Los vecinos del barrio acabamos de recibir una invitación del Ayuntamiento para participar en los presupuestos participativos, valga la redundancia. El asunto consiste en responder a una encuesta telemática en la que cada uno de nosotros hemos de optar por tener más papeleras en el parque, asfaltar algún bache de la calzada y algo relacionado con tener más banquitos para descansar. ¡Ah! también hay una opción para que tú digas alguna otra propuesta alternativa. Pero se comprenderá que con las opciones anteriores poco ánimo queda para imaginar otra posibilidad que no tenga que ver con las chapuzas urbanísticas. A mí, sin embargo, se me ha ocurrido decirle al alcalde, en el pequeñito espacio que me deja la encuesta, que la participación es una cosa muy seria, que muchos vecinos y vecinas antes que nosotros se dejaron la piel por activar en los barrios espacios de encuentro y discusión sobre la mejora de la calidad de vida y las reivindicaciones sociales que implica. También le he sugerido que una buena idea sería dedicar esos presupuestos a contratar educadoras y educadores sociales que nos ayuden a los vecinos y vecinas a aprender y desarrollar actitudes, procedimientos y normas que profundicen en el sentido más noble y práctico de la democracia.
Pero bueno, estas son las cosas del barrio. Las traigo aquí ahora porque me temo que en las cosas de la escuela puede pasar un poquito de lo mismo. Me encontré a un amigo maestro que al preguntarle por la escuela en la que trabaja me dijo que estaba muy contento porque “casi no se hacen reuniones (sic)”. En la conversación, además de las inmediatas relacionadas con la pandemia, aparecían cuestiones como las dificultades para la coordinación, que cada uno entiende las cosas de una manera, que las familias no se implican, que el alumnado pasa de todo y que cada vez llega más burocracia a la escuela, pero el concepto democracia, socialmente vaciado, desaparecía de la conversación. Aunque cada una de las cuestiones de la vida cotidiana de la escuela está impregnada de un modo de entender y practicar la democracia, el concepto desaparece de la conversación porque como tal no constituye un problema práctico y problemas ya tenemos demasiados como para ocuparnos de otros nuevos. Vencido y desarmado el concepto, se acabaron los episodios críticos. Del mismo modo que al alcalde no se le ha ocurrido pensar porqué no hay verdadera participación ni democracia en el barrio y lanza unos desmovilizadores presupuestos participativos, tampoco parece que la escuela –una sociedad a escala reducida– necesite vincular los problemas concretos, cotidianos, a una forma más amplia de entender el sentido y el valor de la democracia. Y esto es un problema.
Porque la selección de saberes con los que se estructura el currículum, el modo en que organizamos la complejidad de tareas en el aula, el reconocimiento o no de identidades, culturas y lenguas, los cuidados, las normas, derechos y deberes, los espacios compartidos y los espacios de privilegio, el abordaje de los conflictos, la profundidad o la ligereza que atribuimos al concepto de lo público, los formatos y el sentido de la evaluación, entre muchas otras situaciones del cotidiano escolar, remiten a una concepción de la democracia y desde esa concepción, a una u otra forma de actuar.
Un profesor de Física y Química en un instituto de la Alemania de los años 30 estaba profundamente enamorado de la ciencia y de lo que esta le descubría de la naturaleza y de las personas. Disfrutaba con sus alumnos en el laboratorio. Pero cuando salía a la calle temblaba con preocupación al darse cuenta de cómo los jóvenes y la gente en general adoptaban actitudes cada vez más violentas. En la prensa se podían encontrar ejemplos de cómo cada día se valoraba menos la dignidad humana y los derechos individuales y colectivos de las personas, al mismo ritmo con que los oportunistas iban subiendo escalones sociales. Entonces, pensando en sus clases y en la elección de los temas que se trabajaría en el programa cada trimestre se encontraba con el inevitable dilema de priorizar. Unos días pensaba que lo más importante era…
Este es un fragmento de un escenario publicado en unos materiales para la formación docente elaborados por un movimiento de renovación pedagógica y que con el título Vivir la democracia en la escuela publicó, hace ya unos años, la editorial Graó. En este caso lo que se pretendía con ese escenario era provocar en el profesorado la discusión sobre los criterios con los que se seleccionan los contenidos curriculares y la reflexión sobre la relación entre ciencia, ética y política. Durante demasiado tiempo hemos pensado que ciencia y democracia son cosas distintas que no deben mezclarse, pero también hace tiempo que venimos observando que las decisiones sobre lo que se enseña y sobre lo que no se enseña en la escuela y quién toma esas decisiones, van acompañadas de valores e ideologías no discutidas que suelen beneficiar a unos grupos sociales en detrimento de otros. El capital cultural declarado como conocimiento oficial es un conocimiento filtrado a través de una compleja red de relaciones de poder.
Pues la cuestión, finalmente, es a quién le corresponde impulsar, reconocer, fomentar, cultivar, en el tejido de las relaciones sociales en la escuela, la conciencia del valor de la democracia real poniendo en el centro de las decisiones y tareas concretas y cotidianas el sentido más profundo y verdadero de la democracia radical. Y ya que estamos, no está de más recordar, ahora que se está difundiendo un cuestionario para verter opiniones sobre la reforma curricular del Ministerio, aquello que decía Jesús Ibáñez: hay una forma de investigación social, una forma de hacer preguntas, irreversiblemente articulada con la ideología dominante, y eso convierte la pregunta en poder; la respuesta en objeto de ese poder, y a quien pregunta en simple “operador distributivo” o “algoritmo“. Otra cosa sería plantear un esquema reflexivo en el que el saber producido pueda permitir a los participantes -sujetos sujetados/sujetos-en-proceso – una acción crítica sobre el campo socio-institucional. En efecto, eso sería otra cosa.