Mucho se debate acerca de si Twitter sigue siendo una herramienta útil para los docentes o se ha convertido en una “barra de bar virtual” cuyos comentarios y discusiones dejan más sinsabores que alegrías.
Honestamente, no me siento capacitado para zanjar esta polémica. Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que Twitter sigue resultándome “estimulante” –lo cual no debe confundirse con agradable–.
Estimulante en el sentido de que siempre aparece una nueva discusión, una nueva opinión, … y esto mantiene mi cabeza, me gusta pensar que conectada con el pensamiento docente –al menos con el pensamiento docente que tiene representación en Twitter– y activa, trayendo a primer plano cuestiones educativas sobre las que reflexionar casi a diario.
Prueba de ello es que trato aquí, por segunda vez, un tema surgido en mi día a día de esta red social porque me sorprende que, a día de hoy, siga manteniendo –casi diría que aumentando– el número de adeptos. El tema en cuestión no es otro que el de la dichosa vocación.
Existe una postura muy extendida que sostiene que la vocación es –o debería ser, no me queda muy claro– un aspecto crucial –casi definitorio– para llegar a ser docente y para nuestro desempeño como tal.
En esta forma de entender la profesión docente, afirmar que no tienes vocación es motivo suficiente para tacharte de mal profesional sin que exista siquiera necesidad de examinar tu práctica educativa: la vocación se torna, para sus defensores, un elemento central.
Pero ¿qué es la vocación? En las discusiones con sus defensores no he detectado una unanimidad en su significado, la idea consensuada que más me ha parecido detectar es que la vocación viene a ser: “Que te guste tu profesión”.
Lo cual esboza el primer problema: este no es el significado que la RAE atribuye a vocación y es, justo por esto, que me llama especialmente la atención la postura férrea de defensa del término, así como el número amplio de defensores que existe. Ya que ni siquiera parece haberse construido un significado común compartido.
Lo cual me lleva a pensar que tiene más que ver con una idea sugerida, colocada por algo o alguien en sus discursos, que fruto de un pensamiento colectivo cuyo primer paso hubiera sido la construcción de un significado con bastantes elementos comunes.
Lo que sí parece estar consensuado es la posición donde se sustenta toda la argumentación en torno a la vocación. Una posición falaz en su punto de partida: el vínculo entre vocación y profesionalidad como causa y consecuencia.
Para los defensores de la vocación es literalmente imposible pensar que pueda cumplirse con el trabajo si no existe vocación. Esta es la falacia que anunciábamos en el párrafo anterior, la idea que subyace es:
“Si no tienes vocación eres un vago y, los vagos, terminan por faltar a su trabajo”
Y es aquí donde empieza a vérsele el plumero a la vocación. Mi opinión es que el cada vez más extendido discurso de la vocación tiene que ver con toda esta corriente de las sociedades modernas y la autoexplotación que tan claramente denuncia Byung-Chul Han.
La vocación y otro buen montón de términos que son ya lugares comunes en nuestros discursos, no tienen otra misión que la de llevarnos a una especie de esclavismo moderno en el que pasamos la mitad del tiempo sobrepasados por la cantidad de trabajo que sacamos adelante y la otra mitad torturándonos por el trabajo que nos queda aún por sacar adelante.
Muy claro se expresa Han (2020, p. 27) en este sentido cuando dice:
“A partir de cierto punto de productividad, la técnica disciplinaria, es decir, el esquema negativo de la prohibición alcanza de pronto su límite. Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer […] La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder”.
O mucho más contundente aún (Han, 2020):
“La autoexplotación es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de una sensación de libertad” (p. 31)
El segundo aspecto que me choca es que siempre que se menta la vocación suele añadirse algún matiz que resalta que esta es especialmente necesaria en educación.
Tanto es así, que cuando hablamos en clase de este asunto con los estudiantes de Magisterio o Pedagogía siempre les hago la misma pregunta: ¿Acaso no se necesita vocación para ser barrendero? ¿Podólogo? ¿Por qué es especialmente importante en educación?
Yo tengo una sospecha; que la defensa de la vocación como elemento crucial en la profesión docente solo viene a sumarse a la cada vez más creciente aparición de “términos etéreos” en educación. Términos poco definibles, poco concretables y, desde luego, con muy poco que aportar a la educación. Porque… ¿qué aporta la vocación? Tratemos de verlo despacio.
¿Ayuda a la selección inicial? ¿Acaso podríamos seleccionar al alumnado que entra a las carreras de educación por la vocación que tengan? ¿No la fingirían? ¿Cómo se mide eso? ¿Facilita la vocación tener las actitudes y aptitudes apropiadas para la docencia? ¿Cuáles son estas? La comunidad científica no ha alcanzado acuerdo sobre qué actitudes debe tener un buen docente y existe un sector del profesorado empeñado en que ni siquiera hace falta saber pedagogía y didáctica para dar clase –¡qué cruz esta!– con lo cual parece que tampoco hay acuerdo sobre los conocimientos necesarios, parece complicado sostener que la vocación ayuda a conseguirlos, ¿no?
Pero, incluso en esto, hay obstáculos. El que yo llamo el problema temporal: ¿no es acaso en la formación inicial cuando, fruto de conocer el campo profesional con cierta profundidad, puede gustarte o no gustarte? ¿Es, por tanto, ahí donde aparece la vocación? ¿No es desde nuestra más tierna infancia? Porque claro, cuando somos niños tenemos una idea de las profesiones que no se corresponde con la realidad y esa discrepancia puede ser decisiva para que te guste o no.
La vocación no garantiza que seamos buenos profesionales igual que no tenerla no nos transforma en unos vagos
Además, ese mismo profesorado que defiende la vocación, dice también que se aprende a ser docente en la práctica (cuando te incorporas al centro educativo) con lo cual… me he liado…
¿Dónde, cuándo, aparece la vocación? ¿Cuando llevas, pongamos, un par de años en tu centro de trabajo?
Pero claro si te incorporas a un centro cuya forma de trabajar es en una línea muy concreta, eso también puede ser determinante para que te guste o no tu profesión.
Quizás, el problema último de la vocación entendida como “que te guste la educación” es que hay tantas visiones de lo que significa educar como docentes en las aulas y, claro, esto complica bastante el rol fundamental de la vocación.
“Manolo no me líes, si tienes vocación eso hace que hagas mejor tu trabajo”.
Lamento decir que la vocación no garantiza que seamos buenos profesionales igual que no tenerla no nos transforma en unos vagos. De hecho, podría darse el caso opuesto: alguien que tenga muchísima vocación, pero escasos conocimientos educativos, hiciera muchísimas cosas en su aula con muchísima voluntad… pero en un sentido anti educativo.
Lo único que garantiza que hagamos bien nuestro trabajo es que tengamos muchísimos conocimientos sobre el campo de estudio de nuestra profesión –cuantos más mejor– y que seamos lo suficientemente profesionales para desempeñarla de forma acorde a nuestras obligaciones legales. Si, además, somos capaces de hacerlo con una sonrisa y buen humor… ya sería la hostia. Pero lo imprescindible, es la primera parte de la sentencia, no la segunda.
Y esto, esto, amigos y amigas, hay que exigirlo y hay que pagarlo. Y como os imaginaréis de eso va todo este asunto de la vocación.
Los docentes nos hemos dejado convencer y, poco a poco, nos han ido metiendo cada vez más “términos etéreos” sobre los que ocupar nuestro discurso, nuestro tiempo y nuestras preocupaciones: vocación, pasión, compromiso, … por dos motivos:
En primer lugar, porque son conceptos muy vinculados a “poner de nuestra parte”, a susurrarnos al oído que “nosotros podemos cambiar las cosas si nos esforzamos lo suficiente”.
En palabras de Han (2020, p.30):
“El lamento del individuo depresivo, «Nada es posible», solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que «Nada es imposible». No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión”.
En segundo lugar, porque mientras hablamos de ellos no hablamos de lo verdaderamente importante, de lo que sí es definitorio para ejercer bien la profesión:
¿Cómo es la formación inicial del profesorado? ¿Cómo son las prácticas? ¿Cuáles son las condiciones en las que ejercemos nuestro trabajo? ¿Cómo es el acceso a la profesión docente? ¿Y la formación permanente? ¿Qué aspectos de nuestro día a día entorpecen realmente que desempeñemos mejor nuestro trabajo?
Abordar todas estas preguntas y hacerlo con rigor –de esto sí que hace falta toneladas en educación y no de vocación–, profundizando en las cuestiones importantes –hay vida más allá de exigir la bajada de ratio–. Es lo que, por desgracia escasea en los discursos educativos.
Mientras tanto, se nos acumulan las respuestas a estas preguntas, pero seguimos discutiendo sobre la vocación, como si esta fuera a imbuirnos, por arte de magia, del conocimiento y las condiciones y recursos necesarios para desempeñar nuestra profesión lo mejor posible.
Contribuyendo con esta falta de rigor en nuestros discursos y atrapados en las discusiones sobre estos “términos etéreos” a la desprofesionalización del trabajo docente de la que ya nos hablaron Contreras (1990) y Martínez Bonafé (1999) hace muchos años. Porque, asumámoslo: si la clave para ser buen docente es tener mucha vocación, estamos admitiendo que “cualquiera puede ser docente”, que no existe un campo de conocimiento propio, necesario, imprescindible para ser docente y, por lo tanto, no existe una profesionalización de la docencia.
Sumémosle además el flaco favor que a todo esto hacen las posturas polarizadas en educación y que, como en todo, también tienen que ver en esto de la vocación. Estar a favor o en contra, tal y como me señalaba el otro día un compañero en Twitter, te identifica en el bando de los antipedagogos o los innovadores, como si de ser del Madrid o del Barça en un partido de fútbol se tratara.
Sin embargo, es entre ambas posturas donde pueden aparecer el sentido común y las buenas prácticas de las que tan necesitados estamos en educación…
Por último, para aquellos que sigan sin estar convencidos del peligro de la vocación, una tarea para casa:
¿Os imagináis que llegar a ser docente, o continuar siéndolo, dependiera del juicio que alguien hiciera sobre vuestra vocación, compromiso, pasión, amor, entrega, responsabilidad, actitud,… o cualquier otro término etéreo de estos que tan importantes parecen y que tanto mentamos en los discursos?
Pues eso… susto.
Referencias
Contreras Domingo, J. (1990). Enseñanza, currículum y profesorado. Akal.
Han, Byung-Chul (2020). La sociedad del cansancio. Herder.
Martínez Bonafé, J. (1999). Trabajar en la escuela. Profesorado y reformas en el umbral del siglo XXI. Miño y Dávila editores.