Josep Carles Rius, presidente de la Fundación Periodismo Plural (editora de El Diario de la Educación, entre otros diarios digitales), ha publicado este artículo en el Diari de Tarragona. El reproducimos con la voluntad de que sirva como reconocimiento de la Fundación a la difícil tarea que han hecho todos los docentes durante estos meses de confinamiento.
El impacto de la pandemia sobre el sistema educativo fue tanto repentino como profundo. De repente, los centros educativos cerrados, más de ocho millones de niños y niñas, adolescentes y jóvenes estudiantes, en casa. Visto con perspectiva, en la mayoría de los casos los docentes han tenido una capacidad de reacción ejemplar para mantener la educación a distancia y para conservar el vínculo emocional con sus alumnos.
La pandemia y sus efectos demoledores han puesto aún más el foco en la importancia de la escuela, como espacio de aprendizaje e instrumento de justicia social. Cuando los niños, los adolescentes y los jóvenes vuelvan a las aulas, vendrán con mochilas muy diferentes. Desde los que llegarán con el enriquecimiento que representa haber fortalecido el vínculo con sus padres, hasta los que volverán cargados de miedos, incertidumbres, tensiones … Porque después de la emergencia sanitaria viene una crisis de desigualdad, que la escuela, un vez más, tendrá que gestionar.
El reto de acompañar a los alumnos, a sus familias, y al mismo tiempo intentar mantener la cadena de aprendizajes nos ha hecho redescubrir el extraordinario valor que tiene la escuela a la hora de garantizar la equidad y la justicia social. De compensar las crecientes desigualdades. Sin la escuela, la familia se convierte en el único refugio de los niños y niñas. Pero los docentes saben que para algunos de sus alumnos esto no es así. Porque es la familia la que necesita refugio. Por razones económicas, de vivienda, de vínculos sentimentales, de desconexión con el entorno …
Para estos alumnos el espacio de protección es la escuela y durante tres meses lo perdieron. Quedaron dejados a su suerte. En la suerte de haber nacido en un entorno social o en otro. Sin el factor compensatorio de la escuela. Las maestras y los maestros lo saben. Conocen el desamparo al que se ha visto abocada la infancia vulnerable. Si la escuela es equidad, el confinamiento es segregación. Y si este es un problema endémico de nuestra sociedad, ahora se ha hecho patente de forma descarnada.
Dos profesoras de Pedagogía, Aina Tarabini y Judith Jacoukis, realizaron una encuesta a los docentes sobre cómo afrontaban el confinamiento. De las 2.777 respuestas que recibieron, se deduce que la máxima preocupación (81,5%) era «el bienestar emocional y personal del alumnado», y, en segundo lugar (77,6%) «el acompañamiento a las familias». El profesorado era plenamente consciente. Sabían el impacto que el confinamiento tendría a la hora de agravar el mal endémico de la segregación.
Pero la pregunta es si el conjunto de la sociedad compartía esta preocupación y si las administraciones hicieron todo lo que podían para mitigar el problema. Es una de las muchas preguntas que quedarán en el aire después de la pandemia. Sabemos que no hicimos proteger a las personas mayores, las principales víctimas de la Covid19. Hemos visto que los sanitarios se dejaron la piel para combatir la pandemia. Reconocemos la labor de los trabajadores esenciales. Pero ¿hemos hecho todo lo que hemos podido para mitigar el extraordinario impacto que ha tenido la pandemia en los niños, en los adolescentes, en los jóvenes?
Creo que podemos decir que la inmensa mayoría de docentes ha hecho todo lo posible para contrarrestar la pérdida de la escuela, el espacio imprescindible para la transmisión de conocimientos, de vivencias, de encuentro con los compañeros, de apoyo. Los docentes han luchado para mantener estos valores en la distancia. Con el mérito añadido de hacerlo compatible con el cuidado de su propia familia, de sus hijos.
Por todo ello los docentes merecen nuestro elogio. Nuestro reconocimiento. Y nuestro apoyo para afrontar el segundo gran reto: recuperar el espacio de equidad que se perdió cuando cerraron los centros educativos. Porque, como concluye el estudio de las profesoras Tarabini y Jacoukis, «acompañar, aprender y enseñar son tres elementos profundamente imbricados». Y no pueden hacerlo sólo los docentes. La lucha por la equidad, para combatir la segregación, por la escuela auténticamente inclusiva, será de todos o no será. Este es el gran reto colectivo que tenemos en septiembre.