Para entender las causas que llevan a ese alumnado a permanecer en un silencio muchas veces forzado, se necesita una amplificación de los discursos que mueven el día a día a las escuelas, día a día marcado, muchas veces, por la reproducción de modelos relacionales que perpetúan muchas desigualdades, modelos jerárquicos de poder y, por lo tanto, la existencia de una parte que siempre calla.
El proceso evolutivo de estos estudiantes silenciosos simboliza muchas veces la construcción de ese relato del silencio y su justificación. De hecho, muchos de estos chicos y chicas que se aíslan o son aislados en las escuelas fueron niños y niñas joviales, activos, alegres en sus primeros años de vida, hasta que todo fue cambiando. Y no se sabe cuándo; no se sabe cómo.
Dar voz a este alumnado que calla y sufre puede hacernos vislumbrar la idea de ese sentimiento de lejanía que habita en él con respecto a la escuela
Con muchos de ellos, además, se adoptaron desde época temprana algunas de las llamadas medidas de atención a la diversidad. Unas medidas muchas veces impostadas, que tienen carácter paliativo y pretenden la compensación del déficit que representa una mal entendida diversidad, además de mejorar las cifras de abandono para colocar a una región en estándares deseables con el fin de compararnos con otros lugares. Si un estudiante es etiquetado a partir de ese déficit desde muy temprano, difícilmente va a lograr expresar cualquier tipo de habilidad que presente según sus gustos, destrezas e inquietudes. Y difícilmente va, también, a superar las circunstancias familiares o personales que pudiera estar viviendo y que también lo están condicionando.
Y así empieza el camino del silencio: absentismo elevado, repeticiones en primaria o en la ESO, traslados de centros, dificultades de aprendizaje, desmotivación, disrupción elevada, expulsiones cautelares, víctimas de posible acoso escolar, diagnósticos psicoeducativos desde la infancia, etc.
Dar voz a este alumnado que calla y sufre puede hacernos vislumbrar la idea de ese sentimiento de lejanía que habita en él con respecto a la escuela, un alejamiento emocional que nace de la incomprensión y a veces de la intolerancia; un sentimiento progresivo con importantes implicaciones psicológicas y que suelen desembocar en el definitivo distanciamiento físico y social a través de señales como el deseo de abandono físico o la sensación de abandono interior.
Labor de escucha
Por ello, escuchar a muchos de estos estudiantes es también labor de la escuela o de los agentes que paralelamente trabajan con ella. A través de sus relatos, se podrán explorar las percepciones y concepciones de este alumnado, que muchas veces ponen de manifiesto que perciben frecuentemente sus escuelas como lugares ajenos, mientras seguimos exprimiendo el erario público para aplicar políticas compensatorias de dudosa eficacia que, además, dejan de lado la opinión de muchos docentes, de las familias y, claro está, del propio alumnado.
Una vez tuve la oportunidad de charlar con una de esas personas silenciadas. Unos años después de salir de la escuela, esta persona me contaba anécdotas como esta: “Cuando me portaba mal, la tutora para controlarme me sentaba cerca de su mesa junto a otro niño que tenía síndrome de Down”. “Me quería quedar en la cama; no era por nada chungo, sino que me aburría en el cole”.8 “Yo era de los que siempre parecían estar ahí, pero no, iba a lo mío.”
De esa manera se construye el relato de las personas invisibles para el sistema, tal y como este está entendido, como un itinerario diseñado para aquel alumnado que emprende el camino hacia la estandarización, hacia el presunto equilibrio que se basa en la homogeneización. El silencio de estos chicos y chicas no se anota en cifras que puedan medirse a través de estudios cuantitativos sobre fracaso o abandono escolar, ni se plasma en anuarios estadísticos; es una forma de abandono dentro del sistema, un tipo de derrota aparentemente ajena a la voluntad de todos, que no tiene que ver tanto con dejar de lado al estudiante y no atenderlo, sino con no permitirle explorar sus posibilidades individuales desde la niñez.
Violencia simbólica
El silencio de muchos estudiantes, ante la rabia e impotencia de muchos de sus docentes y, sobre todo, de sus familias, representa, así, una forma de violencia simbólica en la cual se lucha por que el alumno o la alumna etiquetada antes de que arranque la escolarización obligatoria se adapte, junto al resto de estudiantes, a un modelo que está diseñado no para la diversidad, sino para una generalidad que se siente muchas veces inmersa en una carrera de fondo.
Ese silencio esconde muchas veces la incapacitación para el desarrollo de determinadas identidades individuales. Por ello, una escuela basada en esa necesaria escucha supone la superación de ese encorsetamiento que termina asfixiando y llega incluso a anular a muchas personas que forman parte de la comunidad escolar, sean profesionales de la educación o no.
La necesidad de revisar el sistema educativo y del papel de la escuela debe alimentar una nueva idea de mejora no cuantitativa que pasa, en definitiva, por recoger de forma urgente los testimonios de estas personas silenciadas, chicos y chicas cuya identidad construida pueda llegar a tal punto de manipulación estructural que, a pesar de todo, sienten que son ellas y ellos los únicos culpables de su silencio cuando, en el fondo, lo que se esconde es la historia de un silencio colectivo.