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El Museo Nobel de la Academia Sueca, en Estocolmo, acaba de inaugurar la exposición ‘Rebelión literaria’, que recoge el trabajo que, desde 2005, el fotógrafo Kim Manresa y yo mismo hemos realizado entrevistando por medio planeta 23 escritores que han ganado el que está considerado el premio literario más importante del mundo.
Más allá de la exposición, que podrá verse en la capital de Suecia hasta finales de septiembre de 2018, lo que es interesante es que el equipo del Museo Nobel, dirigido por Olov Amelin, consideró que nuestro trabajo debía verse en las escuelas y los institutos de todo Suecia porque las entrevistas y las imágenes que hemos hecho contienen elementos que pueden ser aprovechados para aprender cuestiones importantes… Y no sólo en la clase de literatura. En la de historia, por ejemplo, se puede hablar de la descolonización de África con las experiencias de autores como Wole Soyinka o Doris Lessing, o de la esclavitud en Estados Unidos con Toni Morrison. ¿O qué mejor que tratar los valores sociales y éticos que leer algunas de las novelas del portugués José Saramago, como ‘Ensayo sobre la lucidez’, donde la mayoría de la población de un país decide un día votar en blanco?
Kim y yo, desde que nos pusimos a trabajar impulsados por el equipo que dirigía el «Magazine» de La Vanguardia (el diario donde trabajamos), hemos recorrido con estos escritores un total de 19 países, nos hemos estado con cada uno desde tres horas hasta dos semanas, y siempre viendo los escenarios reales donde pasan sus obras y las casas y barrios donde viven.
El equipo de comisarios del museo, encabezados por Karin Jonsson, ha organizado la exposición alrededor de una idea: la literatura puede servir no sólo para divertirse sino como instrumento para cambiar nuestra manera de pensar y provocar cambios positivos en la sociedad. Así, se exhiben fotos de los 23 galardonados que entrevistamos pero sobre todo se destacan 12 autores porque «sus libros son excelentes desde un punto de vista artístico pero, además, ellos y sus obras han sido básicos para oponerse a situaciones de opresión e injusticia. Son doce escritores que han utilizado la literatura para cuestionarse las cosas, crear cambios y ofrecer resistencia». ¿Cómo puede una persona solitaria, que se cierra durante meses y años a escribir una novela en su habitación, conseguir que cambie toda una sociedad, todo un país? «Este es el milagro de la literatura», responde Jonsson, para quien «los dictadores ya saben esto, porque, si nos fijamos, una de las primeras cosas que hacen es aprisionar y censurar a los escritores, porque saben que pueden hacer darse cuenta a la gente de muchas cosas. El lenguaje es una herramienta que se puede utilizar para hacer ver cosas que otros querrían ocultar». Muchos de ellos, en efecto, nos explicaban cómo habían sido amenazados, perseguidos y hasta encarcelados simplemente por lo que escribían.
En la exposición de Estocolmo, aparte de las fotos, hay unos paneles donde se pueden leer fragmentos de las entrevistas, que también pueden verse enteras en unas pantallas táctiles. Pero lo más original es que han transformado el Museo Nobel entero en un salón de lectura: junto a cada panel con las fotos y los textos hay mesitas, sofás y sillas donde los visitantes pueden detenerse a leer los libros (en inglés y sueco).
Las imágenes de Kim Manresa, en blanco y negro y de diferentes formatos, hacen pensar en los viajes de Tintín: vemos coloridos mercados africanos en pequeños pueblos de Nigeria junto al escritor Wole Soyinka (que tenía que desplazarse con guardaespaldas, por los conflictos armados en la zona), encontramos al japonés Kenzaburo Oé desplazándose en el metro de Tokio o meditando en alguno de los templos de la ciudad; visitamos con la sudafricana Nadine Gordimer las siniestros cárceles que el régimen racista del apartheid tuvo en Johannesburgo, donde estuvo encerrado su amigo Nelson Mandela, después presidente del país; casi podemos sentir el aroma del té que nos preparó en su cocina de Minsk la bielorrusa Svetlana Aleksiévitz, en la misma mesa donde entrevistó muchas víctimas del accidente nuclear de Chernobyl o supervivientes de la guerra de Afganistán, algunos de los miles de personas que sólo han podido hablar con libertad en sus libros… El salón de la enorme casa del colombiano Gabriel García Márquez en Ciudad de México o el balcón con vistas al Bósforo del turco Orhan Pamuk en Estambul son otros de los escenarios de esta aventura que, de momento, ya dura doce años.
¿Qué otros ejemplos podríamos poner? La rumana Herta Müller creció bajo la dictadura de Nicolae Ceaucescu, que oprimía a todo su país, y específicamente aquellos que, como la escritora, hablaban en alemán, identificados con los nazis. «Me puse a escribir -nos explicó- porque todas las estructuras de convivencia de mi alrededor habían fallado: la familia (mi padre era alcohólico), el pueblo (con una gente muy atrasada y brutal), el Estado… El presidente Ceaucescu estaba loco, no soportaba las hojas amarillas de los árboles en otoño, y por donde pasaba las pintaban de verde. Y también le arrancaban las amapolas, que no le gustaban, el pueblo entero salía a arrancarlas frenéticamente si él había de venir».
Un ejemplo de lucha contra los prejuicios y la adversidad es el japonés Kenzaburo Oé. Cuando, en 1963, nació su hijo discapacitado, se fue a Hiroshima, el lugar donde había caído la bomba atómica en 1945, para estudiar y empatizar con el dolor humano, entrevistando a muchos supervivientes. «Hikari sufrió una operación a vida o muerte -nos explicó, ante una taza de té, en su casa-, porque tenían que extirpar un bulto de color rojo brillante, tan grande como una segunda cabeza, adherido en la parte posterior del cráneo. El resultado fue una discapacidad irreversible». Entrevistando víctimas del horror nuclear, «encontré la clave para salir del pozo neurótico y decadente donde me encontraba: la profunda humanidad de la gente. Me impresionó su coraje, su manera de vivir y pensar. Aunque parezca extraño, fueron ellos los que me animaron a mí. Vinculé mi sufrimiento al suyo, y decidí resistir y luchar como hacían ellos. Por primera vez, asumí un sentido moral de la existencia. Desde aquel día, miro el mundo con los ojos de la gente de Hiroshima».
La poeta polaca Wislawa Szymborska, con sus juegos de palabras, las asociaciones libres de ideas, y un sentido del humor que mantenía los pies en el suelo hacía sentir a los lectores una libertad de espíritu que no podían sentir en el ámbito público de su país, también entonces una dictadura.
«El periodismo bien hecho siempre tiene una recompensa -dijo Kim Manresa en la inauguración-. Los profesionales de la prensa escrita no debemos ser perezosos ni dejarnos ahogar por los problemas que existen. Los periódicos y las revistas pueden tratar los temas con profundidad. Me emocionan las reacciones del público ante las imágenes de sus escritores favoritos, porque son personas que no conocen pero que forman parte de sus vidas porque han entrado en sus historias, han reído y llorado con ellos y se acuerdan».
Podríamos explicar muchas anécdotas. Por ejemplo, la norte-americana Toni Morrison hizo volver a Kim de Nueva York a Barcelona porque, cuando se dio cuenta que esto se vería en medio mundo, encontró que no iba bastante arreglada y le pidió que regresara en tres semanas. Y el italiano Dario Fo nos invitó a la fiesta de su cumpleaños en Roma, que duró varios días e incluyó cantos de calle de canciones partisanas. García Márquez no nos dio su dirección en México sino tan sólo una instrucción, como una película de espías: «Alójense una semana en este hotel y yo me pondré en contacto con ustedes…»
La selección de los doce autores más destacados, seis hombres y seis mujeres, muestra, además, cómo la literatura es uno de los campos donde la igualdad entre los sexos es más evidente. Nadie escribe mejor por ser hombre o mujer. Esta elección también quiere corregir el desequilibrio machista que, por razones históricas, tiene el palmarés del premio Nobel, que han ganado 100 escritores y sólo 14 escritoras, cinco de ellas en lo que llevamos de siglo XXI. Nadie duda de que nombres como los de Virginia Woolf, Sylvia Plath, Mercè Rodoreda, Alejandra Pizarnik, Marguerite Yourcenar o Ana María Matute habrían sido unas excelentes ganadoras. La británica Doris Lessing nos habló, justamente, de su idea del feminismo: «No me gusta que las mujeres repitamos lo que hemos hecho siempre: sentarnos en la cocina y quejarnos de los hombres: ‘Ha dicho eso’, ‘no ha hecho lo otro’… Esta letanía estéril que se ha repetido a lo largo de la historia y que algunas han convertido en su modelo. No estoy de acuerdo en que las mujeres seamos más pacifistas, la guerra de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina la comandó Margaret Thatcher. Miren, el mejor aliado de la libertad de las mujeres ha sido la ciencia, que inventó la píldora anticonceptiva, y máquinas como la lavadora».
¿Cuál podría ser el mensaje de la exposición? Quizás lo que dijo una de las autoras, Toni Morrison: «Todos morimos, y este es el sentido de la vida, pero, mientras tanto, creamos lenguaje, y este es el sentido de nuestras vidas». ¿Estáis de acuerdo? ¿Para qué sirven los escritores?
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