Se acaba el año, momento en el que la mayor parte de la población hace repaso, y si lo hacemos, subjetividades aparte, tendremos que poner en la balanza no solo las víctimas por Covid-19, también una nueva cumbre por el clima infructífera, y una creciente polarización social.
A título personal creo que la pandemia ha sacado egoísmos y reforzado el individualismo, no tengo datos pero lo veo en el entorno y hasta lo he sufrido. No obstante, seguiré predicando que solo entendiendo que somos interdependientes como personas y como especie podemos tomar una actitud de colaboración: en los centros educativos, más allá de los egos profesionales; de colaboración en las redes ciudadanas más allá de los intereses. La colaboración es la base de la supervivencia social y solo con la altitud de miras que permita entender que nadie lo puede todo por sí mismo y que dar por el bien común es enriquecimiento, podemos dejar una sociedad en la que todos quepamos. De hecho, es la colaboración una de las seis dimensiones que la UNESCO pone en valor para el aprendizaje del siglo XXI.
Para ver el futuro hacen falta ojos de esperanza, y no se puede trabajar en educación sin tener los ojos puestos en el futuro y con expectativas positivas. Por ello, para coger fuerzas debemos fijarnos en lo bueno que pasa a nuestro alrededor. Y están pasando cosas positivas en relación a la colaboración.
La primera de ellas, a nivel social, es que en este momento ya está en marcha la Asamblea Ciudadana por el Clima, una asamblea que cuenta con la participación de 100 personas y 16 expertos independientes. Esta Asamblea nace tras la publicación de un proyecto de orden ministerial destinado a reforzar el diálogo con la sociedad. El objetivo es que se abra el debate para la búsqueda de soluciones. La Asamblea se llevará a cabo en tres fases, una primera de aprendizaje e información, una segunda de debate y una tercera de generación de contenido. Esta Asamblea Climática da poder de participación a las masas. Ya se ha demostrado en Francia y Reino Unido que la sociedad está capacitada si se la forma. La Asamblea es todo un ejemplo de cómo hacer partícipe a la sociedad y da la posibilidad de escuchar su visión del problema. Es colaboración. No obstante, no está exenta de críticas o puntos negativos. Las decisiones tomadas en ella, sus propuestas resultantes, no son vinculantes, por lo tanto, todo este proceso participativo podría quedarse en medidas que no se lleven nunca a cabo. En Francia, el presidente Macron se ha comprometido en llevar a cabo 147 de las 150 medidas presentadas; todo está en proceso todavía y el Gobierno galo no sale muy bien parado en la evaluación general respecto al clima. Habrá que esperar al final del proceso de la Asamblea Ciudadana por el Clima en España para conocer las propuestas y con cuántas de ellas se compromete finalmente el Gobierno pero, por el momento, quedémonos con la actitud de colaboración y participación social.
En segundo lugar, cabe mencionar la Lomloe. Sin entrar en su análisis curricular, no podemos pasar por alto que en esta ley se crea un competencia ciudadana. Una competencia clave que tiene el mismo valor que la competencia lingüística o matemática, dado que, como la propia ley dice, no hay estructura jerárquica entre las competencias.
Una competencia ciudadana cuya breve conceptualización dice que es la habilidad de actuar como ciudadanos responsables y participar plenamente en la vida social y cívica, basándose en la comprensión de los conceptos y las estructuras sociales, económicas, jurídicas y políticas. Y entre los ítems para evaluar si el alumnado ha adquirido esta competencia se cita: “Participa en actividades comunitarias y contribuye a la resolución dialogada de conflictos de forma consciente y respetuosa con los procedimientos democráticos, los Derechos Humanos, la diversidad cultural, la igualdad de género, la cohesión social y el desarrollo sostenible”. Es toda una apuesta por la implicación social, por la colaboración. Una apuesta que se ve reforzada en el artículo 110 de la Lomloe que en su punto 4 habla de que “los centros como espacios abiertos a la sociedad de los que son elemento nuclear, promoverán el trabajo y la coordinación con las administraciones, entidades y asociaciones de su entorno inmediato, creando comunidades educativas abiertas, motores de transformación social y comunitaria”. Estamos ante una ley que habla de crear comunidades, de abrirse al entorno, de transformación social. Nada de esto es posible sin saber colaborar.
Por último, me gustaría acabar hablando de un ejemplo práctico de colaboración llevado a cabo entre un instituto (IES Ribeira do Louro), el Ayuntamiento en el que se ubica, O Porriño, la Xunta de Galicia y dos entidades africanas: la Universidad de Cabo Verde y una pequeña asociación mozambiqueña. El proyecto, llamado Ecoyouth, trabaja en el empoderamiento de la juventud frente al cambio climático. Tras la visita a Cabo Verde por parte de las docentes y entidades locales para conocer los problemas locales como las contínuas sequías, y establecer contacto con los estudiantes de la Universidad, se espera la movilidad de los estudiantes caboverdianos y mozambiqueños al pueblo gallego para que, mediante actividades de aprendizaje entre iguales, se compartan los conocimientos sobre las ventajas del aprovechamiento de residuos mediante compostaje, el riego por goteo o la economía circular. Un aprendizaje entre iguales, de forma colaborativa, en el que todas las partes suman y se ayudan.
La colaboración se aprende de forma activa, de nada vale tener un huerto si cada uno cuida su trozo de parcela; la colaboración es ayudar a quitar las malas hierbas que están creciendo en tu siembra, es ayudar a regar la parte que otro ha sembrado. Es enseñar a trabajar en equipo para estar orgullosos de un producto final conjunto y es, a su vez, la base de la sostenibilidad social y ambiental.