Cheikhou Oumar Baldé ha sido el maestro de ceremonias en sendos actos que este año han organizado las escuelas de nuevas oportunidades. En abril presentó el 5º encuentro de la red española de escuelas de segunda oportunidad, que tuvo lugar en L’Hospitalet, y hace unas semanas repitió en un acto en Caixaforum, en el que se presentó un estudio sobre el modelo educativo de este tipo de centros. En ambos casos, brilló por su simpatía y soltura, y por su catalán más que correcto –sobre todo cuando sabes que lo ha aprendido de oídas–. Está claro que a Cheikhou el escenario le encanta, es actor y cantante aficionado, pero la mayor parte de su tiempo lo pasa en la sala del restaurante El Repartidor, de L’Hospitalet, donde gestiona reservas, atiende a los clientes y organiza el servicio. Y donde tiene lugar esta entrevista.
“Tenía 17 años cuando en 2015 llegué a Granollers, a casa de mi tío. Me enviaron mis padres porque soy asmático y en Dakar el médico nos dijo que si seguía teniendo crisis de asma un día podía ser que no lo superara”, comenta Cheikhou. Él es el mayor de cuatro hermanos, uno de los cuales murió de pequeño en su pueblo natal, Fouladou, cerca de Kolda, al sur de Senegal. Él y su familia pertenecen al pueblo fulah (o peul), y eso es lo que hablan en casa porque su abuelo no quiso que su hijo aprendiera francés, la lengua del invasor. Cuando Cheikou tenía 9 años la familia se trasladó a las afueras de Dakar, y su padre, que hasta entonces se había ganado la vida como cocinero, pasó a hacerlo como maestro de Corán. Pero no salieron de la miseria. “De pequeño miraba a mi madre y me decía que un día yo le cambiaría la vida”, explica Cheikhou.
“Probé la manta, pero me daba miedo que me cogieran”
Volvieron, o se intensificaron, los ataques de asma y su madre vendió un terreno familiar para comprar el pasaje de avión que le llevó a Europa. Porque Cheikou no llegó en patera ni totalmente solo. En Granollers le esperaba su tío, el hermano de su madre. El problema es que cuando sólo hacía seis meses de su llegada el tío y su familia tuvieron que regresar a Senegal. Y Cheikou tuvo que dejar la casa y se marchó a Barcelona, a buscarse la vida, y durante bastantes semanas durmió en la calle o, con suerte, en la casa de algún amigo.
“Todo esto mi familia no lo sabía, yo les mentía y les decía que me iba bien, pero no era cierto –recuerda–. Los senegaleses preferimos hacer top manta o recoger chatarra que pedir por la calle o robar. Yo lo probé, pero me daba miedo que me cogieran y me expulsaran, y tenía muy claro que quería estudiar y aprender una profesión. Hay mucha gente en esa situación o peor. Veía a compañeros que llevaban 10 o 20 años viviendo aquí y todavía no hablaban ni catalán ni castellano ni tenían papeles”.
Fue a Cáritas, y se encontró con la paradójica situación de que no podían atenderle porque aún era menor, y le aconsejaron que acudiera a los Mossos para acceder a un centro de menores. Pero cuando lo hizo la policía no creyó que fuera menor de edad a pesar de que lo dijera su pasaporte, y puso en marcha un proceso de expulsión que por poco no le envía de vuelta a la tierra de los baobabs. En Cáritas también le hablaron de la Fundación Obinso, donde la suerte le empezó a cambiar porque primero le proporcionaron un alojamiento compartido en L’Hospitalet, y más tarde, viendo que era un joven responsable con ganas de estudiar, le dirigieron a la escuela de segunda oportunidad El Llindar.
Desde su entrada en Cataluña (septiembre de 2015) a la llegada a El Llindar (septiembre de 2016), había pasado un año, entonces todavía no hablaba bien ni catalán ni castellano, y pensaba que no le iban a coger, ya que había más de 100 aspirantes y sólo 30 y pocas plazas. Pero entró. De aquel primer año recuerda el miedo constante y el pensar muchas veces que era absurdo arriesgar la vida para venir aquí.
«No tener papeles es una esclavitud legal»
Cheikhou es el paradigma del porqué en estas escuelas cada vez más se impone el calificativo de «nueva» al de «segunda» oportunidad, ya que hay personas que nunca tuvieron una primera. En el Umbral hizo primero un PFI de auxiliar de hostelería que, como la mayor parte de estos programas, era sólo de un año y, más o menos, coincidiendo con ello llegó su no expulsión, ya que con nueva documentación enviada por su familia pudo acreditar ante el juez que el pasaporte no mentía. Después pasó a lo que se llama fase o nivel 2, un itinerario que concluye con un certificado de profesionalidad oficial, pero por el que es necesario realizar prácticas en una empresa. Y el problema de Cheikhou era que no podía hacerlas porque no tenía papeles, y se topó con el esperpéntico bucle de las políticas de extranjería: “Sin permiso de residencia no puedes trabajar, me decían, y yo preguntaba ¿cómo puedo conseguir papeles? ¡Trabajando!”.
“No tener papeles es una esclavitud legal, no puedes viajar ni estudiar ni trabajar, no puedes hacer nada ni ir a ninguna parte”, asegura Cheikhou. En El Llindar le ayudaron a tramitar el permiso de residencia mientras hacía las prácticas con ellos e iniciaba, al curso siguiente, la fase 3 de su formación. Por último, hace un año obtuvo el permiso. “En mi casa hicieron una fiesta cuando les dije que tenía papeles, no te puedes ni imaginar lo que significa. Es como estar en prisión y que te digan que ya eres libre”, comenta.
Cheikhou en una escena de ‘LLull a la Ciutat Nova’ | © May Circus / TNCLas clases de El Llindar las ha estado compaginando con otros estudios donde ha podido verter toda su vertiente creativa, y a los que llegó gracias a los buenos consejos de Cáritas y Obinso. En la Escuela de Actores de Barcelona estuvo asistiendo durante más de tres años completamente becado, y en el centro Xamfrà del Raval todavía va a cantar una vez por semana. Lo que más recuerda de su paso por la escuela de actores fue la obra Llull en la Ciutat Nova, que se representó en octubre de 2016 en la sala Tallers del TNC. Cheikhou tenía un papel… obviamente cuando todavía no tenía papeles.
«En Europa la familia no está suficientemente valorada»
Y no sólo eso, porque después de estos papeles vinieron otros tanto o más importantes. El buen trabajo realizado durante las prácticas en el restaurante Tragaluz motivó que los responsables de El Llindar le ofrecieran un contrato laboral para trabajar en la escuela-restaurante El Repartidor, abierta hace unos años en el edificio histórico de Correos de L’Hospitalet y en el cual se forman unos setenta jóvenes. Por las mañanas, Cheikhou tutoriza a los alumnos que sirven las mesas, y es el responsable de la sala los jueves y viernes por la noche, donde todavía algún proveedor o cliente no se cree que sea el encargado. “Claro que hay racismo –opina Cheikhou–, las personas te miran y creen que ya saben quién eres, ves mujeres que se ponen la bolsa delante cuando te acercas, o el vigilante de seguridad del metro te pide el billete, lo que no es su trabajo y no hace con ningún blanco”, dice.
También encuentra muchas diferencias culturales, por ejemplo, con sus compañeros de El Llindar: “Yo nunca me atrevería a decirle a un profesor que dice una mentira, y menos llamarle mentiroso, yo sé que debo tener paciencia siempre, y que si contesto mal a las personas no me contratarán”. O con la relación entre padres e hijos: «Tengo la sensación de que en Europa la familia no está suficientemente valorada, lo pienso sobre todo cuando veo la falta de respeto con la que algunos jóvenes contestan a sus padres, en África esto es impensable» , añade.
En todo este tiempo, no ha vuelto a su país y ahora, por fin, empieza a ver la posibilidad de hacerlo, si todo va bien, el verano del próximo año. “No vine a Europa para instalarme, todo lo que yo he aprendido tengo la obligación de devolverlo a mi tierra, compartir mi experiencia, porque hay gente que necesita ayuda. Mi sueño es abrir un Llindar y un restaurante en Senegal y dar trabajo a muchas personas”, asegura.