Estamos en una buena encrucijada respecto a la igualdad entre mujeres y hombres, la Igualdad entre géneros, la Igualdad de todas las personas sea cual sea su condición de nacimiento. Parece que este discurso ha calado en la opinión pública y privada y que ya no sonroja defender el feminismo, la igualdad de trato, la igualdad de oportunidades y la igualdad de condiciones y, desde luego, la igualdad de derechos y ante la ley. Gracias a la profusión (excesiva, desde luego) de noticias y datos sobre las desigualdades entre mujeres y hombres y la doble vara de medir, gran cantidad de gente, ajena hasta no hace mucho a estas cuestiones, se ha dado cuenta de que la Igualdad era un espejismo o, cuando menos, un deseo colectivo o personal de que existiera y no hubiera que seguir peleando por ella.
Gracias a los esfuerzos continuados de muchísimas feministas, y desde mucho tiempo atrás, se pueden recoger algunos frutos, se empieza a ver esta cosecha y celebramos que los medios de comunicación den cuenta de ello. Parece que les empieza a interesar lo que ocurre con la mitad de la población local y mundial y parece también que les resulta atractiva su denuncia, como si acabara de descubrirse el asunto. Y se preguntan ¿por qué ahora y no antes? El acoso sexual, la violación “normalizada”, el maltrato banalizado, la desconfianza, el abuso masculino de todo tipo contra las mujeres ha formado siempre parte de la cultura humana que, hasta la fecha es patriarcal, en todas las latitudes de este mundo. Y por eso mismo no se ve ni se percibe como algo que se puede y se debe eliminar.
Pero, de algún modo tenía que dar frutos visibles el largo camino de reivindicaciones y exigencia de justicia por parte de feministas de todos los colores y modalidades: con el activismo, con el estudio, desde las profesiones, desde las instituciones, desde aquí y desde allá. Así es como empezamos a vislumbrar el camino recorrido.
Así es que también empezamos a oir que se va a implementar la coeducación activa, los planes de control de la brecha salarial y las sanciones y castigos a tratantes y prostituyentes, abusadores de su poder y dadores de trato de favor a las que se pliegan a sus exigencias y deseos, casi siempre sexuales.
Parece que la mayoría de autoridades con poder de decisión se han enterado que la tan cacareada Igualdad no es real sino tan solo programática y declarativa y que ello perjudica a casi la mitad de la población, incluidas todas las mujeres de su entorno inmediato.
De esta situación de desigualdad no nos libramos ninguna mujer, aunque no nos afecte personalmente, porque pertenecemos al grupo de riesgo por nuestra socialización a la femenina, que incluye poner por delante cualquier necesidad o deseo ajeno.
Pero, por fin, se ve el empuje y esfuerzo de las feministas y parece que dejamos de ser demonias. No somos demonias pero sí muy insistentes y exigentes con la justicia y la equidad y no vamos a parar ni a dejar de estar vigilantes, para que no nos trastoquen el discurso y nos cambien la cabra con alevosía, engaño y opacidad. Y, además, vamos a favor de vientos y mareas, porque tenemos un corpus legislativo que nos ampara, nos guía y compromete a toda la población, tenga el poder que tenga, pero si tiene mucho, más aún.
En educación ya es hora de que se mojen las autoridades competentes con la fórmula de las tres P: Prioridad, Presupuesto y Personal preparado. Hay que realizar estudios sobre el estado de la cuestión, someter a revisión el currículo académico de todos los niveles, reformar el lenguaje que nos da el pensamiento y la visión del mundo patriarcales y emprender una acción masiva de formación inicial y permanente del profesorado, porque sin estas cuestiones, al menos, todo el discurso de la Igualdad en educación se queda en eso, en discurso y en aspiración frustrada e interrumpida.
Y también, porque se sabe que gran parte de la violencia de género y contra las mujeres se alimenta en la edad escolar, con la misoginia y el androcentrismo que todo lo impregnan en el currículo formal, en el oculto y en el omitido.
Ojalá que el día después, es decir, los años que sucedan a este esplendoroso 8 de marzo del 2018, vayan poniendo firmes cimientos donde no se pueda plantar la desigualdad ni crezca la violencia contra las niñas, las jóvenes y las adultas.