiples dispositivos de otro discurso pedagógico y de poder sobre la vida cotidiana.
Como antes en el Duomo de San Gimignano, también aquí un espacio actúa como texto en el que personas diferentes, entre escenarios mutantes y efímeros, aprenden conceptos, procedimientos y actitudes valorativas sobre el mundo. Como en los otros currícula, los escolares, también aquí hay ausencias intencionadas. El texto que aprendemos a leer por estas calles está escrito por el capitalismo espectacular y del hiperconsumo. Sin embargo, es posible una paradoja: si por un lado la hiperproducción de significantes sobre la vida cotidiana está mediada por las caligrafías del mercado y del consumo, -en una constante relación espectacular con la publicidad y los medios-; por el otro la posibilidad de una alfabetización crítica que nos permita una contracultura emancipadora. He aquí una nueva posibilidad alfabetizadora: trabajar en el interior de esta lógica binaria la lectura interpretativa del mercado y sus límites; y la formulación, también, de las responsabilidades individuales y colectivas en la creación y modificación del presente y de las posibilidades del futuro. Para este proceso, finalmente, tomar el shopping mall como estudio de caso puede ser una interesante propuesta curricular en la que se identifican con claridad los modelos sociales en los que se valora el espectáculo de la mercancía gobernando la vida cotidiana, y en el que se mezclan diferentes valores culturales y significados no para construir un discurso de pluralidad y reconocimiento de la diferencia, sino todo lo contrario, para homogeneizar estereotipos en el escenario de las relaciones consumo-ocio.
Fotografía: David Mark / Pixabay