No sé en Europa, pero en América Latina el concepto “cambio educativo” tiene mucha presencia en estos tiempos pandémicos o pospandémicos. Se habla mucho de lograr y construir un cambio educativo para los sistemas escolares. El énfasis se pone en el paso de una educación presencial a modalidades virtuales o a distancia. La educación on line aparece como el gran referente de cambio educativo. La instalación de plataformas, el acceso a ellas, la capacidad docente para usarlas, para aprovecharlas, así como los cambios en la manera de planificar y evaluar (siempre acentuando la distancia y la virtualidad), dominan el escenario discursivo de la pedagogía en este 2020 de tragedia global.
Y, sin embargo, el cambio educativo está en otra parte. Por lo menos, desde mi manera pedagógica personal de ver las cosas.
Cambiaremos de herramientas, de maneras de construir la relación con nuestros estudiantes, utilizando plataformas y pantallas. Sin embargo, vale preguntarnos ¿fuimos capaces de generar un cambio en nuestras formas de relacionarnos con los estudiantes? ¿Fuimos más respetuosos, fuimos verdaderamente horizontales? ¿Establecimos interacciones caracterizadas por el respeto, la dignidad y la alegría de sentirnos vinculados?
Si estos elementos no tuvieron lugar, o no han tenido lugar en el presente, ¿será que las herramientas, las plataformas, la virtualidad o la educación a distancia, los van a hacer posibles? Está claro que aquellos docentes que construían su oficio desde el ejercicio del miedo, el autoritarismo y la falta de amor a sus estudiantes y la educación, hacen menos daño en la distancia. Sin embargo, la ausencia de profunda cercanía y vocación sensible hacia la tarea de educar, tarde o temprano, también va a aparecer en una vida escolar dominada por las pantallas.
Y si el regreso a la vida escolar presencial tiene lugar sin profundas reflexiones y sin compromisos por la vida plena, entonces la adquisición de aprendizajes o capacidades docentes on line no va a reflejar transformaciones poderosas en la vida educativa.
El cambio educativo no está en cambiar de herramientas y seguir con las mismas actitudes. El cambio está en la modificación de actitudes combinada al uso de nuevas herramientas.
Si abandonamos el irrespeto, la falta de amor, la soberbia de sentirnos y creernos tan sabios que los estudiantes son tan ignorantes, entonces las herramientas nuevas que lleguemos a tener van a ser poderosas, porque se van a complementar con lo que somos. Porque está claro que aquellos docentes cargados de amor y compromiso en su tarea educadora supieron cómo llevar eso a las pantallas y las plataformas en estos tiempos difíciles. La ternura, la dedicación, el interés por la realidad humana y familiar (más que por los contenidos académicos, sin descuidar estos), fueron evidenciados en los momentos más difíciles. Y seguirán presentes en tiempo pospandémico.
En casi todos los países latinoamericanos existieron ejemplos de profesores y profesoras que nunca abandonaron a sus estudiantes, en las peores condiciones materiales posibles, con la amenaza del coronavirus muy presente y real. Nunca dejaron de amar, de hacer sentir el cariño y el calor solidario hacia sus estudiantes, sobre todo aquellos de áreas rurales y con instalaciones o condiciones de infraestructura casi de abandono. Sin internet, sin computadoras o teléfonos móviles poderosos, pero con una gana y una actitud que superaron esas condiciones. Presenciar el llanto de maestras angustiadas por las condiciones de empobrecimiento de las familias de sus estudiantes, ¡fue y es inspirador!
Así que el cambio educativo no está en pasar del predominio de la presencialidad al predominio de la virtualidad. Ni tampoco en pasar a modelos híbridos (presencialidad + virtualidad). Está en migrar del abandono, el irrespeto y el miedo, a la presencia, a la dignificación y la sensación de libertad, de pensamiento crítico, de amor real. De compromiso por la vida, que es, al fin de cuentas, el principio de todo esfuerzo educador en cualquier parte del mundo. Y en cualquier época.